¿Cómo hemos vivido los días de encierro? Estudiantes de la clase de ‘periodismo digital’ narran un día de sus vidas tras la llegada del nuevo coronavirus a Colombia.
FOTO: Botones, mi gato, también se enfermó en cuarentena y nos hemos acompañado el uno al otro. Tomada por Andrea Franco.
Nunca me he llevado bien con el encierro. Estoy acostumbrada a salir todos los días, ya sea a la universidad, al gimnasio o a la tienda de la esquina a comprar lo que hace falta para el almuerzo. Tampoco he sabido llevarme con las enfermedades, cada vez que escucho o leo sobre alguna, siento algún tipo de paranoia y siento que presento alguno de los síntomas.
Estar encerrada y bajo un contexto que involucra la falta de salud y la pérdida de vidas, no es una tarea fácil para esta mente tan paranoica. Todos los días me levanto esperando que el coronavirus no me haya alcanzado y, por otro lado, esperando poder quemar toda la energía que llevo dentro y que el encierro no me deja liberar. Es como un círculo vicioso de estrés, ansiedad y preocupación.
Hace pocos días mataba la ansiedad con una rutina de ejercicio que me enviaron del gimnasio. Tenía 18 minutos para completarla y estaba emocionada porque quería superar el puntaje que había obtenido la última vez que la hice. Sin embargo, cada minuto se me hizo peor y peor y parecía que el cuerpo no me estaba respondiendo tal y como quería. Lo lógico hubiera sido parar, pero me obligué a seguir hasta completar el tiempo. Apenas paré, sentí que el mundo se me venía encima, que las piernas eran gelatina y que mi cabeza pesaba aproximadamente 300 kilos. “Me dio la pálida”, le dije a mi mamá y me acosté pensando que solo había sido un día desafortunado para mi condición física.
Al siguiente día amanecí con tres llagas blancas dentro de la boca (también se les conoce como aftas, chismosos o sapitos), los labios resecos e hinchados y con mi cabeza pesando 100 kilos más que el día anterior. Me dolía hasta respirar. Yo he estado familiarizada con las aftas desde siempre, pues soy muy propensa a que me aparezcan de vez en cuando. Pero, el dolor y el malestar que me causaron esta vez en particular no se compara con ninguno que haya sentido en mucho tiempo.
Con mi familia llamamos a un médico conocido y nos comentó que cuando aparecen varias a la vez es producto de un bajón de defensas que por lo general está asociado con niveles altos de estrés. Me envió un antibiótico, una crema y enjuagues con agua de caléndula para calmar el dolor. Me pidió reposo y paciencia pues es un proceso largo que va a durar alrededor de diez días.
Ahora mientras escribo, con el dolor todavía presente, me doy cuenta de que por estar tan afanada de no contraer el virus que le está dando la vuelta al mundo, yo misma me causé un mal innecesario y además me hice más propensa al contagio por la falta de defensas.
No puedo asegurar que me vaya a dejar de preocupar una vez esté recuperada, pero al menos puedo entender que si lo hago, esto no va a cambiar el curso de las cosas que pasan en el exterior. El virus no se va a ir en mucho tiempo y es momento de aceptarlo, dejarlo ir y enfocarme en fortalecer mi cuerpo.
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