Versión online columna NYT, tomada el 24 de octubre de 2018
Obama tuvo un congreso republicano en su contra en su segundo período. Líderes de opinión y medios de comunicación, incluido el New York Times afirmaron que Estados Unidos había entrado en un periodo de ‘ingobernabilidad’ y hasta se dijo que la oposición se fundaba en motivos racistas. A Trump se le volteó un alto funcionario y publicó una columna anónima en el Times asegurando que existe una ‘resistencia secreta’ dentro del gobierno y el mismo diario salió a decir que es un ejercicio de la libertad de expresión, principio democrático en el que se funda su gran república.
No. Esto no puede ser así.
Una sociedad con una tradición de derecho como la norteamericana —con una Constitución desde su independencia— ha contado con tiempo suficiente para socializar las normas y construir un proyecto de nación en torno a estas. Los abogados le llaman a eso seguridad jurídica. Sus principios jurídicos de libertad, democracia, institucionalidad y propiedad privada están tan arraigados en la cultura que es común escuchar en películas de Hollywood una máxima tipo: “This is what America stands for”.
¿Por qué entonces la oposición a Obama fue vaciada de legitimidad y lo que recibe Trump es disfrazado de libertad individual? En otras condiciones, las trabas en Cámara y Senado pasarían por un ejercicio democrático, un vaivén de ‘la cosa política’. En otras condiciones, un alto funcionario de la Casa Blanca que se rehúse secretamente a cumplir órdenes, sería procesado por traición a la patria.
Donald Trump es incendiario e irreverente, arremete contra periodistas, mujeres, la izquierda y, en general, contra todo. Es difícil no odiar a un personaje que violenta la justicia y hasta mi propio oficio. No obstante, la institución que él encarna lo excede. Tampoco sería justo, entonces, negar que fue elegido por una mayoría considerable —aunque eso siga siendo investigado—. Sus 62 millones de electores sí que se sienten representados.
El discurso de Trump no es más que el reflejo de posiciones generalizadas dentro de la derecha: neoliberalismo, xenofobia, misoginia y evangelización son disfrazadas en agendas políticas de temas como el aborto o el cambio climático. Impotentes, los demócratas han adoptado otra estrategia: atacar la institución que Trump representa. Lo han llamado loco, niño, depredador sexual y otros calificativos que lleven a la opinión pública a considerarlo impropio de su cargo.
Estos tiempos convulsos nos quieren llevar a creer que ‘a’ es igual a ‘b’, pero ‘b’ no es igual a ‘a’. Pero aquí lo que sucede es un rompimiento de la seguridad jurídica por convicciones políticas. Puede que no tenga la autoridad moral para decirlo, pero this is not what America stands for.