El objetivo de la muestra en el Museo de Artes Miguel Urrutia es recordar al fotógrafo de Aracataca, quien, en su momento, fuera considerado uno de los mejores del mundo.
Leo Matiz (derecha) en compañia de David Siqueiro y su esposa.
El nombre ¡Luz, más luz! surgió de una lectura que Sigrid Castañeda y Julien Petit, organizadores de la exposición de la vida artística del fotógrafo Leo Matiz, hicieron del texto “De sobremesa” de José Asunción Silva. Su tesis central se basa en el desarrollo acelerado de la ciudad moderna luego de la llegada de la luz; pues habla de que sin luz no hay fotografía, pero sin oscuridad, tampoco. Y concluye: “luz, más luz sobre las cosas invisibles…”
La exposición, que se lleva a cabo en el tercer piso del Museo de Artes Miguel Urrutia (MAMU), se inauguró el 6 de abril e iba, en un primer momento, hasta julio, pero a petición del público, decidieron extenderla hasta el mes de octubre.
Los curadores, ambos empleados del Banco de la República, se dedicaron más de un año y medio a investigar la vida y obra del artífice.
La manifestación consta de tres momentos importantes:
El primero, que da cuenta de sus días en Bogotá y Colombia en general; espacio en el que se retratan las primeras fotografías de Matiz y se cuenta la historia de cómo inició en este campo (empezando como caricaturista de El Tiempo) pero con la intención de estudiar aviación, cosa que nunca ocurrió.
Esta sección llamada “La lección de Ramos”, haciendo referencia a Luis Benito Ramos, muestra también obras importantes del primer personaje que indujo a Matiz por esta vía del arte. En ese momento, alrededor de 1930, comienza la aventura de recorrer Colombia y fotografiar lo social: desde indígenas y campesinos hasta personas en sus trabajos comunes.
En la siguiente área están reflejados sus años en México, donde conoció a David Alfaro Siqueiros, otro de sus grandes maestros. Siqueiros era pintor y ambos trabajaban como equipo. En esta etapa, Matiz se consolidó como profesional al contar con un estudio propio y con modelos dispuestos a su imaginación. Sin embargo, luego de un conflicto entre ambos por supuesto plagio, Leo se vio en la obligación de salir del país y volver a su vida de nómada.
En el último espacio llamado “El camino a la abstracción”, Venezuela se resalta como un país que le ayudó a despegar su creatividad al dejar atrás el ámbito social y empezar a trabajar con lo abstracto y los símbolos geométricos; en el que dio un paso más hacia el progreso en su vida profesional.
La fotografía se combina con el arte en las tres zonas. ¿Por qué? Sigrid y Julien querían precisamente eso: resaltar el proceso de estas obras como conjunto, porque ni las fotos ni las pinturas nacen solas, sino que se necesitan de referentes para sacarlos adelante. Por esta razón aparecen nombres como Ignacio Gómez Jaramillo (muralista antioqueño), Carlos Cruz-Diez (artista plástico) y Alejandro Otero (pintor y escultor).
Alfarero (sin fecha). Fotografía tomada en la exposición
Por otro lado, una de las características del trabajo de Matiz Espinoza es que muy pocas veces usaba color en sus fotografías. Lucía Gómez, guía de la exposición, lo cita indirectamente diciendo: “para él, a veces el color distrae y se pierde la atención de la acción que está queriendo mostrar la foto.”
Un dato curioso es que, luego de este momento que atravesaba el fotógrafo, decidió volver a Bogotá y, en medio del caos, se enteró de una galería en venta. Con sus ahorros, decidió comprarla e impulsar a los artistas que, como él, estaban siendo rechazados y olvidados a pesar del trabajo previo que habían realizado. De la mano de Botero, en la Galería Leo Matiz, crearon un espacio conocido como “El Salón de Los Rechazados.”
María Camila Giraldo Gómez, comunicadora Social con énfasis en desarrollo y experta en fotografía, afirma: “me tomo la libertad de decir que el fotógrafo siempre cargaba su cámara para donde fuera y así capturaba momentos de la vida cotidiana de una forma que solo él sabía lograr. Creo que, si hubiera vivido en la época de conflicto armado en Colombia, arriesgaría su vida por un buen resultado. Además, el amarillismo nunca estuvo dentro de su galería como sí en otros fotógrafos contemporáneos”. Luego de 20 años de su fallecimiento, el cataquero sigue vivo en las conversaciones de los amantes de este arte, en los museos, en las calles y, sobre todo, en sus obras.