Texto y fotos por: Diana Karina Silva Gómez // Directo Bogotá
A tan solo 45 minutos de Bogotá se encuentra el Zoológico Santacruz, que, después de siete meses de cierre, vuelve renovado y listo para abrir al público. No obstante, los desafíos de la reapertura afectan tanto a los trabajadores como a los animales.
Con emoción por salir de Bogotá por unas cuantas horas y ansiedad de vivir los monumentales trancones de la autopista sur, me dirijo al municipio de San Antonio del Tequendama. Este es un lugar reconocido por su imponente cascada, sus leyendas de terror y, por supuesto, el particular olor azufrado que emana del río Bogotá. Pero, en este caso, mi viaje se extiende unos pocos kilómetros más allá para visitar el Zoológico Santacruz.
El zoológico fue fundado el 3 de mayo de 1975 por el zootecnista Gonzalo Chacón Rueda. Desde entonces, su misión es recibir y cuidar a los animales que han sido incautados por la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) y que no pueden ser devueltos a su hábitat natural. Como muchas otras instituciones de conservación ex situ en el país, el Zoológico Santacruz dependía netamente de la venta de boletas hasta que comenzó la pandemia, y con ella, su peor crisis económica.
Durante siete meses permanecieron cerrados al público. Y a pesar de tener luz verde para abrir desde septiembre, la falta de dinero para garantizar las medidas de bioseguridad no dejó que el zoológico pudiera retomar labores sino hasta un mes después, en el puente festivo de octubre. Con mucho esfuerzo, sus trabajadores tocaron puertas en diferentes medios de comunicación para dar a conocer sus necesidades; esto permitió que algunas empresas como Liberty Seguros y la Fundación Omacha, entre otras, les donaran alimentos, dinero y los implementos necesarios para cumplir los protocolos de bioseguridad. Además, recibieron aportes económicos de personas naturales que donaron a través de su página web, así como la ayuda de varios emprendimientos colombianos que les regalaron un porcentaje de las ventas de sus productos. Otra estrategia fue aplicar un ligero incremento en el valor de la entrada, que ahora quedó a $17.000 para los niños y $22.000 para los adultos.
De ahí que el zoológico pudiera reabrir el 10 de octubre y poner en marcha el sueño de recuperarse para seguir ayudando a los 780 animales que tiene bajo su cuidado. Ese día llegaron 300 personas, lo que obligó a los empleados a dejar entrar un número reducido de visitantes cada 15 minutos, para evitar las aglomeraciones. Esto resultó en fallas logísticas y hasta falta de personal que verificara el distanciamiento social a lo largo del recorrido. Normalmente se destinaban 50 empleados para esta labor, pero, con la pandemia, la planta se redujo a poco más de la mitad, y solo 30 permanecen activos. Se espera que más adelante se vuelvan a unir los otros colaboradores.
El recorrido comenzó con la jaula del oso de anteojos, una especie amenazada en Colombia. Jhon, como llaman a este ejemplar, hacía honor a su especie y permanecía acostado comiendo frutas la mayor parte del tiempo. Más adelante me esperaba el sendero empedrado que, rodeado de árboles y todo tipo de plantas de la región, conduce a las otras áreas del zoológico.
En general, los animales parecían estar atentos a tanto movimiento y ruido a su alrededor. Se habían desacostumbrado. Los grandes felinos, como La tigresa blanca y los dos jaguares, se paseaban de lado a lado muy cerca de los barrotes de sus recintos, ante la mirada de los espectadores. Estos últimos, con celular en mano, no se querían perder la experiencia de tener tan cerca a un depredador salvaje. Las babillas lucían casi petrificadas, pero con unos impactantes ojos brillantes que daban la impresión de estar analizando nuestros movimientos. Los monos observaban con curiosidad a las personas, en especial a los niños, que les hacían gestos con la lengua para tratar de llamar su atención. Y hasta las águilas de páramo, vigilantes desde lo alto, ojeaban aquello que sucedía unos metros abajo.
Enfrentando las secuelas de la pandemia
Susan Castillo, una de las biólogas del zoológico, manifestó que, aunque están muy agradecidos con sus visitantes tras la reapertura, hace un año, hacia la misma fecha, entraban dos o tres veces más visitantes. Sin embargo, esto no ha sido motivo de desánimo, pues siguen promocionándose por redes sociales para que la gente vaya a visitarlos con la seguridad de que se están manteniendo todos los protocolos de desinfección. Los trabajadores se prepararon durante semanas y llegaron hasta a invertir de sus propios recursos para hacer mejoras físicas en varios recintos.
La covid-19 dejó a los animales y a los cuidadores del zoológico en una situación de riesgo inminente. En promedio, el Zoológico Santacruz requiere 250 millones de pesos mensuales para garantizar su funcionamiento. Sin visitantes, apenas logró sobrevivir gracias a los donativos que les hacían llegar. Debido a la crisis económica, el zoológico tuvo que frenar todos los procesos que tenían activos para recibir a más animales durante el periodo de cuarentena.
No obstante todo lo anterior, el hecho de volver a abrir es señal de que superaron la primera prueba. Su sostenibilidad es fruto del trabajo en equipo, la colaboración y el compromiso que tienen con la conservación de especies. Pero son conscientes de que todavía tienen mucho camino por recorrer.
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