Laura Ayala parte de su experiencia en actividades físicas para reflexionar en torno al machismo aún vigente en espacios como los gimnasios.
Siete, ocho, nueve…. y diez. Me descolgué de la barra para hacer ejercicio y caí de pie, pero agotada, pensando si alguna vez en la vida hubiera dejado que mis brazos se ensancharan tanto, de no ser por la competencia de crossfit para la que me quería preparar. Mi entrenador se sentía orgulloso de que yo fuera una de las pocas mujeres del gimnasio que podían realizar ‘dominadas’ o ‘barras’, como se les llama comúnmente, y le gustaba llamar la atención de sus amigos para que vieran la cantidad de repeticiones que yo podía hacer.
Es muy fuerte. ¿Por qué estás poniendo a una mujer a hacer barras? ¿Cuántas hace? Me va a tocar entrenar más o si no me va a superar…
FOTO: De Laura Ayala.
Este último era el típico comentario de los hombres, que al parecer no podían aceptar que una mujer tuviera más fuerza en los brazos que ellos. De hecho, aún no puedo creer que se burlaran de cualquiera de sus amigos por no poder hacer más repeticiones que yo. Lo que para mí significaba todo un logro, para ellos solo era un indicio de que el hombre que estuviera por debajo de mi trabajo, no estaba en nada. Me convertí en su medidor de hombría.
Si alguna vez aceptaron de buena gana que mi trabajo era bueno, lo justificaron diciendo que yo tenía ventajas porque era más joven, porque entrenaba todos los días, porque tenía un buen entrenador. Aun así, y para mi sorpresa, fueron los hombres los que más me apoyaban para seguir entrenando. Después de hacerse un poco a la idea de que una niña flaca y pequeña no dejaría de invadir su espacio de entrenamiento, llegaban a diario a preguntarme cómo iba mi preparación y hasta llegaron a contar con emoción las repeticiones de mis ejercicios.
Sí, los mismos que actúan como amos y señores de la sección de fuerza del gimnasio terminaron siendo mis amigos, pues, y aquí viene lo que lo que incomoda, si para los hombres fue difícil aceptar la idea de una “niña” fuerte, para las mujeres lo fue aún más.
FOTO: De Laura Ayala
“¿Para qué quieres hacer barras?” “Qué feo tener los brazos musculosos”. “Las mujeres se ven bonitas con las piernas y la cola tonificada, nada más”. “Yo no quisiera tener los brazos así”. “¿Por qué entrena en la “sección de hombres”?”.
Estas preguntas y comentarios a veces me indignaban, otras veces me daban risa. ¿De verdad creían que la sección de fuerza es equivalente a decir “la sección de hombres”? Aun me hace gracia. ¿De verdad piden igualdad de género cuando en un escenario tan cotidiano ellas mismas limitan el rol femenino al de “sacar cola” y “perder gordos”? ¿De verdad tienen que ser tan odiosas cuándo ven que otra mujer puede hacer cosas que las demás no suelen?
No tuvo que pasar un mes completo para que mis hombros y brazos, inevitablemente, se empezaran a ver gruesos y tonificados. Las mujeres me decían que me veía muy hombre. Los hombres me decían que me veía genial; a excepción de un compañero de la universidad que, literalmente, dijo: “¡Qué asco tus brazos! Te ves muy macho”. Y eso que yo siempre he sido de contextura muy flaca, por más que ganara masa muscular, me seguía viendo menuda. ¿Y qué decía yo? Bueno, para ese momento ya me había obsesionado con el tema y no quería dejar de entrenar, pero deseaba que hubiera alguna forma de que mis brazos siguieran ganando fuerza, sin que se volvieran más anchos. Creo que desde ese comentario dejé de usar las blusas manga sisa que vestía diariamente. No me volví a quitar la chaqueta y empecé a preferir la manga larga.
Independiente de cómo me hayan hecho sentir, me llama más la atención que: 1. Los hombres aún sienten la necesidad de demostrar su hombría a través de capacidades que en realidad no son exclusivas de ellos, como la fuerza. 2. Muchos hombres, por más que nieguen ser machistas, se sienten humillados cuando una mujer puede hacer de mejor manera lo que se supone que solo un hombre puede hacer. 3. Las mujeres aún necesitamos ser más consecuentes con nuestras acciones y comentarios para poder pedir igualdad, pues en tiempos de feminismo, el mejor ejemplo que se puede dar es de respeto a las demás. Solidaridad de género.
¿Te gustó el texto de Laura? También escribió: Vida perruna
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