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Luisa Fernanda Báez Toro - l_baez@javeriana.edu.co

El oficio convertido en arte


En más de 300 páginas y un centenar de columnas y caricaturas, Antonio Caballero nos lleva, con El Oficio de Opinar en un profundo viaje por lo que ha sido su trayectoria como periodista de opinión en un país donde nadie quiere escuchar la verdad.

“Echamos de las esquinas a los vendedores ambulantes, pero les damos perdón y olvido y premio y casa y carro y beca a los que los echaron de su tierra para volverlos vendedores ambulantes.” Antonio Caballero

Lo que sus palabras contienen no es esperanzador. A través de una presentación cronológica de su trabajo en las revistas Semana, Arcadia y Soho; Caballero nos permite recordar con tristeza lo que han sido los episodios más violentos y trágicos de nuestra historia, así como todos aquellos personajes, historias y eventos que años después aún resultan relevantes.

Además de enfocarse en nuestro país, y en nuestros amados ex presidentes que, como él mismo dice, han sido responsables de más derramamiento de sangre que todos sus colegas del continente. Caballero no cavila, por otro lado, en mostrarle al lector su desprecio por las tan conocidas formas de operar de los Estados Unidos, específicamente por las políticas de Bush hijo, sus repercusiones a nivel nacional e internacional y los peligros que representan para la democracia.

Más de 100 caricaturas llaman la atención en este trabajo: a pesar de que podrían ser dibujos propios de un niño, es completamente honesto y encarna desde las figuras más “respetadas” de este país, hasta guerrilleros, personajes extranjeros y ciudadanos del común, otorgándoles una voz y plasmando su opinión en cada imagen.

No voy a negar que más de una lágrima se me escapó con el trabajo de Antonio Caballero y no solo por lo triste que resulta leer sus columnas después de un proceso de paz ‘exitoso’ y encontrarse con un ex presidente igual de irrespetuoso con la verdad, la justicia y la inteligencia; no porque la cuestión de las reformas agrarias esté igual que años atrás; no por el hecho de que aún no hayamos elegido políticos que se ocupen de lo público en lugar de sus intereses privados; no porque en Colombia siga concentrando la riqueza en manos de unos pocos y cada vez haya más inequidad; no porque siga existiendo aquella contradicción violenta entre el horrendo país real de las noticias y el ridículo país de los anuncios, ni porque se sigan asesinando líderes sociales. La lágrima nace porque su buen trabajo me permite, como periodista, entender cada vez más el poder de la palabra en un país donde pocos se atreven hablar; donde, como el propio Caballero dice, somos miedosos y nos hacemos los de la vista gorda frente a las más grandes injusticias sociales.

El Caballero que aparece en las últimas páginas, donde presenta su trabajo en Arcadia y en SoHo, es un personaje que, aunque igual de riguroso, es mucho más ligero, mucho más poético. Su forma de agregarle historia a una imagen y su amor hacia la tauromaquia llevado a las letras lleva al lector a ponerse por un segundo en sus zapatos y sumergirse en su cerebro.

Que si es negativo, que si es pretencioso, que si es irrespetuoso; todo lo que podamos decir se torna en juicios de valor frente a un personaje que durante mucho tiempo se ha encargado de convertir nuestro oficio en mucho más que el hacer: lo ha convertido en arte.

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