Cuando fui a la Feria del Libro, lo primero que hice fue dirigirme al Pabellón 20. El Museo de Memoria Histórica de Colombia presenta: Voces para transformar a Colombia. Un recorrido potente y emocional me sacó más de una lágrima en esas casi dos horas que estuve adentro.
La memoria se hace cuerpo. Un cuerpo que lucha // Foto tomada por: María Pía Wohlgemuth Neira
El espacio que armaron los del Museo es toda una estructura en madera dividida en tres ejes: tierra, agua y cuerpo ¿Por qué? Esos son los tres personajes que ha afectado la guerra en Colombia. La tierra, pues ha sido escenario de la droga, del despojo, de los desplazados. El agua, porque ha sido la tumba silenciosa y el tren de miles de cuerpos allí vertidos, similar al petróleo que algunos han derramado sobre ella. El cuerpo, como testigo psicológico y físico de violaciones, minas antipersonales, secuestros y masacres, entre muchas otras formas de violencia.
Si así empieza la cosa, uno ya se imagina cómo continuará. Pero no, querido lector. Este espacio tiene mucho más de lo que, por lo menos yo, esperaba encontrar. No son sólo mapas, no son sólo estadísticas, que claro, las hay y en gran cantidad —¿y cómo no? Sí son importantes para comprender lo que ha sucedido en este país—. Sin embargo, también hay dibujos, fotos, videos, entrevistas, música, y voces. Muchas voces. Pues no hay manera de transformar a Colombia sin que los colombianos oigamos a quienes nunca pudieron hablar, sino hasta ahora.
Este es un abrebocas bastante prometedor de lo que será el Museo que, según la Ley de Víctimas de 2011, debe promover la memoria del conflicto y contar la verdad de lo sucedido. Este Museo que lleva años prometiendo y que ya comienza a parecer más real, deberá estar listo para el 2020. Para esto, se aprobaron $61.295.580.000 como presupuesto, el 26 de diciembre del año pasado y ese mismo día, la Secretaría Distrital de Planeación dictó una Resolución por medio de la cual adopta el Plan de Implantación del Museo Nacional de la Memoria que quedará en Teusaquillo.
Más allá de su opinión frente a la complicada situación política que vive el país, no sólo por las campañas presidenciales, sino por la situación violenta en el Catatumbo, los dineros de la JEP, la crisis fronteriza, entre otros, mencionar lo positivo que hay en una iniciativa que refleja el esfuerzo serio y comprometido de los creadores del Museo, es válido.
No es importante su filiación política acá, a menos de que sea una persona que niegue la existencia de una violencia que ha cobrado miles y miles de vidas, tanto un uribista como un santista pueden aprender y reflexionar en el recorrido ¿Por qué? Porque no sentí que estuvieran culpabilizando a las guerrillas más que a los paramilitares o a los políticos corruptos más que a los terratenientes, al ejército o a la misma sociedad. Acá los protagonistas no son ellos, son las personas desarmadas, campesinos, indígenas, afros y ciudadanos vulnerables.
Es lógico que cargar un fusil le otorga un grado muy alto de responsabilidad a los personajes de esta historia, pero pasa que es momento de dejar de ponerlos a ellos en el centro y poner a las víctimas ahí. Es fácil decir que ellas importan, que merecen respeto. No es tan fácil actuar acorde a esas palabras y conocer sus historias, oír sus voces y concientizarse, no sólo de la historia del país, sino de que muchos de nosotros jamás sabremos lo que ha sido, realmente, la vida de tantos colombianos que han padecido un conflicto un tanto propiciado por nuestra indiferencia.
Es por eso que fue esperanzador ver a tantas personas asistiendo a este espacio en la Feria del Libro y ojalá todos separaran un ratico de su jornada en Corferias para visitar Voces para Transformar a Colombia. Ahora la FilBo no es sólo de los libros, es de cultura, identidad y memoria.