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María Camila Ceballos //

[Diario de cuarentena] El día en el que por primera vez socializamos entre vecinos


Cómo hemos vivido los días de encierro? Estudiantes de la clase de ‘periodismo digital’ narran un día de sus vidas tras la llegada del nuevo coronavirus a Colombia.

ILUSTRACIÓN: Tomada de Pixabay.com

Aquel domingo, mi abuela, mi mamá y yo nos disponíamos a iniciar el día con una película. El cielo estaba despejado, el sol de la mañana entraba por la ventana del cuarto de mi mamá, alcanzando apenas a calentar un pedazo de las cobijas.

Mi abuelita, de forma muy jocosa se aprovechó de su condición de adulto mayor para decir que era la que más merecía recibir el sol directo, por lo que sin vacilar, se extendió sobre ese lado de la cama. Entre risas aceptamos y nos acomodamos: mi abuela hacia la ventana del sol, yo en la mitad y mi mamá hacia la otra ventana. Decidíamos qué ver, mientras que cada una estaba comiéndose una jugosa rodaja de piña.

Cuando la película se acabó, mi mamá se acercó a la cocina y de la nada, pegó un alarido. Mi abuela y yo inmediatamente nos levantamos. Cuando llegamos vimos la escena: ríos y ríos de agua deslizándose por las paredes de la cocina.

Inmediatamente me alisté para subir al apartamento del sexto piso, pues supuse que de allí provenía la fuga. Con algo de desesperación subí para que el vecino se percatara de la situación. Mi mamá y mi abuela se quedaron poniendo baldes y trapeando el piso.

Me abrió un hombre alto y de ojos achinados, con una pinta tan dominguera como la mía. Al comentarle, me despachó con la promesa que en un instante bajaría, mientras buscaba sus zapatos. Poco después, sonó el timbre de mi casa, era el vecino de enfrente contando que también se le estaba entrando el agua por el techo de su cocina.

En ese momento el hombre del sexto piso bajó, y de repente, estábamos varios vecinos, en la puerta de mi apartamento, juntando ideas y buscando soluciones al menos parciales a nuestro problema, pues en día domingo, y además de cuarentena, ni la administradora ni el todero del conjunto estaban trabajando.

Acordamos que lo mejor por ese día, sería clausurar el registro del agua del apartamento del sexto piso. Amablemente ofrecimos al vecino la posibilidad abastecerse sin ninguna pena. A la mañana siguiente el lío de la fuga se había resuelto. El vecino de arriba, muy diligentemente, contrató a un plomero que inmediatamente reparó la tubería rota.

Ojalá que la próxima vez que nos encontremos sea en otras condiciones. Lo cierto por ahora, es que una fuga de agua permitió una reunión entre desconocidos que en otras circunstancias, probablemente jamás hubiese tenido lugar.

 

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