El público de la Rod Laver Arena en Melbourne Australia fue testigo de lo que, para comentaristas y expertos, fue la proeza más grande en la historia del tenis. Si, Roger Federer lo hizo de nuevo.
El 19 de enero se daba inicio oficial a la temporada 2017 del ATP World Tour y los ojos, no solo de los presentes en el estadio, sino del mundo entero, estaban puestos solo en un referente, su majestad, Roger Federer.
Se supo por medios oficiales que el suizo tuvo dos lesiones que lo sacaron de las canchas por más de seis meses y sus fans, temiendo lo peor, lo daban ya por retirado.
Pensar en el retiro de Roger Federer es pensar que una época gloriosa del tenis (la llamada época dorada del tenis), llegaría a su fin. Federer ya no juega por ranking, a sus 35 años afirma que juega por sus fans, por sí mismo, porque ama el tenis y es eso lo que hace que su nombre retumbe en los lugares más recónditos del mundo a donde el tenis puede llegar. Dicen “cuando Roger Federer esté jugando, peca todo lo que quieras, porque hasta el propio Dios lo está mirando”.
Antes del Australian Open, el suizo jugó una exhibición, en Australia también, para empezar a foguearse a nivel competitivo y el suizo no defraudó. Mostró un gran nivel acorde al de la nueva generación de tenistas que vienen arrasando detrás de él, por lo que verlo en Australia hacía mucha ilusión.
Al ver su camino hacia la final del Australian Open, los fans del suizo no veían un camino muy alentador. Para poder llegar a la final y lograr hacerse con el título le tocaba enfrentarse a 4 Top 10 (Andy Murray, Kei Nishikori, Stan Wawrinka y Tomas Berdych) para en una posible final enfrentarse a un Top 10 más, al número dos del mundo Novak Djokovic. Era claro que las esperanzas eran muy mínimas.
Pero el suizo demostró templanza y comenzó con un paso arrollador las primeras tres rondas, y con un golpe de suerte, no tuvo que enfrentar al número 1 del mundo, ya que cayó eliminado en una ronda anterior.
La esperanza cada vez era más y más grande, y lo que el mundo quería que sucediera se hizo realidad, la perfección del tenis a la final. En esta enfrentaría a su rival de antaño y gran amigo, a la bestia mallorquina, Rafael Nadal, que también pasó con algo de suerte, pero con un juego arrollador que hizo que el mundo del tenis estallara de alegría.
Roger Federer y Rafael Nadal antes del inicio del partido // Final Australian Open 2017
Y el día esperado llegó, 29 de enero, Rafael Nadal y Roger Federer se encontraban listos para salir al combate con su única arma, una raqueta. La garra del mallorquín y la elegancia y técnica perfecta del suizo, cara a cara, codo a codo en una cancha central huracanada la cual parecía que iba estallar: Estaba claro que sería un espectáculo digno de una final.
Inicia el partido con una tensión impresionante. Con puntos largos y un ritmo desenfrenado, se había iniciado el primer set de los cinco que se jugaron y esta manga seria para su majestad.
Por un 6-4 apretado lograba inclinar la balanza a su favor y el público así se lo hacía sentir. A pesar de que Nadal tiene demasiados fans por todo el mundo, el estadio estaba infestada de fans suizos que solo querían ver a Federer campeón. Cada tribuna, cada periodista, cada recoge-pelotas vivía lo que muchos amantes del tenis querrían vivir en persona. La Rod Laver estallaba al ver al suizo adelantarse en el marcador.
Dicen las estadísticas que la rivalidad Nadal-Federer es la rivalidad con más larga duración en la historia del tenis hasta el momento. Un total de 35 partidos jugados entre sí demuestran que Nadal sabe a qué sabe a la cancha cuando tiene al suizo del otro lado de la malla.
Así fue atacando al revés de Federer, y con una templanza, como la de un león en plena caza, logro que este disminuyera lo que, hasta el primer set, era una magistral actuación del suizo, logrando así llevarse el segundo set por 6-2 e igualar la balanza.
El público empezaba a sentir que la edad de Federer comenzaba a jugarle una mala pasada. El suizo se veía en un momento comprometedor.
Pero hay momentos es que ganar no lo es todo. Cuando se es deportista, se sabe que se puede ganar o perder, y que lo realmente importante es salir a dar todo de sí mismo. Cada gota de sudor, cada paso en el suelo, cada golpe, cada mirada al banco y al entrenador hay que vivirlo como si fuera el último y Federer lo sabía bien. El ganar parecía que se alejaba de su mente y comenzó a jugar el tercer set como cuando era un niño, cuando jugaba por divertirse, cuando la presión de la competencia no agobiaba su memoria, cuando quería superarse a él mismo: Esto solo puede hacerlo un campeón.
Por un contundente 6-1 se hacía la tercera manga con autoridad, y el público, al igual que como hizo el suizo, comenzaba a desligarse del querer verlo ganar. En esas instancias del partido lo que importaba era ver a esos dos grandes jugar y fueras suizo o español, celebrabas los puntos de ambos por igual.
Cuarto set, Nadal arriba 3-1 y con saque, en un 40-40 que parecía interminable logra hacer el punto del partido que marcaría un quiebre que, para Federer, sería difícil de superar.
Federer ataca a Nadal con su derecha moviéndolo de lado a lado- de la cancha. Una, dos, tres, cuatro y más pelotas pasaban hasta que casi parecía que Nadal no podría devolver una pelota más, pero, con una magia que se diría que solo un mago puede hacer, el español saca un slice a la carrera de derecha, dejando la bola corta y acabando así con las ilusiones del suizo de poder recuperarse, por lo que lo que el cuarto parcial sería para Nadal por un cómodo 6-3.
Con casi tres horas de partido y sin Tiebreak, se daba comienzo a un set que solo podían enfrentarlo verdaderos gladiadores. El coliseo romano se había trasladado a la Rod Laver por una noche. La batalla continuaba y Nadal conseguía un quiebre temprano.
Con un 3-1 en el marcador, la ilusión de poder ver a Federer campeón, que se había hecho invisible por el nivel de tenis que estaban mostrando, volvía a florecer, pero esta vez de manera negativa y se pensaba que no había marcha atrás. Tan cerca y a la vez tan lejos.
Y cuando todo parecía disiparse, un aire de juventud envolvió a Roger Federer y su juego empezó a verse como cuando tenía 23 años. Imbatible, de espíritu inquebrantable, técnica y elegancia, ágil y rápido como el viento. Un renacer que avivaba la llama de la esperanza en su público, demostrando que la edad y la vejez es solo un tema de las mentes débiles.
Roger Federer y Rafael Nadal en la ceremonia de premiacion // Final Australian Open 2017
Y aunque Nadal nunca se rindió, no pudo darle vuelta a la tormenta suiza en la que de un momento a otro se encontró. Roger Federer, con un 6-3 en el quinto, sellaba su victoria, una sufrida victoria que lo ponía una vez más en lo más alto del olimpo del tenis.
El deporte blanco, el más blanco e impredecible deporte, lleno de altibajos y dudas, mostró un capítulo más que dejó una alegría desbordada para su más preciado hijo.
Con 7 Wimbledon, 5 US Open, 1 Roland Garros y 5 Australian Open, Roger Federer sigue demostrando que es el mejor de todos los tiempos y en su estantería de trofeos suma uno más, y ya van 18, el máximo ganador de torneos de Grand Slam en la historia, un record que quizá ningún otro jugador obtendrá jamás. Son 18 torneos, 18 finales y 18 trofeos, si, 18 veces Roger Federer.