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  • María Pía Wohlgemuth Neira -

La polarización por encima de la decencia


Bajísimo es el porcentaje de popularidad de Humberto De la Calle a menos de una semana de las elecciones presidenciales: 1.9%. De hecho, según reveló la encuesta Invamer, es el que tiene la imagen más desfavorable junto con Gustavo Petro, candidato de la izquierda radical con quien tiene poco y nada en común. ¿Qué le pasa a este país?, ¿por qué?

Humberto De la Calle en la Constituyente // Foto de Wikimedia Commons

Fácil –o no tanto-: Colombia le tiene rencor a De La Calle, un rencor que le demuestra con una horripilante ley del hielo. Aunque, mientras que Petro y Duque encabezan la lista de “por quién nunca votaría”, porque los de uno nunca votarían por el otro, De la Calle no protagoniza ni las peleas, ni las borracheras de bares a las 3 a. m. ni los almuerzos familiares. No es el tema de conversación, es invisible. Explicar este fenómeno es diferente que hablar del odio que muchos sienten por otros de los candidatos que sí tienen enemigos públicos declarados.

Ahora, la casi exclusión de Humberto De La Calle en las encuestas es decepcionante, estresante y frustrante. Aún en este punto, el 50% de los encuestados teme que Colombia se convierta en Venezuela y esto es algo que se le atribuye a Petro o a De La Calle, quienes en su presidencia respetarían lo pactado con las FARC. Pero no se trata de eso, porque no hay nadie que quiera la guerra y que los excombatientes regresen al monte; acá lo que divide la opinión es el miedo al castrochavismo. Ese fantasma que despierta a Uribe durante las noches y que, según muchos, arrulla a los candidatos de izquierda todas las noches.

La diferencia entre el jefe negociador con las FARC y el ex alcalde de Bogotá es que el primero jamás ha hecho afirmaciones que se asemejen a amenazas de expropiación ni tampoco ha tenido pelos en la lengua para criticar al gobierno de Nicolás Maduro: “Venezuela hoy es una dictadura, Maduro es un dictador”, dijo a comienzos de este año. Fue bastante diferente el caso de Gustavo Petro, quien tardó demasiado en aceptar que el gobierno venezolano es un desastre, y apenas esta semana afirmó en BluRadio que Maduro sería su rival más grande. ¿Lento pero seguro? Difícil decirlo, sobre todo cuando las cosas con Petro no siempre terminan siendo “seguras”, ya que su capacidad de ejecución es realmente pésima y esto quedó comprobado con varias de sus promesas de campaña para Bogotá, promesas que, en general, no cumplió.

Muchos preferentes de la derecha dirían que De La Calle y Petro son de izquierda para definir sus proyectos políticos. Esta es una verdad a medias, pues no son simplemente izquierda. Petro tiene ideas políticas mucho más ligadas al extremo, aunque su proyecto económico no se aleje de unas propuestas liberales, mientras que De La Calle es mucho menos radical. Según él, no pertenece a ninguna de estas dos alas políticas, porque no cree que el debate deba centrarse en esto. En el discurso social, los dos promueven la igualdad de género, los derechos LGBTI y reconocen las dificultades de las personas más vulnerables.

Por supuesto que esa izquierda radical de Petro se caracteriza por su austeridad. Eso se pudo comprobar en la declaración de renta que presentó en… ¡Ah, no! Es el único candidato que no ha revelado cuánto capital posee, más allá de sus polémicos zapatos italianos, que no tienen una importancia real. Ni siquiera sus adeptos pueden negar que esto es sospechoso. En cambio, Humberto De La Calle sí la presentó: 1.735 millones de pesos y pagó 14.6 millones. Es una cifra bastante baja en patrimonio, en comparación con la de Vargas Lleras (2.695 millones de patrimonio) y la de Fajardo (2.206 millones).

Tampoco se le puede restar importancia a la larga carrera a De La Calle, que es el más preparado de todos los candidatos: empezó como registrador nacional del Estado Civil (1990-1986) y magistrado de la Corte Suprema, luego fue ministro entre 1990 y 1993, después hizo parte de la creación por la pluralista Constitución de 1991. Fue vicepresidente en el gobierno de Ernesto Samper, pero renunció por el escándalo del Proceso 8000. Más adelante se desempeñó como Ministro del Interior, además de haber participado en la aprobación de la Carta Democrática Interamericana, para después retirarse de la vida pública por un tiempo. Años después, hizo parte de la FM en 2012 y, durante el primer gobierno Santos, fue designado Jefe del Equipo Negociador en el Proceso con la guerrilla de las FARC.

Todo lo anterior contrasta con la carrera de Gustavo Petro, quien también cuenta con experiencia, pero más reducida: tuvo varios cargos públicos en Zipaquirá cuando era muy joven, luego hizo parte del M19. En 2006 entró al Senado por el Polo Democrático, pero renunció para postularse a las elecciones por la presidencia de la República en 2010. Poco después, fue candidato y alcalde electo en las elecciones por la Alcaldía de Bogotá, donde estuvo entre 2012 y 2015.

En definitiva, ambas carreras distan inmensamente una de la otra, ya que De La Calle no solo tiene más experiencia, sino que conoce más la historia del país, sabe más sobre administración pública, tiene experiencia en cargos relacionados con política exterior y no representa un extremo que sí representa Petro desde sus comienzos. Es más, toda esa experiencia y su personalidad austera y sencilla, le permiten a De La Calle tener un tono y una forma de dirigirse a la población que es mucho más sensata, que las ínfulas mesiánicas con las que carga Gustavo Petro a donde va.

No obstante, y para nuestra desgracia, Colombia es un país que ama los contrastes, pero que no reconoce matices. Acá se trata de blanco y negro, acá no interesa que un candidato abogue por la paz, si no lo hace aplastando a otros. Así lo hace Duque, así lo hace Petro. No hay enemigos de la paz, nadie quiere la guerra –o eso repiten sin cesar– pero algunos prefieren dividir al país en dos, usando la antigua táctica del miedo, la falacia del falso dilema, la estrategia de encontrar o inventar un enemigo común que pueda aglutinar a un amplio grupo. A Petro le fascina exacerbar el resentimiento de clases, hablar de los ricos, los oligarcas y de los pobres, con el fin de sembrar odio, no de destruirlo.

Ahí es donde falla De La Calle, ahí es donde cometió la peor “embarrada”: ser decente. Una profesora afirmaba la semana pasada: “El problema de él es que es muy decente. Demasiado, diría yo. Y eso no funciona, no puede haber un presidente tan decente porque se lo comen vivo”. Tiene razón, es una razón triste, porque significa que Colombia es un país de odios, que no está dispuesto a poner en el poder a una persona que ve más allá de la rabia y de las batallas, que aunque es la mayor, a veces pareciera ser la más joven por su manera de ver el mundo.

Entonces, Petro se encuentra del lado izquierdo de la calle y el exjefe negociador se encuentra más cerca del consenso, y más alejado de un cruce de los límites permitidos. Irónicamente, mientras uno de ellos está prácticamente encabezando las encuestas, el otro se esfuerza porque alguien le ponga algo de atención. ¡Es una locura! O por lo menos lo sería en cualquier otro lugar, pero no en Colombia: un país malagradecido y que no sabe reconocer el trabajo de quienes, literalmente, han dado su vida por él.

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