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El día en que cerró San Ángel

Por: Diana Camila Arguello Ulloa // Periodismo Digital


En cada cuadra, calle y barrio de esta ciudad existe un salón de belleza o peluquería. Y de su funcionamiento y éxito dependen cientos de colombianos. Rosy es la dueña de San Ángel, sala de belleza que cerró el pasado 20 de marzo después de 15 años de historia.

FOTO: Los termómetros fueron una inversión obligatoria, porque a cada cliente se le debe tomar la temperatura a la entrada y a la salida. A raíz de esto, se restringió la cantidad de personas dentro del local y las reuniones casuales de los sábados para tomar onces y hablar durante las citas de manicure y pedicura quedaron prohibidas.

Rosibel Castillo es una manicurista y peluquera con más de 24 años de experiencia. El 1 de junio de 2005 decidió dejar su trabajo en un salón y aventurarse a abrir su propio local junto a Esperanza, una de sus mejores amigas. Desde entonces San Ángel es una de las salas de bellezas más importantes del barrio Cedritos, en la zona norte de la ciudad. Ahí tienen su clientela fija y fiel, con la que han logrado construir una comunidad durante todos estos años.


Durante sus 15 años de existencia, San Ángel nunca cerró sus puertas. De lunes a sábado atendían a todos sus clientes, de 9 a. m. a 6 p. m. El viernes 20 de marzo de 2020 cerraron por primera vez, con la expectativa de abrir la siguiente semana. Lo que no esperaban era que el cierre sería indefinido, todo a raíz de la cuarentena estricta por la pandemia de la covid-19.

Según cifras de Raddar, publicadas en El Tiempo, las peluquerías y salas de belleza representan el 36 % del consumo en Colombia. A excepción de las tiendas de barrio, el tipo de negocio que más prolifera en Bogotá son las peluquerías, incluso más que las panaderías. Además, se estima que por lo menos una persona por hogar utiliza un servicio de belleza al mes. El cierre de estos establecimientos ha significado que más de 180 000 personas que de ellos dependen peluqueros, manicuristas, esteticistas, barberos, personal de aseo... no estén recibiendo ingresos. Tal es el caso de Rossy Castillo, que pudo sacar adelante a su hijo Camilo gracias a los ingresos de su salón. Este se graduó este año de su pregrado en Finanzas.

Aunque inicialmente Rosy y sus compañeras pensaban reabrir en dos semanas, nunca pudieron imaginar que tan solo 5 días después el Gobierno Nacional declararía la cuarentena estricta. San Ángel estaría cerrado por más de 3 meses, afectando así su vida y las de sus familias. Ella y las otras tres peluqueras y manicuristas que allí trabajan son madres cabeza de hogar y el salón representa su único ingreso mensual.


Temerosa del virus, como los demás colombianos, Rosy buscó cuidarse y cuidar a su familia durante los primeros meses. No trabajó en mucho tiempo, pero por la posterior necesidad de percibir honorarios ingenió la manera de poder seguir atendiendo a sus clientas fuera de su local. Por esto adquirió los elementos necesarios de bioseguridad y empezó a ir hasta sus casas a atenderlos en el patio; también vendió productos y otras innovaciones hasta el día en que pudo abrir su salón.


Sin embargo, los requisitos y los protocolos que debía cumplir para recibir el visto bueno de la Alcaldía representaron una inversión no esperada de más de 1 millón de pesos, además del cambio en las dinámicas de trabajo y las maneras usuales de relacionarse con su equipo y sus visitantes. Por ejemplo, tendrían que cancelarse las onces que tomaba los sábados con varias de las clientas, las celebraciones de cumpleaños y hasta los baby shower, todas actividades de la familia San Ángel.

San Ángel reabrió sus puertas el 17 de junio, bajo una nueva normalidad que también afectaría a la industria de los salones de belleza y peluquerías. Rosy pudo sobrevivir y reabrir su negocio gracias a sus ahorros, pero muchos de sus compañeros del sector no superaron esta difícil etapa y tuvieron que entregar sus locales y cerrar para siempre. Lejos de estar bien, Rosy sabe que quedan muchos meses de una lenta recuperación económica.


Cuatro meses después, la situación ha mejorado de a poco. Los horarios autorizados por la Alcaldía para atender a los clientes se han ampliado, y ya han podido trabajar casi todos los días de 10 a. m. hasta la medianoche. Rosy agradece que ya puede trabajar en su salón nuevamente, pero reconoce que no hay forma de recuperar el dinero perdido durante la cuarentena. El 2020 habrá sido, sin lugar a duda, su peor año financiero: podrán sobrevivir y mantener el local abierto, pero las ganancias de ahora solo ayudarán a suplir las pérdidas de marzo, abril y mayo.

 

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