—¡Feminazis! ¡Mal cogidas! ¡Machorras! — Disculpe la molestia, pero nos están matando; la violencia en contra de las mujeres sigue haciendo estragos en nuestra sociedad y es algo de lo que hay que hablar, sí, si es necesario es algo que hay que gritar, porque muchas de estas acciones violentas ocurren a escondidas o pasan desapercibidas, porque “eso es lo normal”, “porque ella se lo buscó”. No, no es normal que nos golpeen, no, no es nuestra culpa que nos violen, y el primer paso para hacer que esto es detenga es nombrarlo, sacarlo de su guarida y atacarlo de frente.
Ilustración: Natalia Latorre
Rosa Elvira Cely, Natalia Ponce de León, y Jineth Bedoya son la punta del iceberg, uno que es de proporciones inmensas y que se mantiene en pie gracias a acciones pequeñas, a frases sueltas y a la forma como educamos a nuestros niños y nuestras niñas. Si algo han hecho las feministas, es recalcar que lo privado es político, y que las violencias que se ejercen al interior de los hogares como resultado de una relación desigual de poder, son muchas, son múltiples, y tienen muchas caras, y que la educación que se imparte está creando hombres violentos y mujeres sumisas.
Una cosa lleva a la otra, y las ideas que sutilmente recibimos todos los días de nuestra familia, de nuestros amigos, de la religión y de las películas o de la televisión, hacen que crezcamos con la certeza de que hay un género que es débil y otro que es fuerte, de que hay un género que tiene poder sobre el otro. Enseñamos entonces a las niñas a cuidarse, a no vestirse o actuar de forma determinada porque ese género fuerte está ahí, al asecho, en vez de enseñar a los hombres a no violentar: “es que él es hombre, es normal que sea así”.
Ilustración: Natalia Latorre
Las cifras dan miedo: según un artículo del Espectador de marzo de este año, diariamente se registran 50 casos de violencia de género; 50 personas cada día son violentadas física o psicológicamente por el hecho de ser mujeres, y esto, insisto, hay que hablarlo, hay que sacarlo de donde sea que este y traerlo al plano de lo real, denunciarlo. Hay que hacer que el mundo caiga en cuenta de que los casos de Rosa Elvira, Natalia y Jineth no están tan lejanos como nos lo pintan, y que, por medio de nuestras palabras y nuestras acciones del día a día, es posible que estemos criando al próximo violador.