La capital del país se asemeja mucho a París. Y sí, ambas se inundaron, una con agua y la otra en basura.
Foto por: María Pía Wohlgemuth Neira
Bogotá es una ciudad llena de magia y de detalles inesperados. Primero que todo, es muy pluralista y hay espacio para todos, ¿y todas, no? Sí, toda clase de puestos de comida callejera y de vendedores alternativos o como nos gusta llamarlos, ambulantes, decoran los andenes para deleitarnos con sus delicias típicas como perros calientes, los clásicos vasos con yogurt, granola y frutas secas, huevo revuelto con arepa, entre otras especialidades gourmet.
Por otro lado, cientos de bolardos de cemento y hierro decoran los andenes para recordarle a los conductores de manera amable dónde no estacionar su carro, si es que estos logran avanzar suficiente antes de caer en uno de los cráteres que decoran las calles de los barrios de toda la ciudad, sin discriminación de estrato. Por supuesto, Bogotá no sólo es humana, es para todos, todas, y no reconoce fronteras: ¿Atraco? Aquí nomás, vaya usted a la Zona G o si no a la T o si no más al sur, pero también puede ir más al norte, porque como decimos acá, “se le tiene”.
Sumado a eso, cuenta con un gran sistema integrado de transporte en el que convergen el Transmilenio, los alimentadores, los buses azules, las busetas, los taxis compartidos, los bicitaxis, entre otras maravillas traídas directamente desde algunas de las principales ciudades del mundo. En definitiva, esta ciudad brilla por sus similitudes con las grandes capitales, como suele decirnos el alcalde. Se parece a Londres en sus épocas lluviosas, porque hace frío y el sol no sale. Se parece a Nueva York, por las prisas de la gente y por lo costosa. Y, últimamente, gracias al arte conceptual que decora nuestras calles, la capital del país se asemeja mucho a París. Y sí, ambas se inundaron, una con agua y la otra en basura.