La idolatran en varios lugares. Grandes y chicos le tienen fe. Los seguidores de las cajas de música depositan una moneda para que se les haga el milagrito: un traguito que cure, anime y alegre.
Coleccionando
En el patio delantero de una casa blanca esquinera en Nicolás de Federmán se encuentra estacionado un Willys modelo 1978. Imponente. Es verde militar, con una capa beige oscuro para el techo y las puertas. Algo indica que en el interior de esa vivienda se esconden más reliquias. Al lado derecho de la puerta, recibiendo a todo aquel que entre a la sala, está ella. Más imponente aún. Sus luces se pierden con las lámparas que cuelgan del techo, pero tampoco son imperceptibles. Son verde en la parte de arriba y azul en la de abajo. La tienda del guaro reza la rockola de Omar Cárdenas, modelo 1978, como su carro.
Rockola de Omar Cárdenas // Fotografía tomada por: Karen Guerrero
Omar es un manizaleño amante de la música y el baile. Es un coleccionador bien rumbero y su sala lo delata. Al lado de su chimenea tiene una colección de vinos y una vitrina repleta de botellas de licor en miniatura. Tiene una torre con 4 equipos de sonido de distintos tamaños y modelos y con estos, 8 parlantes distribuidos en toda la sala y una puerta que esconde un cuarto con al menos 200 CD’s.
Tiene unas congas rojas, unos bongos cafés y una guacharaca. Y allá, en la esquina de la entrada, permanece ella. Es una Seeburg Stereo Showcase. Lleva 15 años en esa casa y es producto de un cambiazo que por un millón de pesos llegó de tierras manizaleñas
Omar recuerda ver rockolas como la suya, de discos de acetato de 45 rpm, en bares, cantinas, cafés y salones de baile. Todas se encontraban en barrios populares. Evoca, al mismo tiempo, esos encuentros de jóvenes y grandes, de mujeres, hombres y coperas –las damas que atendían dichos establecimientos–. Se reunían amantes de la música popular, bohemia y, especialmente, de los boleros. Se daban apoyo entre corazones rotos, porque para Omar la rockola simboliza también el desamor. “¿Si ve esos quemones de cigarrillo? Eso es muestra de que las personas despechadas se recostaban a fumar y beber mientras repetían y repetían una canción”.
Cerveza, guaro y cigarro para aliviar el dolor.
Con elegancia y orgullo mostró la funcionalidad de su reliquia. La conectó y al instante se encendieron las luces. La destapó para conocer sus partes y ahí estaba la discoteca –donde están ubicados todos los discos– y el tren de tocadiscos –encargado de recorrer la discoteca en busca del seleccionado, retirarlo con un brazo, reproducirlo y devolverlo–.
Introdujo una moneda y se activaron dos luces más. Una roja y una azul. Ambas ubicadas al lado del monedero. Al azar presionó, al tiempo, una tecla de una letra y una tecla de un número para seleccionar la canción. Hizo lo mismo 3 veces. De repente, el tren emprendió marcha. Se desplazó hasta encontrar el disco: S5. Lo tomó, lo reprodujo y empezó: “El que inventó la navidad no estaba solo/ y mucho menos en momentos de tristezas / porque no contarían con los afligidos/ para que en diciembre olvidarán sus penas”. Esta navidad no es mía de Darío Gómez.
Omar Cárdenas // Fotografía tomada por: Karen Guerrero
Luego de “El Rey del Despecho” la rockola saltó a Vicente Fernández. “Ella tiene memoria, pero va reproduciendo según el orden en el que las encuentre”, explicó Omar. Y Mientras fue el turno de “El Rey de las Rancheras” recordó las épocas doradas de sus fiestas manizaleñas. “En los bares donde se bebía en épocas de feria la música que se ponía era música de baile. Ponían al lado una persona que tocara los timbales. Entonces había un percusionista con música de fondo, pero esa estaba puesta en estas cosas”, y sonriendo tocó su rockola.
La reliquia de Omar cuenta con 80 discos, es decir, 160 canciones –cada disco tiene un tema por cada lado–. Tiene de dónde escoger. Galy Galeano, Antonio Aguilar, Cornelio Reyna, Los Inquietos, Calixto Ochoa, Alci Acosta, Pedro Infante, Julio Jaramillo, Rocío Durcal, entre otros, engalanan la función que su rockola tiene para dar.
—¿Qué significa para usted la rockola?
—Representa mi infancia. Estaba por todo Manizales. Es un recuerdo de la niñez, cuando me asombraba por los sonidos y colores vistosos.
De los acetatos de 78 rpm se pasó a los LP, los de 33 –estos surgieron casi a la par que los de 45–. De los LP se saltó a los casetes para luego llegar a los discos compactos. Y todo esto, varias décadas después, fueron reemplazados por la era digital.
Mientras Omar se deleita algunos de sus fines de semana con esa añeja y majestuosa máquina que se roba el protagonismo de su sala, otros se encargan de perpetuar el ocio que una caja de madera puede producir.
Ensamblando
Carrera 10 # 20 – 65. Un letrero grande de Poker anunciaba la llegada. Sonaba música, pero no encontraba un solo equipo. Había muchas luces de colores, pero no era navidad. Había botellas de licor, pero no era un bar. Había tapas de cerveza, pero no había destapada tan solo una. Había carros y motos, pero no era un parqueadero. Había una hummer roja y otra azul. Estaba Homero Simpson, Moe, el cantinero, Bender de Futurama, Vicente Fernández y varias mujeres. ¿Qué hacían juntos? Son los protagonistas de las rockolas que Carlos Arenas y sus sobrinos hacen todos los días.
Llevan 15 años en el negocio y tan solo tres en ese local. Antes trabajaban en el patio de la casa y las hacían por alquiler para repartir entre barrios o pueblitos cercanos. Ahora tienen un taller en el segundo piso, las promocionan por internet y WhatsApp, y las venden para cualquier ciudad.
Esteban y Andrey –los sobrinos- junto a Alberto ensamblan rockolas, boliranas y máquinas de videojuegos de lunes a sábado y tardan dos horas en promedio para dejarlas funcionando. FC technology y mayoristas. SAS, el negocio de Don Carlos, vende cerca de 80 o 90 productos al mes y más o menos 30 o 40, como calcula Andrea, la sobrina, podrían ser solo de esas maquinitas que por una monedita llenan de sabor.
El segundo piso tiene el taller y la bodega. Subir implica repetir el encuentro con los personajes de abajo –mujeres, carros, tapas de Heineken y Redd’s, botellas de Corona, Red Label, Jack Daniel’s, Buchanan’s y Chivas Regal– pero arrumados, uno encima del otro, con el recuadro de la pantalla vacío, sin luces para animar, todos, recién llegados de la carpintería.
El taller no es más que un pequeño espacio de aproximadamente 2 metros de un lado por 3 del otro, con mesas deterioradas pegadas a cada pared, un espacio libre en el centro y rodeado de bafles de distintos tamaños cubiertos de aserrín. A las 10:42 de la mañana Alberto empezó a alistar todos los instrumentos necesarios; una nueva cajita musical iba a entrar en operación.
La paciente ya esperaba en la mesa. Era roja y tenía una mujer que exhibía una botella de Grand Old Parr. Ya había pasado por la sesión de taladro para abrir los huecos de las luces, ya tenía monedero y teclado pegados y asegurados, y el multitoma ya estaba instalado; ahora venía todo lo del interior.
Alberto se sentó en un bafle frente a una mesa llena de cajas: cables, tornillos, tuercas y empezó. Destapó la rockola. Con destornillador eléctrico y cautín – herramienta para soldar– en mano, trabajó. Le colocó el cable al monedero. Luego instaló el ventilador en la parte trasera de la máquina. Y mientras comprobaba que este girara, Esteban puso música. Entonces, la rockola que anima a los trabajadores cantó: “Otra no puede haber/ si no existe me la inventaré”.
Alberto armando una rockola // Fotografía tomada por: Karen Guerrero
Después pasó a la pantalla y el sensor. En seguida se dispuso a jugar con el espacio para acomodar la board, el disco duro, la fuente y el cajón de las monedas en el interior de la cajita musical. Hizo el cruce de cables necesarios. Tomo un cable VGA para unir la pantalla con la board y prendió el multitoma. Conectó el teclado y Windows xp empezó a cargar. Solo restaban las 2 cabinas. La operación había finalizado.
A las 12:30 Alberto ya se preparaba para almorzar.
Las rockolas de Don Carlos cuestan entre 900.000 y 1.800.000 y viene con 35.000 canciones. Se distribuyen principalmente para “tomaderos” ubicados en Soacha, Bosa y Kennedy. Además, quien se la lleve, tendrá el lujo de ofrecerle a los consumidores dos canciones de regalo. “Cada canción son 200 pesos y por 5 canciones se le enciman dos”, cuenta Andrea, ¡Cortesía de la casa!
—¿Por qué cree que el negocio se mantiene?
—Porque cuando usted tiene un televisor en el negocio tiene que estar pendiente de la música y por estar pendiente de la música puede descuidar al cliente. —expone Don Carlos.
—¿Qué significa para usted la rockola?
—Siempre será algo tradicional, decorativo y novedoso.
Disfrutando
Las rockolas digitales, con pantalla y teclado numérico, aunque recónditas y quizá olvidadas por la onda de YouTube, aún viven. Llegan a un establecimiento universitario como Donde Cris, se mantienen con el pasar de los años en uno tradicional como donde Doña Ceci y es el elemento distintivo de Oye bar.
—Llevamos 20 años abriendo los 365 días del año —dice doña Ceci.
Carrera 4 # 12 D – 18. A una cuadra del eje ambiental. Pleno centro de la ciudad. Estudiantes y trabajadores. Hombres y mujeres. Jóvenes y cuarentones. Citadinos y extranjeros beben pola o copas de guaro y tequila al son de 3 rockolas.
Una pequeña entrada que exhibe papas, manimoto, chocolatinas jet, entre otras galguerías; esconde 3 pisos de música. Las mesas no daban abasto. Trabajadores con chalecos naranjas, rojos o azules no dejaban de servir como de “coperas” para todos los asistentes. Rubén, el trabajador del sótano, por ejemplo, despachaba casi 10 cervezas en 4 minutos y de fondo se escuchaba Cómo podré disimular del grupo Niche.
Entretanto, Isabella, una egresada de la Tadeo, alistaba las siguientes 5 canciones. Sus amigos la enviaron por un vallenato, un rock, una salsa, una ranchera y la última, libre elección de la DJ. Estaba frente a una de las rockolas digitales más antiguas. Con media tera de capacidad, gorda y alta. Quizá tan alta como ella, 1.60 y 1.70. Roja y con parlantes negros. “Es un muy buen lugar para pasar un buen rato y de aquí salir para otro lado. Nos gusta venir porque el ambiente es chévere y podemos poner la música que queremos”, expresó.
De Farid Ortiz saltó a Aerosmith con Falling in love. Apenas para comprobar que lo que decía Rubén era verdad. Los clientes de doña Ceci son bien rockeros. Por eso, no importa que las canciones más nuevas de sus rockolas sean apenas del 2014.
La protagonista en el primer piso es una guitarra eléctrica naranja. Está en todo el frente de la caja, el lugar de doña Ceci y es protagónica porque abastece la rockola de arriba que está solo de decoración.
Cada rockola puede darle a este tradicional negocio 150.000 pesos mensuales, sí, poco, pero es que su principal finalidad no es el lucro; lo es la facilidad y la libertad de sus consumidores. Por ello, cuando nadie mete una monedita, la guitarra, por sí sola, escoge cualquier temita y lo suelta.
—¿Por qué cree que los lugares con rockolas son escasos?
—Porque quizá no hay clientes adecuados a las rockolas. Los de aquí sí están acostumbrados y por ahora no va a cambiar.
Asimismo –por facilidad y no rentabilidad– funciona la rockola en forma de acordeón que adorna Oye bar. Un localcito, más bien pequeño, ubicado en Villa del río, un barrio al sur de la ciudad de clase media, pero más cercana a alta que a baja. Sus paredes son verdes y rosadas oscuras y la iluminación es poca. Sin embargo, unas lámparas de tubo fluorescente azul le dan un aire de taberna ameno. El lugar está lleno acetatos. En algunas paredes están ubicados simétricamente. En otras, por el contrario, el desorden es lo que causa la armonía. El local es atendido por Oscar y Consuelo, una pareja de esposos.
Al fondo había un grupo de cuatro mujeres y un hombre entretenidos con una bolirana ¡Una dupla perfecta con la rockola! Y Mientras apuntaban a la boca de los animales y bebían una caja de aguardiente, coreaban: “Amanecí contento/ voy a seguirle dando/, amanecí contento/ voy a seguir parrandeando”. Un éxito de Jhon Alex Castaño.
Oye bar es un sitio, en su mayoría, para personas mayores que priorizan la música popular y el vallenato. Oye bar es un local en el que, por economía y preferencia de los clientes, un televisor plasma permanece apagado y un acordeón con pantalla nunca deja de sonar.
—El televisor te implica pagar internet y eso no baja de 140.000 pesos. Conseguir un computador y estar ahí pegado para la colocar la música. es más trabajo. Además, es más peligroso.
—Entonces, ¿el televisor para qué?
—Únicamente para partidos. De resto, a la gente le gusta la rockola y es algo diferente a lo que hay por acá.
Más de 41.000 temas, sin pagar una moneda, están disponibles para los clientes de este barrio. Se ofrece desde La pareja ideal de Marisela hasta Despacito de Luis Fonsi. El control de don Oscar siempre está listo para aumentarle los créditos al acordeón y que con una pola en la mano cualquiera pueda escoger su canción.
Sin embargo, hay quienes hacen de estas cajitas de música, una esperanza para “las vacas flacas”, como lo indica Cris, la administradora de un bar en Chapinero, en plena zona universitaria. El local abrió apenas el 15 de enero.
—¿Por qué abrir un negocio y poner una rockola?
—Porque la rockola es el atractivo de los estudiantes.
¿Qué pensaría Omar, fiel defensor de la tradición, al notar que una rockola reproduce reggaetón, champeta e incluso, aleteo? La pregunta es: ¿Sabrá qué es el aleteo?
Pues cuando Cris compró su rockola, gris, con forma de tapa de cerveza de Club Colombia, le dijo al técnico: “Quiero la música más moderna para los chicos” y por eso es que los pelados se pueden sentir en una discoteca con tan solo unas cuantas monedas. Y su demanda es tal que en tampoco tiempo ya requirió una actualización.
Establecimiento 'Donde Cris' // Fotografía tomada por: Karen Guerrero
'Donde Cris' es un local grande con paredes blancas y naranjas. Tiene una pantalla grande de video beam y unas luces de colores que ratifican eso de que allí no solo se bebe sino también se baila. Las sillas y las mesas son de madera. Cerca de 100 a 120 sillas dan muestra de la cantidad de estudiantes que de lunes a viernes se reúnen para disfrutar. Los sábados son los trabajadores de oficina los que se apropian del lugar. Entonces la rockola vuelve a la ranchera, la música romántica y los boleros.
Cris, amante de Javier Solis, Julio Jaramillo y la buena salsa, ya se acostumbró a J Balvin, Ozuna, Maluma y cómo no Alzate y sus amigos. En medio de carcajadas y brillo en sus ojos asegura sentirse más que feliz con lo que hace. Asegura, también, no destapar la rockola sino hasta cuando se vengan tiempos de austeridad. Por ahora, calcula que, gracias a los universitarios, en un mes de trabajo, por bajito, ya le tienen 300.000 para el próximo arriendo.
127 años después de la aparición de este artefacto, heredero del gramófono, fonográfo y la pianola; las rockolas, aunque escasas, no están próximas a desaparecer. Hoy demuestra que su disfrute es para todos; no distingue entre clases, edades y labores y menos, de ritmos.
Toda la gloria sea para esa bella caja musical que hace que el despecho sea más llevadero, que Chente se cante a grito herido, que el reggaetón se baile más bueno y que el guaro entre más facilito. Por los siglos de los siglos. Amén.