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  • Fabiola Andrea Zambrano

[Diario de cuarentena] Una celebración en cuarentena


¿Cómo hemos vivido los días de encierro? Estudiantes de la clase de ‘periodismo digital’ narran un día de sus vidas tras la llegada del nuevo coronavirus a Colombia.

FOTO: Un cumpleaños desde la distancia. Foto: Propiedad de Fabiola Zambrano

Desde pequeña me han encantado las reuniones familiares donde hay mucha comida, niños corriendo y personas mayores contando chistes y anécdotas. Estas reuniones con la familia entera las llamo “encuentros especiales” porque suceden en momentos muy particulares como Navidad, vacaciones o Año Nuevo.

Este 2020, el que más anhelaba era el cumpleaños 91 de mi abuelita. Por eso quise organizar todo y preparar con tiempo mi viaje, ya que estudio en Bogotá, a unos kilómetros de mi país. A inicios de enero, pude reunir el dinero suficiente y compré el pasaje en avión. Había hecho una lista de cosas por llevar, como chocolatinas para mis primos y uno que otro “detallito” para mis tías. Incluso, la maleta la había dejado lista con dos semanas de anticipación a mi viaje. Estaba muy emocionada, pues iba a encontrarme con familiares que tenía más de cuatro años sin ver y el cumpleaños de mi abuelita era la celebración perfecta para un encuentro especial.

Sin embargo, todo cambió cuando se comenzó a hablar de un inminente aislamiento obligatorio por varias semanas en Colombia. Las aerolíneas estaban empezando a cancelar vuelos y mi decisión tenía que ser rápida, si me quedaba en Bogotá esperando que la cuarentena no se alargara o me iba a Venezuela a celebrarle el cumpleaños a mi abuelita. No era tan sencillo. Pensé en que el irme debía pasar por el aeropuerto, uno de los lugares en donde se dice se estaba dando el contagio.

También, me pleanteé atravesar a pie la frontera Colombia-Venezuela, aunque por la multitud que se presenta allí no pude evitar imaginar el foco de contagio que también podría ser este tránsito. Ir a casa significaba una dificultad extrema para mis clases virtuales, pues el internet a duras penas llega a 3G, y ya había rumores de que la frontera se iba a cerrar, lo cual aumentaba la incertidumbre de mi regreso a Bogotá. La decisión fue suspender el viaje.

El 9 de abril, día del cumpleaños de mi abuelita, desperté temprano, a pesar de que estaba en “vacaciones” por Semana Santa en la universidad. Me bañé, salí a pasear a Kala, mi mascota, y preparé unos huevos revueltos para desayunar. Después de un par de horas viendo películas, decidí celebrar el cumpleaños de mi abuelita horneándole un pastel.

“91 años, abuelita. ¡Qué alegría! Esos no se cumplen todos los días”, le dije a través de una videollamada. Ella, por su parte, mostraba una cara de asombro, como preguntándose: “¿En qué momento llegué a esta edad?”.

Para ella era un día más, la demencia senil que padece ha hecho que pierda la noción del tiempo. Sin embargo, allí estaban mis papás, primos y tíos cantándole su cumpleaños feliz. Ellos, contando anécdotas alrededor de la comida y yo en un mueble viendo películas.

El día se me hizo eterno. Iba de la sala a la cocina y de la cocina a la sala, buscando algo que calmara un poco mi ansiedad. Pensaba que no estaba ayudando a repartir la torta o jugando a las escondidas con mis primitos. Tampoco podía sentarme en la mesa a escuchar los chistes de mi papá o las historias de amor de mi tía.

No escuchaba ruidos de risas, discusiones o música. Las chocolatinas que iba a llevar en mi viaje a mis primos me las comí el mismo día mientras miraba los videos que habían grabado de mi abuela, sonriendo como siempre y contando sus historias de cuando ella era profesora.

A pesar de todo, fue un cumpleaños feliz para ella, para ellos y para mí, porque aunque me moría de ganas por verla, allí estaba ella soplando la vela, mientras yo me comía el pastel.

 

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