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Juan Sebastián Peña //

Benjamín Solari Parravicini, el Nostradamus de América


*Artículo publicado originalmente en El Espectador.com*

El artista argentino (1898-1974) se anticipaba al tiempo y dibujaba sobre el papel lo que aún no tenía lugar en la realidad.

Cuando Fidel Castro tenía solo 13 años y estudiaba en Santiago de Cuba con no pocas precariedades, en Argentina un hombre cuarentón anunciaba la victoria de su futura revolución: “Cabeza de barba, que parecerá santa, mas no lo será y encenderá las Antillas”. El dibujo confuso del rostro de un hombre acompaña la sentencia del profeta.

El 8 de agosto de 1898 nació en una acomodada familia de Buenos Aires Benjamín Solari Parravicini. Los temas predilectos de conversación durante su niñez eran las hadas, los duendes y los ángeles. Decía que podía hablar con ellos. Nadie lo tomaban en serio. Su padre, Benjamín Tomás Solari, que era psiquiatra, luego de hacerle estudios comprobó que no padecía de ningún trastorno mental. Sin embargo, no dejaba de decirle que estaba loco. Años después, en su lecho de muerte, le pediría perdón por no haberle dado crédito a lo que decía. Solari ya era un artista con reputación en Buenos Aires y empezaba a construir su camino como quizá el vidente más relevante de América Latina.

Pero antes que profeta, Solari fue pintor. Cuando era un adolescente y visitaba a su tío, pasaba frente a un circo y sentía una fuerte atracción por los payasos. Serían ellos los primeros protagonistas de sus cuadros. Solari los pintaba como muñecos de bocas tristes y caras pálidas, de ojos entre taciturnos y melancólicos que miran a la nada, como juguetes sacados de algún baúl decrépito. Su talento era tal que incluso el tercer rey de Bélgica, Alberto I, compró una de sus obras durante una exposición en aquel país europeo.

Ese hombre al que sus allegados con justa razón llamaban “pelón”, a razón de la virginidad de su cabeza que jamás fue profanada por algún cabello, en las pocas fotos que se conservan aparece con la boca ligeramente arqueada hacia abajo, justo como la de los payasos que pintaba. Sus ojos bien grandes, un tanto más alegres que sus labios, aunque sin perder esa profundidad que los revela como testigos de un misterio inconmensurable. Sus cejas casi invisibles. Los pliegues de la carne de su cara descubren un hombre regordete que debe acercarse a los 60 años. Intuyo que su estatura no debía ser gran cosa. Lo imagino caminando como un pingüino, balanceando su cuerpo de lado a lado.

Según él, por allá en 1932, luego de entrar a su casa a oscuras, una fuerza lo arrojó al suelo por la espalda y una voz le dijo: “Fe en la fe, esperanza en los designios y caridad en los sentimientos”. Tiempo después, esa voz que se convirtió en su ángel tutelar le revelaría su identidad: fray José de Aragón. Probablemente se trata de un sujeto histórico del siglo XVII, un fraile franciscano del convento de La Orden de La Rábida, España. Su nombre era fray Joseph Antonio de Hebrera y Esmir, y durante su vida se dedicó a ser cronista del Reino de Aragón. A pesar de su investidura religiosa, la poca bibliografía sobre él conocida lo revela como un hombre cercano al esoterismo. De ahí que se le asocie con la voz que le habló aquella noche a Solari Parravicini y que, según él, le dictaba las profecías y arrastraba su mano para dibujarlas.

Solari empezó a tener recurrentes pesadillas. Cuando despertaba agitado en la madrugada, agarraba papel y lápiz y empezaba a garabatear. Al día siguiente no reconocía sus propios trazos. Tiempo después, las pesadillas se hicieron innecesarias: mientras estaba en su taller, le llegaban ideas de la nada a su cabeza, palabras e imágenes sin sentido que él delineaba sobre el papel. Solari Parravicini decía que una voz le hablaba y que una voluntad ajena a él guiaba los trazos de su mano. En ese entonces el pintor aún no sabía que aquella fuerza que lo impulsaba era la de un fraile español de antaño, la de un emisario de dios venido desde el inframundo, así que siguiendo sus principios católicos se llenaba de horror y quemaba esos dibujos que le parecían sacrílegos.

De modo que desde 1932 hasta el año de su muerte, en 1974, Solari Parravicini llegó a dibujar más de mil profecías. A dibujar y a escribir. Cada dibujo iba acompañado de un breve texto que servía de umbral interpretativo para descifrar lo abstracto y psicodélico de sus imágenes.

Solari llamaba a estas creaciones psicografías premonitorias. Se trata de una suerte de escritura automática que sólo es posible practicar en un estado alterado de conciencia. La mano se convierte en el instrumento de algún designio superior; de una fuerza que en el caso de Parravicini quería revelar arcanos del futuro.

El grado de acierto en las profecías de Solari Parravicini consolidó un sobrenombre que reemplazó al de “pelón”: el Nostradamus de América. La lista de sus profecías cumplidas es bastante larga. En 1939 dibujó la Estatua de La Libertad dividida en dos y escribió a un lado: “La libertad de Norte América perderá su luz. Su antorcha no brillará como ayer y el monumento será atacado dos veces”. Parece ser la anunciación de la caída de las Torres Gemelas, que fueron, por cierto, impactadas por dos aviones, en 2001.

Siete años antes de la caída de Hitler y Mussolini, Solari los dibujó a ambos rodeados por una soga, como pendientes de ella, escribió sus nombres y a un lado sentenció: “Con el mismo fin; el mismo fin”. Mussolini sería asesinado y luego colgado. Al parecer Hitler vio las fotografías de su homólogo ultrajado y decidió hacer desaparecer su propio cuerpo. El führer escapó de la sentencia del pintor argentino: su cuerpo no fue objeto de escarnio; pero lo cierto es que ambos murieron el mismo año. Solari lo advirtió cuando era impensado que la tiranía de estos dos personajes pudiera tener fin.

En 1941 ya anunciaba la Guerra Fría: “Una carrera de poder entre yanquis y rusos tendrá lugar. Correrán por el espacio y la tierra. Puede que no lo parezca, pero Estados Unidos prevalecerá”. En una época en que por mucho había carreras de carros y caballos, no de naves espaciales, Solari profetizaba no sólo la competencia entre la URSS y Norteamérica, sino también las dudas que se tendrían respecto a la veracidad de la llegada del hombre a la Luna: “Llegarán los hombres a la Luna. Serán en ella sin estar. Verán sin ver. Escucharán sin escuchar. Regresarán sin regresar. ¡Cuidado!”.

Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki también tuvieron lugar antes en el papel de Solari Parravicini que en la realidad: “Ruidos de ruidos ensordecerán las alturas”, dice una sentencia suya, debajo de la cual está un esbozo del mapa de Japón que está herido como por un impacto del que se ven las ondas expansivas. Por si las dudas, Solari escribe al lado del mapa: “J A P O N”.

Y si Fidel Castro estaba anunciado en las revelaciones de Parravicini, uno de sus más acérrimos contradictores también debía estar invitado a la cita profética del vidente: John F. Kennedy. Cuando el futuro mandatario estadounidense tenía 21 años, ya el infalible profeta argentino había declarado su muerte: “Norte América recibirá el tiro certero, hará un crimen político en cambio de dirección”. Hasta el día de hoy se sigue especulando sobre quién fue el francotirador que le asestó ese tiro tan milimétrico en la cabeza a Kennedy.

La galería de profecías cumplidas es más amplia. Se destacan también la renuncia de Benedicto XVI, el nombramiento de un papa argentino, el viaje espacial de la perra Laika, el advenimiento de la era atómica, el primer trasplante de corazón y la presidencia de un hombre negro en Estados Unidos, entre otras.

Fabio Zerpa, precursor de ufología en Argentina y gran amigo de Solari Parravicini, describe la manera en que alguna vez observó el proceso profético del pintor: estaban tomando té y de repente los ojos de Solari se nublaron. “¿Me permite, Fabio?”, le dijo, y luego se tendió en la cama; tomó una cartulina que siempre debía estar a la mano junto a un lápiz; cerró los ojos y empezó a dibujar. Cada trazo era una rasgadura que Solari le hacía al tiempo. Desgarraba la realidad y su mirada se colaba por los resquicios abiertos por el lápiz. Entonces, igual que Dante necesitaba de Virgilio como guía en el Infierno, Solari necesitaba de aquel fraile franciscano llamado José de Aragón para deambular por futuro y garabatearlo en la cartulina.

El resultado de este proceso eran sus premoniciones: dibujos y palabras que más tarde hallarían eco en la realidad. En Solari Parravicini sólo es acto lo que primero ha sido verbo e imagen. Sus dibujos son un recuerdo del futuro, una epifanía por venir, una potencia que aún no se actualiza, una reminiscencia que aún no es, pero que probablemente algún día será. Solari era el muñeco ventrílocuo de un designio superior, un intérprete que anticipaba el futuro con imágenes psicodélicas y con frases más cercanas a la poesía que a la prosa.

En 1937 el Nostradamus de América hizo la predicción del tiempo último, del tiempo sin futuro, del tiempo sin profetas: del apocalipsis. “Noche de la noche llega ante las aguas y el fuego. Hombres meditad. El mar avanzará, inundará en diluvio, se derretirán los cascos polares. El eje de la Tierra regresará y el Ecuador será polo. El mar será sangre. Final de finales”. Entonces los hombres, los profetas y los artistas perecerán. Solari sonreirá con complacencia desde su tumba, se reirá de aquellos que decían que sus dibujos eran mamarrachos, volverá a pintar desde las entrañas de la tierra el cataclismo final mientras el mundo se hace añicos. Su amigo Fray José de Aragón le dictará las últimas palabras y tomará su brazo prestado por última vez. Será el fin. Benjamín Solari Parravicini lo ha sabido desde siempre.

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