¿Cómo hemos vivido los días de encierro? Estudiantes de la clase de ‘periodismo digital’ narran un día de sus vidas tras la llegada del nuevo coronavirus a Colombia.
FOTO: Tomada de Pixabay.com
Mi abuela Carmen es una señora de setenta y seis años. Siempre se ha caracterizado por ser una persona sociable, muy querida y preocupada por los demás. Le encanta estar y hablar con su familia, hasta se podría decir que es el centro de ella, pues es capaz de reunir a sus cuatro hijos con sus respectivas familias en fechas diferentes a las decembrinas.
Es una señora muy activa, le encanta salir a caminar por el pueblo en el que vive, encontrarse a los vecinos y dar uno que otro saludo a los desconocidos que se va topando en el camino. Se excusa con que tiene que salir para hacer vueltas, pero en el fondo es la disculpa que utiliza para tener contacto con la gente. Esa era su cotidianidad hasta que el 20 de marzo el Gobierno puso cuarentena para toda la población colombiana debido a la emergencia sanitaria que se está viviendo a nivel mundial.
En un inicio, Carmen intentó seguir su cotidianidad desde el pequeño apartamento en el que vive. Ya no puede salir, por lo que uno de sus hijos le hace las vueltas que solía hacer. Ella sabe que los saludos y los encuentros casuales se quedaron en un pasado que parece cada vez más alejado de la realidad actual.
Los días de cuarentena transcurrieron, hasta que en uno de ellos se levantó con una sensación de ahogo. Pensó que tal vez estaba cansada porque había tenido una noche donde el sueño y ella no pudieron encontrarse, una situación que se estaba volviendo cotidiana. Sin embargo, se levantó y decidió ocuparse en los quehaceres de su casa y de la normalidad que intentaba adoptar. Siguieron pasando los días y esa sensación persistía pero con s
íntomas adicionales: sentía un hueco en el estómago y un ardor en el pecho.
Una tarde la llamé para ver cómo estaba. Tuvimos una conversación rutinaria, hablando de banalidades que ocurren en el confinamiento y de las pocas cosas que se pueden hacer. Hasta que un momento me comentó que sentía “un afán” que no la dejaba estar tranquila. Por un momento hubo un silencio letárgico. Entonces lo interrumpí diciéndole que no tenía de qué preocuparse, que era un cansancio general por no haber descansado y que debía recostarse.
Al terminar la llamada, me quedé pensando en lo que describió mi abuela. Sabía que lo que decía me era familiar, sabía que eran sensaciones que yo había sentido en algún momento de mi vida. Entonces, entre mis divagaciones fue cuando caí en la cuenta de que el cansancio y el afán que ella decía sentir, fueron los mismos síntomas que aparecieron cuando tuve mi primer ataque de ansiedad. Era eso: mi abuela por primera vez en su vida estaba pasando por un episodio de ansiedad. Y lo tenía debido a la situación mundial que ella prefiere no conocer pero que, inevitablemente, le ha cambiado su rutina.
Esa situación se empezó a incorporar en la cotidianidad de Carmen y lo único que quería era que se le desvaneciera ese afán que le quita el sueño y no la deja estar tranquila. Por eso, decidió acudir al médico buscando un medicamento que le alivie ese sentimiento, como cuando le recetan un analgésico para su dolor crónico en el hombro.
Sin embargo, con el pasar de las semanas y de la incertidumbre, sentía que nada cambiaba y que por el contrario había días donde todo empeoraba. De ahí, su férrea iniciativa para adaptarse a una realidad, que si bien en un principio era reacia, ha logrado acomodarse. Cambió los saludos de los vecinos por llamadas diarias, las reuniones familiares por encuentros virtuales y empezó a aceptar, con el tiempo, que lo único que puede hacer es vivir un día a la vez.
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