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  • Luisa Fernanda

Bogotá, una ciudad no apta para invidentes



De los ocho millones de habitantes de Bogotá, 79.880 tienen discapacidad visual, según el Registro de Localización y Caracterización de las Personas con Discapacidad SISPRO del Ministerio de Salud y Protección Social. Las cifras, sin embargo, son de 2013, porque el registro está desactualizado, así que el número de personas invidentes puede ser mayor.

William Gonzales // Tomada por: Luisa Fernanda Martínez P.

“Bogotá no está adecuada para las personas como yo” dice William González, quien tiene 51 años, y a sus 13, a causa de un accidente doméstico perdió la visión de forma total.


No son suficientes los puntos y rayas con relieve que se encuentran en algunos andenes de Bogotá, supuestamente para ayudar a caminar de forma segura a los invidentes, (las líneas marcan el camino seguro por donde la persona se puede movilizar y los puntos indican el fin de la acera o una entrada o salida vehicular).


Cuando le pregunté a William si utilizaba este sistema, me comentó que ni siquiera sabía de su existencia, y así como él, seguramente hay muchas personas invidentes que no lo utilizan.

Relieves en el andén para personas invidentes. Carr 13 No. 42 //Tomada por: Luisa Fernanda Martínez P.

De igual forma pasa con los sensores y parlantes que se encuentran en los semáforos.

Muchas personas piensan que si lo oprimen la luz cambiará a verde para permitir el paso peatonal, pero esto es completamente falso; su verdadera función es emitir un sonido cuando el semáforo está en verde para indicarle al invidente que es seguro pasar. El pito se mantiene mientras la luz está en verde.

El problema es que muchos se encuentran dañados. Falta pedagogía y capacitación, para que se les informe a estas personas qué ayudas tienen en la ciudad, y de igual forma el distrito debe cerciorarse si funcionan correctamente.

Sensor en los semáforos. Carr 13 No. 42// Tomada por: Luisa Fernanda Martínez P.

Por otro lado, el servicio de transporte no se salva. TransMilenio es un lugar peligroso para las personas con discapacidad visual. Esto se puede observar en algunas puertas de las estaciones, que nunca se cierran; en el espacio que queda cuando el bus para en la estación para dejar y recoger pasajeros (¿cómo hace un invidente para calcular cuán grande debe dar su paso para no caer por ese espacio?), y en los buses en los que no funciona el sonido que anuncia las próximas paradas, que son buena parte de la flota.


Las calles también albergan un sinfín de peligros para transitar. Por ejemplo, las tapas de las alcantarillas que un día están, pero al otro ya no, pueden convertirse en una trampa para las personas que no pueden ver.


En estos casos, la única opción que tienen las personas invidentes es confiar en los otros y preguntarles todo lo que necesitan saber, lo cual no debería ser así, ya que la persona debe poder ser completamente autónoma y no depender de los demás para poder moverse por la ciudad.


Otra situación que aqueja a las personas sin vista es la educación.


William logró terminar sus estudios secundarios en un colegio común y corriente, gracias a que la hija del rector también era invidente, pero resalta que el apoyo del INCI (Instituto Nacional para Ciegos) fue muy importante. “Allá me enseñaron el braille, aprendí a escribir, me dieron apoyo psicológico y me enseñaron a usar el bastón, otra cosa es que nunca me acostumbré” comentó William.


Pero acceder a la educación superior no fue tan fácil. William estudió derecho en la Universidad Autónoma, pero resalta que no había ningún texto en braille ni ninguna ayuda para personas como él. “Mis amigos me leían los textos que nos dejaba el profesor, yo grababa las clases y llegaba a mi casa a repasar lo visto en el día, pero lo peor eran los exámenes, siempre me los hacían de forma oral y en frente de todos mis compañeros, lo cual representaba una gran presión”, cuenta.


Después de graduarse, William empezó a ejercer como abogado gracias a su abuela, quien lo ayudó a conseguir empleo en la Gobernación de Cundinamarca. Sin embargo, en la entrevista de trabajo, la psicóloga le pregunto: ”William, tu sabes que vas para un puesto de responsabilidad, ¿te sientes capaz de desempeñar ese puesto?”, a lo que él respondió “si yo no me sintiera capaz de desempeñar este puesto no estaría aquí sentado haciéndome todos estos engorrosos exámenes".

Como le ocurrió a William, muchas veces las personas con discapacidad visual tienen que tratar con personas que dudan de sus capacidades laborales simplemente por ser ciegas. Cuando la realidad, como en el caso de William, es que tienen talentos especiales, como él, que tiene una muy buena memoria, porque la está ejerciendo constantemente. Yo lo pude comprobar por mí misma al momento de entrevistarlo, porque me contaba los hechos con fecha, hora, lugar y hasta mes exacto, detalles que yo, como persona vidente, no podría recordar.

Después de eso, el 29 de diciembre de 1979, William se posesionó en la Gobernación de Cundinamarca, ingresó a la secretaría general a manejar asuntos policivos como derechos de petición, entre otros. Pero lamentablemente, la gobernación no le proporcionaba ayudantes, así que el INCI era el que se los proporcionaba. Eran estudiantes de bachillerato que realizaban el trabajo social obligatorio; ellos le ayudaban a leer y le digitaban en la máquina de escribir.

De esa forma desempeñó distintos cargos públicos, pero la ayuda del INCI no fue para siempre. Actualmente, la gobernación no le brinda ninguna persona para que le colaboré, así que él mismo tiene que pagarle a un asistente.

En conclusión, tanto la ciudad, las entidades públicas como los establecimientos educativos, no se encuentran condicionadas para recibir a personas con discapacidad visual. De igual forma, el rechazo social es algo con lo que tienen que lidiar estas personas diariamente, además de ser dependientes porque no se encuentran las condiciones necesarias para que sean completamente autónomas.

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