¿Qué le queda al músico emergente de cara a las industrias creativas y culturales? Iván Duque, de la mano con el Banco Interamericano de Desarrollo, han mapeado y extendido un modelo de producción cultural basado en cifras ¿el arte se entiende así? Aquí lo desglosamos. Mejor dicho, lo desgajamos.
FOTO: tomada de Pixabay
La música es una de las industrias, como muchas otras, que en el mundo ha tenido que reinventarse una y otra vez. Al principio fueron los vinilos, después a la gente le tocaba andar con un lápiz para rebobinar sus casetes, luego, nos tocó andar con cajas de cd's en la maleta y, después, hubo muchos de nosotros que descubrimos Ares, o Limewire y nos sentíamos todo poderosos con 3 troyanos en el computador. Más tarde llegaron los primeros MP3 y al tiempo el primer Ipod. Hoy, la música ha migrado a una nube (que no son más que edificios llenos de servidores en diversos países).
Son muchos los retos que tiene la música colombiana hoy en día: clics, descargas, piratería, derechos de autor, plataformas, payola, pero también políticas gubernamentales desdibujadas y un BID (Banco Interamericano de Desarrollo) bastante creativo. Con la llegada de Iván Duque a la presidencia del país, llegó el boom de la economía naranja a Colombia. Y aunque aún existen muchos ciudadanos desinformados, el gobierno ha comenzado a instaurar este modelo.
Pablo Loaiza tiene 25 años, es músico desde los seis años y hoy es cantante lírico de la Fundación Lírica de Antioquia. Estudia para ser politólogo de la Universidad EAFIT. Uno de los aspectos que le atribuye valor al desarrollo de economías creativas (léase economía naranja) se basa en una cuarta revolución industrial. Dice el paisa:
" [...] Solo en Antioquia a causa de la automatización se van a perder cerca de 60.000 plazas de empleo y frente a la nueva era de las máquinas y su inminencia, precisamente las habilidades humanas son las que van a sobresalir en ese asunto y por tanto la economía naranja como potenciador de creatividad de habilidades humanas, de trabajo en equipo. Sobre el entendido de que las máquinas no crean el ser humano, sí se convierte en un punto de alivio y también de oportunidad de crecimiento económico frente a la cuarta revolución industrial. La apuesta que está haciendo el país con la Economía Naranja es que esas 60.000 plazas que van a desaparecer no lo hagan, sino que se transformen. Que se dirijan a otros sectores de la economía, lógicamente uno de esos es la economía creativa para poder solventar esa eventual crisis que plantean la automatización y la cuarta revolución.", asegura Loaiza.
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¿Pero como imponer arte? El arte no es una materia que pueda entenderse con cifras y es difícil comprender cómo decirle a un ex-operario del metro de Medellín que ahora su trabajo será ser productor musical, curador de una galería, o que se pretenda que este tenga la voluntad de crear una aplicación o plataforma digital. Pretender que 60.000 plazas de empleo se suplan mágicamente por arte y cultura es inocuo e ingenuo. Para darse cuenta solo falta observar que incluso sí el ex-operario del metro fuera un Steve Jobs en potencia, no tendría el músculo financiero para endeudarse y poner en marcha su emprendimiento.
Óscar Hernández es un reconocido administrador cultural y musicólogo. Hoy está encargado de la secretaria técnica del foco de industrias creativas y culturales de la Misión de Sabios. “La Misión de Sabios es un grupo de expertos que convocó el gobierno, imitando la misión que hizo Gaviria en el 94, solo que esta vez se dividió en ocho focos y uno de esos focos es el de industrias creativas y culturales. Entonces, cada foco tiene una universidad que se encarga de coordinarlo y en este caso es la Javeriana, a través de la oficina de Investigación-Creación, que se encarga de coordinar el foco de industrias creativas”.
FOTO: Esta es la referencia de la Revista Semana sobre la misión de sabios de 1994
Siendo vocero de una de las universidades mas importantes del país, analiza los desafíos que trae este modelo para el estudiantado: “Al estudiante más que beneficios le trae retos, y no solo a los estudiantes, sino a los currículos y programas de formación”. Es evidente que a lo largo de los años nos han educado en el pilar de “trabajar para alguien” y si hay algo que reconocerle a Iván Duque es la intención de modificar un modelo de conducta y pensamiento, arraigado en muchas generaciones de colombianos, porque incluso dentro de los mismos artistas existe una desarticulación en los conocimientos.
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“Por ejemplo, un artista está tan concentrado en la perfección técnica, en el contenido y en la expresión estética, pero no sabe que después va a tener que interactuar con una serie de roles complementarios a la cadena de valor. No sabe que tiene que conocer un abogado que sepa de propiedad intelectual, un músico no sabe para qué sirve un mánager, no sabe qué es una editora musical, entonces hay un reto, porque es necesario saber cómo funciona la industria”, afirma Hernández.
Ahora, una de las contradicciones de este modelo es la transformación de lo cultural, de algo de calidad a algo que haga bulto. Germán Rey, en su artículo de Arcadia “El sabor de las naranjas”, dice: “Las industrias creativas y culturales no pueden remplazar ni desplazar a otras dimensiones de la cultura que no pasan estrictamente por procesos económicos”.
En la década de los 90, los libretos de Fernando Gaitán fueron un éxito y desataron el boom de las telenovelas colombianas. Llenas de expresiones locales, folclor y cultura netamente nuestra, llegaron a venderse en todo el mundo, con la premisa de que lo que las hacía poderosas era el valor cultural que poseían; al extranjero le interesaba ver como éramos realmente aquí.
“Entonces el boom de las telenovelas cayó porque lo que era interesante, precisamente en términos de historia, narración y contenido, era la particularidad local. [..] funcionaba de manera más orgánica. En el momento en que se cambió ese lenguaje es como si le hubiera extraído el ciclo, ya no se alimentaba de lo que Germán Rey llama ese magma de cultura popular”, dice Hernández.
Este ejemplo, si bien comprueba que la producción cultural puede ir de la mano con la economía creativa y cultural, entiende que debe generarse una relación complementaria, lo que hace valioso un producto interno fuera del país es su colombianidad y desde el momento en que comienzan a modificarse estos pilares, se puede entender el fracaso de tantas producciones. Lo mismo sucede en la música, ¿Cuál es el éxito de Carlos Vives, De Bomba Estéreo, de Chocquibtown, del mismo J Balvin y su representación de lo latino? Es su valor cultural, esto es exactamente por lo que Maluma ha triunfado como Pretty boy y no como músico.
Ahora, debemos entender una perspectiva. La música hoy está sufriendo una nueva transformación potenciada por plataformas como Spotify, Deezer, Apple Music etc. “Hoy en radio decían que el último disco de Marc Anthony vendió un glorioso total de 6 mil copias, cuando antes eran millones. Murió el soporte físico”, dice Hernández.
FOTO: La revolución de Spotify. Imagen tomada de Pixabay
Es evidente que hoy las plataformas musicales, la producción en estudio está volcándose a ser una herramienta para hacerse conocer y nada más. Hoy la industria musical está girando hacia otro lugar. Que modelos como la economía creativa, favorezcan en gran medida a las industrias culturales poderosas y abandone a otras emergentes, e incluso a comunidades apartadas de los núcleos industriales (Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena), si no es, por lo menos inequitativo, es un riesgo para la cultura colombiana. Estas industrias están guiadas -ahora- por estándares de calidad sumergidos en lo económico y no en el valor simbólico o valor per se. Se descobijan así las propuestas nuevas e independientes.
“Soy miembro de Prolirica, que precisamente hace un mes se adhirió a la red de empresas de Economía Naranja. Entonces va a entrar en un proceso de fortalecimiento por parte del Ministerio de Cultura. Hoy en Medellín la oferta de producciones de ópera y zarzuela pertenece en casi su totalidad a Prolirica, entonces, claro que nos veremos beneficiados”, dice el cantante lirico medellinense Pablo Loaiza.
¿Qué sucede entonces con el tenor paisa que no pertenece a Prolirica? El músico colombiano hoy se enfrenta a muchos desafíos. Si bien hay una aparente facilidad para dejar de ser invisible con las nuevas plataformas (tan amigas del BID y de la economía naranja de Duque), donde, por ejemplo, se pagan unos dólares en CD Baby e inmediatamente el músico está en Spotify, Deezer y Apple Music. La cuestión es cómo hacerse visible: “Para ser visible o tengo que pagar mucho más, o tener un producto que sea muy demandado”, dice Oscar Hernández. En otras palabras, para sonar y que plataformas como Spotify beneficien al músico independiente, se tiene que ser famoso o pagar la nueva payola.
La industria musical se está volcando entonces a las presentaciones en vivo. Hoy, producir música no es negocio, estar en Spotify para cualquier músico independiente o emergente no es ningún lucro, más bien es una medalla, un estatus qué costear y mantener. “Todavía los músicos piensan en grabar un disco, es muy loco pensar en grabar un disco, obviamente, hay que tener un soporte y una buena producción, pero eso es lo mismo que sacar tarjeticas de presentación”, afirma el vocero de la Misión de Sabios.
¿Hacia dónde debe mirar el músico colombiano entonces? A innovar, a utilizar las herramientas y oportunidades que brinda la digitalización como la realidad virtual, la realidad aumentada, los videos en 360, la música 8D y todos los fenómenos que la tecnología permita. Siendo esto una ironía, pues estos formatos son muy costosos, representan una alternativa para el colombiano emergente que desee anclarse al sistema. La música independiente ahora tiene otro gigante anaranjado que combatir, manteniéndose fiel a sus raíces, a lo autóctono y lo esencial. Al arte le han declarado la guerra, y precisamente lo que le dará la calidad de arte será la forma de ponerse el cuchillo entre los dientes.
Hoy, un músico colombiano emergente depende de sus presentaciones en vivo. Es extraordinario en el sentido de que se resignifica la experiencia del concierto, de la sinergia entre público y músico —que se había perdido desde que la música se volcó al portátil—. Pero, bajo un panorama no gris sino naranja, en una ciudad como Bogotá donde no existen espacios para hacer presentaciones en vivo más allá del Movistar Arena o El Parque Simón Bolívar y donde la logística de la mayoría de los eventos masivos está controlada por tres empresas. Se comprende entonces que aquí no se trata de cultura, sino de vender. Aquí ya se repartieron las naranjas.
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