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Andrés Felipe Madero Rojas -

Las dudas que deja el oficio


Este texto hace parte de un ejercicio de la clase de Historia del Periodismo que enfrenta a los estudiantes a hacer una crónica que refleje el ejercicio de lectura de un libro icónico de algún periodista colombiano. En este caso, Casi toda la verdad, de Maria Isabel Rueda.

Foto: Redacción Directo Bogotá

Una semana, duré una semana mirando fijamente la caratula del libro Casi toda la verdad antes de siquiera abrirlo. Temía que, aunque fuera de las mejores opciones que nos dieron a escoger, no iba a ser un libro entretenido ni que me fuera a marcar, primer error que comete la gente con un libro: juzgarlo por su portada o comentarios aparte antes de leerlo. Sinceramente pensé que en el libro iban a haber unas cinco simples entrevistas a personas importantes que seguramente iban a repetir lo mismo que dicen todos frente a esos temas ¡error! me terminé topando con cinco cosas (no todas buenas) que no se irán al olvido tan fácilmente en mi memoria y seguramente me aportarán futuramente a ser mejor profesional.

Desde el comienzo del libro tuve un nivel de adrenalina impresionante con cada página que pasaba del capítulo de Enrique Santos: Drama familiar, la revista Alternativa, hablar con movimientos armados, sobrevivir al narcoterrorismo uniendo a todos los medios, un poco de la ética en el periodismo y por supuesto su famosa crónica “contraescape”, muy reconocida en el siglo pasado. Pero nada me dejó más impactado que el hecho de que conoció a Escobar y ni siquiera fue en Colombia, eso me puso a pensar que en algún momento o reunión uno en verdad no sabe al frente de quién está, en un segundo puede ser una agradable conversación con un desconocido y al otro una llamada telefónica con el narcotraficante más buscado en Colombia.

La entrevista de Juan Gossaín fue muy placentera, desde su encuentro cuando era un adolescente con Gabriel Garcia Márquez a su conflicto con Felipe López, desde los momentos de hambruna que pasó después de defender lo que creía y por lo que lo sacaron de El Espectador a las anécdotas que tiene su esposa Margot. Pero ninguna de esas cosas fue la que me dejó pensando e indagando durante todo un día. Fue un nombre, “Roberto Posada”, ese nombre se me hacía muy conocido, por las siguientes cinco páginas era en todo lo que podía pensar, me tocó parar e indagar de dónde se me hacía conocido el señor. Todo el mundo lo conoce como el gran periodista que fue, yo lo reconocí porque estudié con uno de sus hijos, compañero y amigo mío, un gran sujeto: inteligente, maduro, director de la revista de nuestro colegio, del cual su padre se había graduado. Casi dos años después de haberme graduado entiendo mejor muchas de las cosas de las que le escuchaba decir a Gabriel (hijo de Roberto).

Todo el mundo sabe el peligro del periodismo, a lo largo de la historia en Colombia hubo cientos de casos violentos relacionados con la trata de censura al periodismo. El caso de Álvaro Gómez, durante las treinta páginas que María Isabel Rueda le dedica, hizo que en todo lo que podía pensar era en que si alguna vez me fuera a pasar algo parecido a mí si critico algún equipo de fútbol por tener nexos con el narcotráfico o alguna crítica, denuncia en contra de la Dimayor o, peor aún, en el momento que llegue a hacer una crítica a algún futbolista por asuntos extracurriculares al fútbol. Que llegue, como lo definen en el libro, un “fanático” y, en vez de criticarme con argumentos, lo haga con violencia.

Todo el mundo reconoce a Yamid Amat como uno de los mejores reporteros en Colombia, como el hombre que vino de Tunja a la capital a hacer historia en la radio, el hombre al cual Gacha advirtió que estaba en la lista de Escobar, o la triste situación de cuando explotó el avión que iba rumbo a Cali. Pero, lamentablemente, lo que me quedó de esa entrevista y no me dejó leer el libro en dos días, ni admirar un poco más a Yamid Amat, fue el acto que hizo el 14 de septiembre de 1977 frente a la situación del paro cívico; cómo fue capaz de alterar la situación y decir que todo estaba bien cuando la ciudad estaba en fuego y ya había seis muertos en ese momento, solamente por tratar de proteger a su amigo López Michelsen.

Foto: Redacción Directo Bogotá

Todo el mundo tiene sueños. Leyendo la entrevista de Felipe López, además de pensar en su pelea con Enrique Santos, pensé cómo a punta de perseverancia cumplió su sueño. Tuvo que esperar diez años para que la revista le diera producido y lo esperó, su tiempo en Alemania ayudó con su actitud perseverante y emprendedora. Hoy en día es propietario de una de las revistas más importantes del país. El tema de los sueños se me vino a la mente porque el sueño de una colega, mejor amiga en el oficio, es abrir su propio medio impreso en un futuro, y sobre el mío, que aunque no tiene nada que ver con lo escrito o leído en el libro, queda como lección la perseverancia que se debe tener para alcanzar esos sueños.

María Isabel Rueda logra sacarle cantidad de información y pensamientos a estos personajes, terminando esta crónica me queda sonando la ingenuidad periodística frente a la situación del Caguán, la censura, la postura que tomaron los medios frente al proceso 8000, lo inseguro que es ser periodista y la visión que tenían estos personajes frente al futuro gobierno de Santos (el libro es del 2010). Pero la mayor conclusión fue el tipo de emociones que me generó este libro, ahora estoy seguro de que me las despertará más adelante el oficio, como también preguntas que quedan ¿Alguna vez venderé mis palabras a los medios por necesidad económica? ¿llegaré a hacer alguna acción parecida a la de Yamid con López M por temas de amistad? Porque lo fácil es criticarlo desde afuera pero, otra cosa es estar adentro.

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