top of page
Sara Padilla - Periodismo Internacional

60 años: un punto de quiebre para la Unión Europea.


El proyecto multinacional más importante del siglo XX llega a un aniversario emblemático en medio de una crisis que revive las molestias irresueltas del pasado. Pero las soluciones exigen fórmulas renovadas en las se refleje, por fin, la unidad que aún no han logrado construir.

Una historia de conflictos y guerras de largo aliento había caracterizado las relaciones internas de Europa hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La carrera por la supremacía mundial lanzada a los mares desde el siglo XV, nunca fue un proyecto común del viejo continente. Cada Estado, impulsado por un espíritu de progreso, dirigió su propio proyecto que, con el tiempo, reafirmó un cúmulo de diferencias que estallaron las guerras más catastróficas de la historia. Europa parecía ser una sola de cara al mundo. Pero cuando volcaban los ojos a sí mismos, eran irreconocibles.

El marasmo al que sucumbió la sociedad europea, tras la Segunda Guerra Mundial, obligó a los políticos a actuar con la sensatez que no habían tenido hasta entonces. En 1948, el ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, propuso una idea que, de ahí en adelante, cambiaría las relaciones diplomáticas europeas. La declaración Schuman, como se le conoce comúnmente, proponía que el carbón y el acero de Alemania, Francia y los países que así lo quisieran, tuvieran una administración conjunta. La Comunidad Europea del Carbón y el Acero fue, entonces, el primer intento de integrar el proyecto común del Viejo Continente. De ahí en adelante, los tratados que siguieron lograron forjar relaciones que desde 1993 se institucionalizaron con el Tratado de Maastricht o de la Unión Europea.

Los 60 años de la UE llegan en medio de una crisis que, para los escépticos, inaugura un proceso de decaimiento, mientras para los optimistas solo constituye una fase convulsa del cambio que enfrenta el mundo. Sin embargo, esa crisis no se entiende, si no se explican las patas cojas que, desde su nacimiento, ha tenido la UE. Dice el historiador y profesor de la Universidad Javeriana Juan Carlos Eastman que, “aunque no son la causa, lo debates irresueltos del pasado, siempre aparecen para encauzar el malestar colectivo de las crisis, desde cualquier tendencia política”.

Como modelo político de vanguardia, la UE ha intentado producir una forma de identidad distinta a la del ciudadano nacional. Pero crear comunidad entre sociedades que por siglos han tenido identidades fragmentadas y en pugna ha resultado más difícil de lo pensado. “Para todos – desde adentro y desde fuera- resulta evidente que existe una profunda asimetría a pesar de los esfuerzos institucionales para que los jóvenes, desde 1993, se sientan más como europeos y menos como sujetos nacionales y subnacionales (catalanes, vascos, corsos, valones, entre otros” concluye Eastman.

El único modelo de comparación que ha tenido la Unión Europea, para evaluarse, es el nacionalismo económico y político. Esto, sin duda, ha creado una dificultad política e internacional para crear lazos, en los que prevalezca el sentido de comunidad sobre todos los demás, como el económico. Por eso, el politólogo Pol Morillas, en un artículo para el Barcelona Center for International Affairs (CIDOB) dice que la adhesión de los Estados de Europa central y del Este, en 2004, estuvo pensada más en términos de coste-beneficio, que como un proyecto común. Obedecían “a la premisa de amplificar los objetivos nacionales, más que a ceder soberanía y construir una entidad que acabara con la primacía del Estado” dice Morillas.

La crisis del euro dejó ver que tanto los países deudores como los acreedores seguían fórmulas de resolución opuestas. Luego, la crisis de los refugiados demostró que las diferencias entre la Europa occidental y la del Este siguen latentes. Y peor aún, que la UE era incapaz de administrar el problema.

Los atentados terroristas que han ocurrido en Europa desde 2014 han revuelto aún más el panorama. La consideración generalizada sobre el Islam y los musulmanes como enemigos de Europa ha servido para que líderes de corte nacionalista y autoritario tengan cada vez más credibilidad. Dice el profesor Eastman, con algo de optimismo, que, “los partidos, movimientos sociales y líderes autoritarios deliran con el regreso del pasado; quizás, varios de ellos logren electoralmente el poder público, quizás otros lo arrebaten con la simpatía social y ciudadana, y quizás otros fracasen en su intento. Pero cada cual cumplirá su función histórica en la transición: preparar el terreno para una nueva sociedad en los que no tendrán espacio ni oportunidad.”

La percepción del Islam como una anomalía externa colada en el continente, refleja que todavía no ha existido un proceso de integración “europea” y por eso, probablemente, el sentimiento europeo no es más que una evocación a identidades nacionales que temen ser reemplazadas. El Islam es un símbolo peligroso porque aún no se piensa en él como un hecho europeo. Por eso, la presencia musulmana es interpretada como instigadora del choque social y cultural.

Pero ya no hay vuelta atrás: el Islam existe y vive en Europa. El reto de los ciudadanos y de los gobiernos que creen en la democracia está en percibir al Islam como un fenómeno inclusivo de la UE. Dice el periodista Stefano Allievi en un artículo para Estudios de Política Exterior que, “si en el pasado se hablaba de Islam y Occidente, ahora, solo cabe hablar de Islam en Occidente, y en un futuro, a través de segundas y terceras generaciones de inmigrantes, podremos hablar de un islam de Europa”.

BREXIT //Imagen tomada de banco de imagenes

El Brexit demostró que no hay paño de agua tibia que de tregua a los conflictos de la UE. Precisamente, la fragmentación política y la jerarquía de los intereses nacionales ha sido el caldo de cultivo para que, a la escena política, retornen propuestas de corte autoritario. No se puede pensar aún en el fracaso de esta experiencia política porque ella todavía no se ha consolidado. “Existe una crisis, pero a la luz de la historia de las Europas y de la fase actual de la globalización capitalista, no percibo un fracaso. La necesidad de ajustes, e incluso, de revisión de las competencias, se adoptará si la opción capitalista socialdemócrata resucita y recupera su credibilidad. Y si el neoliberalismo es contenido institucionalmente por la Europa de los ciudadanos”.

Por eso, el escenario que suscitan las migraciones árabes, la integración gradual del Islam en Europa, y la salida de un socio problemático y celoso como el Reino Unido abren la puerta para pensar en lo que ya todos los países miembros coinciden: que es necesario reestructurar la UE, para que nazca una entidad que deje por fin el siglo XX atrás y reinvente un actor hasta ahora volátil: el sujeto europeo.

bottom of page