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Mariana Saldarriaga -

Amante de otra época


Hemos perdido la capacidad para tener curiosidad por las cosas, estamos atrapados en la modorra del facilismo y la inmediatez. En nuestra sociedad aspiracional y material se nos ha olvidado que el arte, como expresión popular por ejemplo, es una necesidad, una forma de salir del espasmo y la quietud. Estanislao Zuleta decía que “las sociedades sin arte son producto de la destrucción de la vida social”, y para allá vamos si no recuperamos esa manera de vivir donde intentemos narrar y hablar por una cotidianidad que parece surreal.

Ilustración: Natalia Latorre

No se trata solamente del arte como producto, consumo, especialización o gremio, sino como la producción colectiva de un pueblo que tiene esa necesidad por encontrar y prudencia por evitar. A veces parece que no sabemos a qué pertenecemos ni con qué nos identificamos, y terminamos imbuidos en medio de los extremos excesivamente emocionales o racionales e individuales.

Es por esa sensación abrumante, que algunos días me encuentro a mi misma añorando otras épocas, otros momentos, donde las lógicas artísticas, las relaciones humanas, y el aprendizaje se basaban en el disfrute de lo simple. Si añorar lo pasado es correr tras el viento, entonces ser velocista de medio tiempo podria convertirse en un hobbie; identificarse con lo que ya no vuelve es definitivamente sentirse como mosca en leche en el presente, pero esa es la sensación que dejan la forma en que se desarrollan las decepciones políticas, afectivas y sociales.

Es cierto, confieso, que he adoptado como mías las historias de los abuelos; esas lógicas de antes donde el tiempo transcurría lento, y cabía la magia de los relatos anónimos. O esa forma en que se enamoraban, una capacidad casi artística para acercarse al otro con inocencia y creatividad. Tal vez en esa añoranza me haya convertido en una especie de joven con corazón de vieja, que baila reggaeton los viernes, y escucha boleros los domingos.

Ilustración: Natalia Latorre

¿Será entonces, que nos hemos convertido en una sociedad que ha avanzado técnicamente e involucionado culturalmente? Hoy las cosas ocurren demasiado rápido, no queda tiempo para reír los logros y llorar las penas; eso se debe tal vez a la división capitalista del trabajo. Sea como sea, somos arte, estamos atravesados por lo que oímos, vemos, construímos, lo que decimos y lo que preferimos callar.

Ávidos por encontrar espectacularidad en las historias, ¿dónde ha quedado la sensibilidad para acercarnos con asombro a las cosas pequeñas? Es como esa capacidad que tiene el cineasta por ejemplo, al ser pintor de realidades, un mago que con su obra permite a las personas pensar en lo que podrían haber sido.

Entre la desidia, el exceso, cargamos con el peso de una supuesta libertad que está coartando la creatividad y la intuición; y no, no significa que todo pasado fue mejor, pero sería bueno despertar, y que la construcción colectiva de lo que somos sea un esfuerzo cotidiano, un accidente entre creación y realidad. No se trata permanecer como amante de otra época, ni de de quedarse en la nostalgia de lo que fué y lo que ya pasó, sino de recuperar el amor por el presente, traer al hoy cosas buenas del ayer, y de lograr que a través del arte construyamos una sociedad que se quiera más a sí misma.

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