Las trenzas y los turbantes son herencia de las culturas afrodescendientes quienes representan el 10% de la población colombiana
Foto CC de Oscar Obians en Unsplash
Hacerse una trenza en el pelo es una labor casi mecánica: se cogen tres mechones de cabello y se pasan uno por encima del otro apretando fuerte para que perdure. El proceso se repite desde la raíz hasta las puntas. Es un estilo, además, popular: mujeres de la farándula llevan en alfombras rojas y en YouTube se encuentran miles de tutoriales de cómo hacerlas. No obstante, el secreto de que las trenzas aceleran el crecimiento del cabello no es el único. Estos tejidos guardan otros tantos para las comunidades afrodescendientes que llegan a nuestro tiempo gracias a la tradición oral.
—¿No puede responder a un tema de comodidad? Hacerse trenzas, por ejemplo, da menos calor – Le pregunté a Eduardo Restrepo, profesor de Estudios Culturales de la Universidad Javeriana, que ha trabajado casi 30 años con comunidades afro.
—Podría verse así, pero la perspectiva utilitarista está en contra de lo que somos –me aseguró Restrepo– Los seres humanos nos definimos por hacer las cosas complicadas. Eso es la cultura.
“Los esclavos se robaban todo –cuenta María Aguilar, lideresa afro del norte de Cartagena– entonces les requisaban la ropa, la mochilita. Pero si se hacían un buen moño o una buena trenza, podían meter piedritas de oro o semillas que más tarde vendían para solventar cualquier necesidad”. Esta costumbre de guardar cosas en el pelo se la aprendió María a su abuela quien, cada que salía a visitar a alguien en otro pueblo, escondía en sus trenzas las semillas de las plantas que allí faltaban.
Para Shadya Harvey, mujer negra de Santa Marta que trabaja en procesos de reconocimiento con afros de su ciudad, aunque los peinados nacen en África, obedecen a una molestia del blanco por el pelo negro, obligando a los esclavos a cubrir su cabello o a trenzarlo.
Restrepo hace la salvedad de que no hay una sola África y pone el ejemplo de un pastor masai de dos metros, al lado de un pigmeo. Aunque sean del mismo continente, la fisionomía es distinta y, en el mismo sentido, la cultura es distinta: “Por supuesto que hay continuidades que vienen de África; por supuesto que la gente no cayó del cielo y hay procesos de esclavización, de trata y de cimarronaje, pero hay muchos elementos que son netamente de América y además África no es una África, sino muchas Áfricas”.
—Cuando aquí se acaba la esclavitud –dice Harvey– el indígena coge para su tierra, pero el negro africano que estaba aquí, ¿para dónde coge?
En el mismo sentido, no hay una sola identidad afro: la diáspora provocó, como me aseguraron Harvey y Restrepo y como demuestra la historia, que en Colombia tengamos comunidades negras en la costa Caribe, en todo el Pacífico y hasta en el Amazonas. Personas de todos los rincones de África llenaron múltiples rincones de Colombia y tuvieron que adaptarse a nuevos climas y a nuevas condiciones.
Tanto Harvey como Emilia Valencia Murraini, presidenta de la Asociación de Mujeres Afrocolombianas insisten en un relato que ha reivindicado la importancia de estos peinados: En la época de los cimarrones –como se conoció a los esclavos libertos– se tejían en el pelo las rutas de escape liderados por Benkos Biohó.
Según escribe Valencia: “Como ellas [las mujeres] no estaban tan vigiladas, podían husmear por los caminos que recorría el amo. Divisaban el paisaje, los ríos, las montañas y las tropas del ejército español. Y en su pelo tejían lo que veían, a través de mapas de huida en marañas trenzadas, delimitando los senderos transitados”.
El profesor Restrepo, sin embargo, desconfía de la veracidad histórica de esto: “En primer lugar, no hay un fundamento empírico –asegura– ¿Dónde está ese documento que dice, por ejemplo, que a unos cimarrones les descubrieron eso? En segundo, ¿cómo para qué? Gente que tiene una lectura del espacio como la que tenían los esclavos o como la que tienen los campesinos, no tiene que ser marcada en un mapa. La misma noción de mapa es muy occidental”.
Harvey asegura que las trenzas que no son pegadas a la cabeza, se desarrollaron con el cimarronaje y son llamadas trenzas ‘libres’. Posteriormente, agrega, las trenzas no son tanto un símbolo de resistencia o de libertad, sino un intento de “dominar el cabello”.
Ahora bien, Restrepo y Harvey coinciden en que la noción del pelo negro como pelo malo sigue más que vigente en nuestra cultura. Al respecto, la activista samaria dice: 'El amo en la hacienda nos decía ‘tréncense el cabello porque nos molesta’, acá nos dicen ‘alísense el cabello porque nos molesta verles el afro, lo de ustedes está mal peinado’, nos dicen que no está arreglado, no es profesional y no es presentable”.
Restrepo, por su parte, piensa que los discursos de la forma en la que se lleva el pelo son una problematización de “las estéticas blanqueadas, occidentalizadas, que han incorporado en el imaginario que el pelo negro es un pelo malo”, pero cambian ese enunciado por uno en el que el pelo afro es bello, un símbolo de lucha y resistencia.
—Vos te parás en Santa Bárbara de Timbiquí –dice Restrepo– y ves que casi todas las mujeres tienen extensiones o tienen diferentes intervenciones en los cabellos. Pero también hay una dignidad corporal negra. Las mujeres que se ponen extensiones valoran mucho su cuerpo.
Así, como dice Harvey las trenzas, las extensiones o el afro que llevan las mujeres negras dejan de ser un símbolo de dominación: “si quieres llevarlo alisado, llévalo, pero no porque estés negando tu identidad, sino por convicción”.