Jorge Iván Bonilla, Jorge Espinoza, Daniel Aguilar y Ulrika Kärnborg analizaron el concepto de posverdad // IX Encuentro Internacional de Periodismo // Feria del Libro // Fotografía tomada por Kambiz Domínguez.
La Real Academia Española define periodismo como: “Captación y tratamiento, escrito, oral, visual o gráfico, de información en cualquiera de sus formas y variedades”. La objetividad y veracidad con la que el oficio obliga a tratar la información es algo implícito desde el comienzo, un código de conducta, como un manual de uso de los que llegan con los electrodomésticos, que el periodista acata desde la primera palabra que escribe, desde la primera vez que mira a la cámara, desde la primera vez que se sienta frente al micrófono. Se puede entender que la verdad, al ser un concepto teóricamente incuestionable y único (en su carácter general, sólo hay una), no necesita verse manifestada en la definición del oficio que la defiende para estar presente. Pero la verdad ya no es la verdad. La verdad ya no es única, ya no es incuestionable. La vistieron de fiesta y la escondieron en un carnaval con un mar de máscaras idénticas.
Los tiempos habrán cambiado, lo habrán hecho las problemáticas o los paradigmas, pero vivimos hoy en un mundo en el que son más importantes los intereses personales que el equilibrio de las sociedades, de las instituciones o de los Estados. Por eso, en el marco de la trigésima Feria Internacional del Libro de Bogotá y del IX Encuentro Internacional de Periodismo que en ella se desarrolló, se reunieron personalidades nacionales e internacionales a discutir y enfrentar el duro panorama del concepto antes conocido como verdad. Antes, porque, como se dijo, la verdad ya no lo es, y la realidad, que antes era su más próximo sinónimo, se aleja cada vez más hasta el punto de perderse en el horizonte de lo incierto.
Decía Jorge Iván Bonilla, Mágister en comunicación social y profesor de la universidad EAFIT, cuando le preguntaban por el origen de eso llamado posverdad, que es algo que siempre existió, pero en los últimos tiempos encontró una rendija por donde colarse en escenarios críticos como la política y los medios de comunicación. No es por negligencia ni por olvido que el término que describe el uso de hechos falsos y datos inexistentes para construir una “verdad” alternativa no había sido mencionado en esta crónica. Una “verdad” en la que las emociones, afinidades y creencias personales priman sobre la objetividad y la realidad. Una “verdad” que, recuerda Bonilla, el diccionario Oxford eligió como la palabra del año 2016. La razón es que “posverdad” es una palabra que, como la validez de lo que la define, no existe. Si se busca en el diccionario de la Real Academia Española, no aparece. Sin embargo, así como la veracidad y la objetividad implícitas en la definición de periodismo, está ahí, presente, latente y agobiante.
Es la “posverdad”, de la que el panorama internacional, político y mediático, está borrando peligrosamente el prefijo, la que ha venido a corromper al periodismo, a individualizar la verdad. Porque la verdad, que era sólo una y era de todos, ahora es de cada uno, es la que más le convenga quién la diga y la que más le sirva a quién la escucha. La verdad se enfrenta contra su clon malvado, como si de la trama de un cómic se tratara. Y el clon está ganando.
Ulrika Kärnborg, periodista, novelista y dramaturga sueca, explicaba que la sociedad actual ya no distingue entre un periódico, físico o digital, y una red social. Lo que se publica, sin importar dónde se publique, va a misa y lo que va a misa no se discute. Estamos en una era en la que cualquiera con un teclado es periodista – claro, porque la libertad de expresión es incluyente y es para todos –. El problema es que la libertad de expresión, como todo, tiene sus límites, pero se reivindicó tanto en las últimas décadas que ya no existen los excesos al respecto. Ahí aparece lo que Daniel Aguilar, comunicador social, periodista y docente de la Universidad del Norte, definía como “el dilema de la falsa equivalencia”: el que todos tengan derecho a hacerse escuchar – otra vez por aquello de que la libertad de expresión nos corresponde a todos – no significa que todos sepan o deban hacerlo. Y es que cualquiera con un teclado publica, en su calidad de periodista de esta era tan moderna, informaciones, hechos y datos que la mayoría de las veces no se filtran y se convierten en incontrovertibles sin ser cuestionados.
De regreso en el Encuentro Internacional de Periodismo, el moderador Jorge Espinosa pregunta cuál es la cura para la enfermedad que sufre la verdad. ¿Será acaso hacer periodismo de calidad? De ese ya hay. ¿Será tal vez apuntarle a públicos con menos recepción? Eso ya se intentó. La cuestión, responde el profesor Bonilla, es que el periodismo, como institución y como oficio, ha perdido tanta credibilidad, no por mediocridad sino por el mismo desinterés de los públicos, que, aunque fuese de calidad y se lo pusieran en la cara a quienes no leen un periódico o no ven un noticiero, no causa ya mayor impacto que un “retweet” de una fuente desconocida, un chisme de esquina o un estado de Facebook.
La verdad está en horas bajas, ahora la credibilidad es más una cuestión de actitud que de objetividad. Si una persona suena convencida de lo que dice, es porque lo que dice debe ser verdad. La realidad ya no la construyen los hechos sino las percepciones y los intereses de los que la moldean. Ahora hay que rebuscar y cuestionar para encontrar la verdad.
Pero Bertolt Brecht, dramaturgo y poeta alemán, decía que “cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse, deberá pasar al ataque”. Tal vez la solución no sea defender la verdad sino atacar a su clon malvado, recordar que la verdad no es un arte, como lo es hablar y confundir – eso que hacen los expertos en “posverdad” -, no es una disciplina que haya que enseñarle a las personas, no es ni siquiera una opción que se puede elegir creer o no; es una obligación.
Al fin y al cabo, en la batalla de la verdad contra la verdad, la de mentiras siempre lo será y será siempre imposible. Ya decía Arthur Conan Doyle que “cuando se elimina lo imposible, lo que quede, por improbable que parezca, es la verdad”.