La casa donde vivió el maestro Enrique Grau Araujo por 20 años, en la calle 94 # 7- 48, es desde 2008 un museo que abre sus puertas de lunes a sábado a un público más bien escaso y que poco conoce al reconocido pintor cartagenero. Pero más grave es el riesgo de que cierre por falta de recursos.
FOTO: Mural dentro del museo Grau
Para dinamizar el museo y captar ingresos, se realizan exposiciones temporales. El 27 de agosto se inauguró la muestra fotográfica Visión ciega, del artista norteamericano Kendall Messick, en la cual se encuentran imágenes tomadas en Bogotá durante cinco años, que recorren diferentes lugares de la ciudad a través de un cuento que escribió Messick haciendo referencia a las ‘dos vidas’ que tuvo cuando estudió en la Universidad de Los Andes, a mediados de los ochenta.
La llamativa casa amarilla se pierde entre los nuevos edificios que la rodean y en la entrada, como en cualquier otra casa, la puerta se mantiene cerrada con seguro. Para entrar al museo es necesario tocar el timbre y allí podrá recibirlos Belisario o Marta, quienes hacen visitas guiadas, cuidan las piezas de valor cuando hay eventos, hacen el aseo y conocen la historia de cada uno de los rincones de la casa como si fuera la propia.
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La casa Grau no está igual a como la dejó el pintor. Pasaron tres años desde su muerte en los cuales la fundación Enrique Grau Araújo poco o nada hizo para evitar un gran deterioro en la fachada y así hubiera continuado si no hubiera sido por la intervención de Mónika Hartmann, quien en 2007 fue contratada como directora de la casa-museo y puso en marcha, de la mano de la entonces ministra de cultura Elvira Cuervo de Jaramillo, una restauración completa con tan solo $150 millones de pesos que se acabaron en la mitad de los arreglos.
FOTO: Dentro del Museo Grau
Adentro, en el centro del jardín, el apellido Grau se adueña del piso y el color amarillo de sus paredes da la impresión de estar en una casa de la ciudad amurallada en Cartagena. A su alrededor está una Mariamulata grande de color negro y una Rita igual a la que fue instalada en el Parque Nacional en el año 2000, ambas obras tan imponentes que se podría pasar por alto la ausencia de visitantes, pero las cifras no perdonan. Hartmann lleva ya 12 años intentando mantener la casa en pie: “Hacemos distintos tipos de eventos, exposiciones con jóvenes artistas extranjeros y nacionales, presentamos el premio Grau a las artes cada dos años, todo esto con mucho amor y mucha pasión porque aquí plata no hay”, pero a pesar de sus esfuerzos, pocos son los días en los que reciben más de 50 invitados en alguno de sus eventos: “Hace poco tuvimos una charla que incluso era gratis y solo vinieron cinco personas, eso da dolor porque uno trabaja hasta tarde y horas extra”.
La escena que pinta Hartmann se siente desoladora; una casa llena de arte a la que le falta gente que la admire. En cada esquina se puede encontrar una obra ya sea del mismo Grau o de quienes han donado sus cuadros y esculturas en respeto al reconocido pintor. En el comedor se encuentra uno de sus cuadros más famosos en homenaje a Luís Ríos, ‘El Pinturero’, un torero que murió en el intento de tirarse de un avión para aterrizar en la plaza de toros de Cartagena y cayó en el mar.
La pared blanca y alta que llega al segundo piso está repleta de obras de artistas que han expuesto en el salón de la casa-museo y dejan allí sus cuadros con la esperanza de encontrar un comprador o tan solo para ser exhibidos al lado de las obras del maestro. Los homenajes que le han hecho a través de los años se encuentran en todas partes, incluyendo su habitación, donde en la pared del fondo se exhiben más de 15 menciones de honor por parte de gobiernos y universidades resaltando la labor realizada por el Maestro Enrique Grau Araújo, que le ha dado brillo a Cartagena, su ciudad natal”, como mencionaba el entonces Alcalde Mayor de Cartagena, Antonio Pretelt en una de sus cartas.
FOTO: ‘El Pinturero’ en el museo
Dentro de estas paredes, el legado de Grau se mantiene vivo para un público que poco lo busca. La historia del pintor está detenida en el tiempo dentro de la casa, donde hasta las fotografías de los familiares y amigos están intactas en las mesas que rodean la cama principal. Su pintura, su arte y su esencia se encuentran encerradas en una casa amarilla que, aunque resalte, nadie parece ver. Una casa que se está hundiendo en deudas por la indiferencia de los gobiernos y de las personas, como lo afirma su directora: “Nosotros estamos haciendo acá una labor que debía hacer el Gobierno o el Distrito, preservando la obra del maestro y otros artistas. Los impuestos nos están comiendo, nos mantenemos a punta de préstamos y es una lucha día a día intentar mantenerla en pie. Acá todos hacemos el papel de cuatro personas: mi secretaria, estos dos muchachos y yo. Colgamos, barremos, servimos, hacemos lo que nos toque. Esta es la realidad de la casa, muy bella, pero nadie aporta para que su belleza siga”.
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