Por Laura Natalia Bohórquez Roncancio // Fotoperiodismo
Con cifras del 49.2 %, Colombia alcanzó en abril la tasa más alta de empleo informal durante la pandemia. Algunos de los más afectados fueron los artistas y artesanos, cuyos ingresos han reducido ostensiblemente a causa de la falta de público.
Gilberto Herrera se sienta todos los días en la esquina de la plaza central de Suba. Desde hace 30 años busca el pan de cada día con una pequeña caja de madera, donde carga betunes, shampoos, trapos, cepillos y un libro de política colombiana. Este último no solo es su herramienta favorita, sino la más poderosa: le ha dado el poder de debatir con sus clientes sobre el rumbo que necesita tomar el país. Oriundo del Tolima y desplazado por ser militante de la Unión Patriótica, Gilberto llegó a Bogotá en la década de los 90 buscando refugio y, sobre todo, una forma de subsistir.
En ese momento se convirtió, según él, en un artista de primera mano fungiendo de “embellecedor de calzado”. Este empleo le había dado hasta los comienzos de la pandemia para pagar arriendo, comida y transporte, pero, como a miles de colombianos, la pandemia le ha dado golpes bajos en su bolsillo; las políticas del gobierno que resultaron de esta lo han sumido cada vez en la crisis.
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Latinoamérica ha sido una de las regiones más afectadas laboralmente. Según la Organización Internacional del Trabajo, se estima que en esta zona se perdieron 15 millones de empleos; sumados a las 23 millones de personas que no tenían un trabajo formal o informal para el 2019, desembocan en 41 millones de personas desempleadas para el día de hoy —una cifra que aumenta paulatinamente—. Sin embargo, acorde a las políticas de prevención implementadas por cada gobierno, el impacto ha sido distinto en cada país.
Según el informe Empleo informal y seguridad social, realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), entre diciembre de 2020 y febrero de 2021 se reportó que el 49.2 % de las personas en Colombia trabajan de manera informal. A comparación de 2019, la cifra subió un 3 % debido a la crisis sanitaria y económica ocasionada por el COVID-19.
Aun así, trabajar desde las calles no es nada rentable, ni siquiera en esta situación, sobre todo con los confinamientos y los toques de queda en diferentes puntos del país. Las ganancias ya no son como antes: “La pandemia nos ha jodido a todos. Los confinamientos y el Gobierno que no ayuda… Nos quieren encerrar, pero así no podemos comer. Estoy acá porque no me voy a dejar morir de hambre”, comenta mientras mira con desdén su caja de zapatos. Mientras que Gilberto podía ganar hasta 60.000 pesos diarios a principio de 2020, ahora si gana 12.000 es mucho, y los debe repartir en arriendo, transporte y alimentación.
Este es también el caso de Pedro, un joven de 27 años que tuvo que cerrar su emprendimiento en Ricaurte debido a la crisis económica, que le arrebató su sueldo, prestación de servicios, pensión y salud. Con su madre de 55 años hacen lápices de madera para vender en zonas como Usaquén, donde los artesanos, con sus productos apetecidos por los extranjeros, juegan un papel fundamental. Sin embargo, las limitaciones gubernamentales han reducido considerablemente los visitantes de la zona y, por lo tanto, sus ingresos.
Durante la pandemia, Pedro gana entre 70 y 80.000 pesos diarios, pero su arte lo obliga a invertir gran parte de estas ganancias no solo en los materiales que necesita, sino también en transporte y alimentación para su hogar. En esta situación están casi todos los artesanos de la plaza de Usaquén, quienes en esta época también han aprendido el arte de sobrevivir en pandemia. Pedro destaca que ha buscado ayudas del Gobierno para poder subsistir cuando las ganancias bajan, pero el proceso no ha dado frutos.
“Yo hago lo que puedo para llevar un sustento a mi hogar. Pero pues de lo que gano debo pagar muchas cosas y no siempre alcanza para todo. Además, mi mamá es una mujer de edad, y si nos encierran, yo cumplo el confinamiento. Hay que cuidarnos todos”, confiesa Pedro mientras explica que, a pesar de la dura situación, el tema de la salud también es complicado. No tener un seguro fijo o garantías de ser atendidos suma mayores dificultades.
Si bien es cierto que el gobierno colombiano ha ofrecido planes como el Ingreso Solidario o Prestación al Cesante, han sido más los reclamos y descontentos que las ayudas. Por esto muchos han acudido a las secretarías de cada ciudad, en busca de sustentos según el gremio al que pertenezcan. Así le sucedió a Santiago Arismendi, un violinista profesional venezolano que antes de la pandemia gozaba de un trabajo estable, contratos con prestaciones incluidas y una economía personal rentable. Pero, con la crisis, poco a poco todo fue disminuyendo, y ahora da clases virtuales y toca el violín en las calles de la ciudad para ganarse la vida.
“Debo admitir que, gracias a Dios, la pandemia no me ha dado tan duro. He tenido la suerte de dar clases y a la gente le gusta que toque el violín, entonces siempre puedo recaudar bastante dinero. Además, he contado con la suerte de recibir algunos mercados y ayudas, lo cual me ha dado muchos alivios”, explica. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para poder vivir establemente.
El DANE también publicó cifras alarmantes sobre la falta de empleo. En medio de la pandemia, se estima que más de 21 millones de personas son pobres en Colombia —es decir, reciben ingresos por debajo de 200 000 pesos y no pueden permitirse fácilmente tres comidas al día, renovar vivienda o pagar puntualmente todos los servicios—. Sin clientes en las calles, estas personas pasan a conformar esta terrible cifra de pobreza en nuestro país.
Al igual que Gilberto, pero al otro extremo de la ciudad, Juan José Gómez es un embellecedor de calzado que antes de la pandemia podía ganar hasta 90.000 pesos diarios. Ahora, no obstante, no llega ni a la mitad incluso en el día más atareado. Todos los días gasta más de 8.000 pesos en transportes, pues toma dos transmilenios desde El Tunal hasta Usaquén, y además de eso debe caminar un poco hasta la plaza central.
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Mientras realizaba un servicio, Juan José nos habló sobre cómo la situación le ha hecho perder a la mayoría de sus clientes y entrar aún más en el rebusque. Como artista del calzado, su situación es pesada, tanto así que ahora se ha dedicado a realizar labores como todero. “Yo tengo una hija de tres años y otra de seis meses, vivo en El Tunal y me vengo hasta acá porque puedo producir mejor. Pero no, esto cada vez me pone más triste. La gente ya no sale, e incluso hay veces que no hago ni un servicio. He buscado ayudas por todas partes y ni el Gobierno ni el Estado me ayudan”.
Incluso nos contó cómo algunas personas con las que hablaba ocasionalmente y que se encontraban en la misma situación habían pensado en delinquir para poder llevar algo de comer a sus hogares. Al final, no obstante, muchos no lo hacían porque sabían que, en esta situación, cualquiera podría estar igual de angustiado: “Todos estamos en la olla, necesitamos un cambio. ¿Cómo es posible que los ricos ahora sean más ricos y los pobres más pobres?”.
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