Texto por: Juanita Roncancio // Historia del periodismo
En su libro La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Alexievich permite que varias mujeres expresen sus historias de guerra. Pero ¿es suficiente la variedad y la cantidad de testimonios para caracterizar efectivamente una guerra? Conozca esta y otras reflexiones suscitadas en el libro en esta recomendación de Directo Bogotá
Si en la actualidad se invita a alguien a imaginar alguna guerra, las personas tienden a pensar en varios hombres peleando o disparando. Pero es muy escaso pensar en lo que no ha sido típicamente descrito en libros, documentales o, incluso, películas. Es precisamente por eso que La guerra no tiene rostro de mujer, el libro de Svetlana Alexievich, es importante: muestra una guerra que pocos conocen y que nadie se imagina. Se trata de una versión honesta de la Segunda Guerra Mundial, vista a través de los ojos de las heroínas desconocidas: las mujeres.
Para comenzar, la periodista bielorrusa muestra la cara escondida de participar en una guerra, a través de varios relatos y entrevistas. Destaca sobre todo el papel protagónico que jugó el amor en esta conflagración particular. No se toca lo heroico ni lo patriótico, sino los horrores que en realidad pasan, y también la guerra personal de las mujeres en contra del patriarcado. No solo tuvieron que sufrir la muerte de sus compañeros, sus animales y sus familiares, que tanto amaban; ni tampoco bastó con el frío, el hambre, el sueño, la tristeza y el miedo. Muchas de ellas fueron también objetos de burla, discriminación y acoso sexual por parte de los hombres.
Aunque muchas mujeres siguieron sufriendo por los acontecimientos y los recordaban de manera muy vívida, incluso después de la guerra, varias tenían miedo a hablar y querían autocensurarse. Ser una mujer y participar en el combate no se consideraba digno, ni durante ni después de la guerra. De hecho, al regresar a casa, muchas fueron agredidas por sus comunidades por haber peleado, ya que creían que iban a la guerra principalmente para conseguir hombres, quererlos y estar con ellos, y no a defender la patria.
En realidad, en muchos de los batallones era considerado casi un pecado buscar pareja, porque no era la situación apropiada para buscar la felicidad. Existía una pena constante en el ambiente. No obstante, el cariño siempre estuvo presente en los batallones, aunque no siempre era amor de pareja. Estas mujeres recordaban con afecto a sus madres, a sus hijas, sus vidas anteriores e incluso aquello que llevó a varias de ellas a combatir: el amor por su nación. A pesar de ser un sentimiento abiertamente desaprobado por la sociedad durante la guerra, estaba presente en cada segundo de sus vidas. En ese entonces, el amor era un sentimiento femenino, y fue lo único femenino que no se permitieron abandonar.
Para lograr ser aceptadas en las comunidades militares, estas muchachas se veían obligadas a dejar a un lado su feminidad y usar uniformes, ropa interior de hombre y pelo corto, que en esta época era considerado humillante por parte de las personas que no pelearon en la guerra. Ellas, en cambio, llevaban a cabo roles imprescindibles para luchar contra el enemigo: unas eran francotiradoras, técnicas o auxiliares sanitarias; otras, sargentos, enfermeras y capitanas de fuerza aérea. Las que hacían trabajos típicamente considerados masculinos no eran tomadas en serio y eran vistas con lástima. Muchas de ellas se preguntaban si no eran “tan soldados como los demás.” Aunque la sociedad las había criado para ser madres amorosas, sonrientes y cuidadoras, terminaron conociendo los horrores y la crueldad de la guerra.
Este libro es bastante interesante en el ámbito periodístico, pues cuenta de manera diferente los puntos de vista de las personas. Alexievich se tardó más de cuatro años en recopilar los testimonios necesarios para escribir su texto, y entrevistó a alrededor de 700 mujeres. Es un lujo que un periodista dure tanto tiempo investigando una misma historia. No obstante, este libro no es el único que muestra la perspectiva de las mujeres que lucharon en la guerra. Recomendamos otros como Las mujeres con las alas plateadas: la inspiradora historia de mujeres piloto en la Segunda Guerra Mundial, de Katherine Sharp Landdeck.
La escritura de Alexievich, que ella denomina como “literatura de voces”, diferencia a este libro de muchos otros; es un estilo bastante personal que hizo conocer no solo la historia de una o dos personas, sino de cientos. El libro es básicamente un conjunto de memorias que busca mantener viva la verdad de la guerra para cuando estas mujeres ya no puedan contar sus historias ellas mismas. La autora revive la guerra a través de sus palabras. Sus entrevistas sirven como una herramienta investigativa efectiva, y la recopilación de múltiples testimonios posibilita lo que se siente como una memoria colectiva de la guerra. Al tener tantas versiones, ciertamente similares, se logra comprobar la veracidad y tenacidad de los sucesos.
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No obstante lo importante de esta diversidad vocal, hubiera sido interesante ver cuál fue el impacto de la participación de las mujeres de la Segunda Guerra Mundial en los posteriores movimientos feministas. Si bien el libro muestra que varias mujeres tomaron roles típicamente masculinos y que estas se preguntaban incluso por qué la gente consideraba que ellas no podían hacer el mismo trabajo que los hombres, no se da cuenta del tiempo posterior de dichas situaciones. ¿Será que algunas de estas mujeres intentaron seguir luchando por la igualdad de género después de la guerra? ¿Será que la actividad de estas mujeres inspiró a otras a luchar por sus derechos y tuvo impacto en el presente? Se me hace imposible creer que después de haber luchado al lado de los hombres, ninguna mujer haya tomado la iniciativa de participar en movimientos que promuevan la igualdad entre ambos sexos.
Para finalizar, cabe destacar la honestidad de este libro. El hecho de que las mujeres hayan contado sus historias sin enfocarse en el heroísmo, el patriotismo o la valentía —como, según las entrevistadas, hacían los hombres—, nos permite ver que los valores del ser humano no están obligados a la autodestrucción. No podemos saber si habrá otra guerra mundial, que de seguro tendría su propia generación llena de historias y vivencias, pero sí podemos saber, a través de este libro, que lo que mantiene vivo al ser humano cuando es expuesto a extremas crueldades y horrores es la capacidad de amar. Amar como lo hicieron estas mujeres: a los compañeros, a la familia, la vida y la paz. Como resalta Alexievich, “el único camino es amar al ser humano. Comprenderlo a través del amor.”
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