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[Investigativo] Salud mental: el grito de las enfermedades invisibilizadas

Por: Kelly Mc Cook, Juan David León y Juan Carlos Cortés // Periodismo investigativo


En este reportaje, Directo Bogotá investiga las causas que hay detrás del creciente número de suicidios en niños y adolescentes en la capital. Un llamado de atención sobre la importancia del cuidado de la salud mental.

FOTO: Imagen de Anemone123 en Pixabay.

Según datos de SALUDATA, Observatorio de Salud de Bogotá, y Medicina Legal, en el 2017 se registraron 64 suicidios de niños y adolescentes entre los 10 y los 19 años de edad. En 2018 la cifra fue de 51. Para el 2019, se registraron 58 casos. Aunque la edad de la población que más se suicida está entre los 20 y 35 años, es inquietante que quienes más lo intenten sean niños y adolescentes.

Tres meses bastaron para que la vida de Natalia cambiara completamente. Con ocho kilos menos, tristeza, ansiedad, miedo y rencor intentaba, en el 2014, terminar su último año de bachillerato. Sin embargo, en su mente se había colado un pensamiento: no quería vivir más.

Ella relata hoy que era una de las mejores estudiantes de su promoción y representaba los valores y el perfil de las alumnas de la institución. No tenía problemas, era tranquila y se llevaba bien con sus compañeras. Su ‘pecado’, como ella misma dice, fue que se enamoró de una mujer.

Estudiaba en un colegio católico y femenino donde ese tipo de asuntos no eran ni entendidos ni permitidos en las aulas. Desde que los profesores y las directivas se dieron cuenta de su amor, la vida no fue la misma para ella, recuerda Natalia. No podía hablar del tema con su familia y las dos amigas que inicialmente se enteraron, poco sabían del problema en el que estaba por su propia decisión. Ella estaba rodeada de personas y aún así se sentía sola.

Natalia, de 17 años, era una chica solitaria, nerviosa e introvertida. Su vida social se centraba en el colegio, ya que su madre la mantenía en casa. No salía a la calle, no podía quedarse en una pijamada con amigas, no hacía planes. Su vida se resumía en ir de la casa al colegio y del colegio a la casa.

Sus padres son divorciados y el papá poco interactuaba con ella. Su hermana, dos años menor, un poco más activa, era una chica problemática debido a su carácter complejo y no le iba tan bien en el colegio. Ese era su entorno familiar.

Natalia es una chica de pelo largo, castaño, de estatura más alta que el promedio colombiano y de piel blanca. En su época de colegio, disfrutaba de los deportes, le gustaba la música, las artes, tenía muchos sueños y deseos en ese momento crucial de su vida.

Desde que conoció a María*, la única mujer de la cual se ha enamorado, Natalia no sintió que fuera un pecado ni que estuviera mal, ya que nunca había sentido algo parecido por alguien y en vez de sentir culpa se sintió feliz consigo misma. Sin embargo, cuando su familia lo supo, fue señalada y pasó a ser la vergüenza de la casa. Poco importó que en toda su vida hubiera sido aplicada y responsable. Las creencias y estructuras del hogar y del colegio hacían que sus sentimientos se percibieran como sucios. Comenzó a sentir que no debía existir más. La idea de suicidarse empezó a colarse en sus pensamientos, en sus sueños.

 
 

Mientras pasaban los días y meses del segundo semestre del 2014, la angustia de Natalia era peor al tener que enfrentar a su madre cuando llegaba a casa. Le decomisaron el celular y el computador para evitar la comunicación entre ella y su enamorada. Todos los profesores y directivas le tenían los ojos puestos encima, estaban dispuestos a castigarla y a tomar acciones si en algún momento se hablaba con María o se reunían. A pesar de todo, el colegio era mejor refugio que su casa, porque por lo menos en la institución las dos podían comunicarse a través de miradas, de mensajes escritos en papelitos y por canciones que se dedicaban en la hora de descanso.

Natalia estaba muy confundida con todo lo que estaba pasando, por su mente todo el tiempo rondaba la pregunta de “¿cómo era posible que por amar a una persona, un acto y un sentimiento que no le hace daño a nadie, se llegara a juzgar y a tratarla como si esa persona estuviera cometiendo un delito?” En el colegio sentía que tenía todas las miradas encima y su confianza cada vez se reducía a profesores puntuales.

Al inicio tuvo que negar la relación con María* para evitar más problemas de los que habían. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, sintió que podía confiar en la psicóloga del colegio, ya que quería encontrar explicaciones del por qué de sus sentimientos. Fue la peor decisión que pudo tomar, pues desde que le contó todo lo que sentía y pensaba de María* y revelar que su comunicación no se había cortado, la psicóloga la delató con sus padres y con las directivas. Desde ese momento todo se vino abajo. Las sesiones con la psicóloga nunca fueron confidenciales, cuenta Natalia. Todo lo que las estudiantes le contaban llegaba a oídos de profesores, directivas y padres de familia.

Natalia cree que la psicóloga mezclaba su profesión con sus creencias, por lo que pretendía convencer a las niñas con diferentes preferencias sexuales que tenían graves problemas y debían enderezar el camino. El llanto descontrolado sobrevino, dejó de comer, de hacer las tareas. Comenzó a sufrir episodios de insomnio. “Me sentí abandonada por las personas en quienes confié y confiaba, también por las que más quería”.

Para Natalia, su proceso emocional y de relaciones estaban siendo anulados por la incomprensión y discriminación de los adultos en los cuales ella buscaba aprobación. La formación de su carácter y de su personalidad estaban siendo aplastados. Y su caso se acercaba peligrosamente a lo que muestran las estadísticas, que los menores entre 14 y 19 años de edad son los más propensos a suicidarse.

La importancia de la salud mental

¿Es la salud mental un tema relevante en nuestros días? ¿Qué consecuencias tiene ignorarlo? Según Vladimir Bernal, especialista y magíster en psicología clínica, la mayoría de las veces en que un adulto recibe terapia, de alguna forma se confirma que sus problemas se deben a episodios de maltrato que tuvieron lugar en sus hogares durante la infancia. De ahí la importancia de diagnosticar los casos temprano para evitar autolesiones, intentos de suicidio o secuelas que pueden durar toda la vida.

FOTO: Imagen de Melk Hagelslag en Pixabay

Las cifras de suicidio en Bogotá, según el Observatorio de Salud Mental, demuestran que es un problema en aumento y que cada día son más niños y adolescentes las víctimas. En la capital hay una tasa estimada de 4,7 suicidios por cada 100.000 habitantes y los hombres son quienes más toman esta decisión.

Diego Vera hoy se encuentra en quinto semestre de Ingeniería de Sistemas y desde séptimo grado de bachillerato piensa en el suicidio. Viene de una familia disfuncional, donde el padre estuvo ausente la mayor parte de su vida. Esto se vio reflejado en los conflictos personales que tuvo con estudiantes de su colegio, ya que para muchos era un “bicho raro”, según él mismo cuenta. Lo ha salvado hasta el momento pensar que “la mayor decisión de un hombre es no matarse”.

Nunca habló de sus intenciones autolesivas con nadie, solo se aferró a la idea de vivir como él quería, sin importar lo que la gente pensara. Sin embargo, no todos los hombres piensan así. Aunque las enfermedades mentales nos afectan por igual a hombres y mujeres, el machismo que aún pervive en la sociedad ha demostrado que los hombres se resisten a hablar públicamente de sus crisis, lo que muchas veces los lleva a la decisión de acabar con su vida.

La juventud padece de soledad permanente, ya que vive en el mundo virtual y de alguna forma ha perdido la habilidad de manejar los códigos de socialización. Los padres trabajan mucho y la mayoría de las veces no tienen la disposición para atender a sus hijos, lo cual hace que estos terminen aferrándose más a sus amigos y a cosas materiales que a su familia. Además, hay un gran culto a la belleza y al éxito, los cuales generan estándares muy altos casi imposibles de alcanzar; estas son algunas de las distintas causas que pueden dar origen a la depresión y a la ansiedad en los jóvenes, explica la psiquiatra Magdalena Fernández.

Los testimonios de los expertos arrojan luces frente a los temores que tienen los jóvenes para buscar ayuda psicológica profesional, así como los prejuicios que les impiden hablar de la salud mental y de sus emociones. Para los profesionales, hoy, más que nunca, con la pandemia de la Covid-19, la imposición de la cuarentena y el aislamiento social la idea de fortalecer una educación mental y una prevención es urgente, ya que las cifras del 2019 presentan una tendencia al alza. “En este tiempo de confinamiento habrá dos salidas para las familias: los padres y los niños se unen y comparten más tiempo, o termina de empeorar la situación, ante la dificultad de los adultos de reconocer el problema (se refiere a las enfermedades mentales)”, dice Fernández.

Los psicólogos explican que muchos factores de riesgo para los muchachos con problemas mentales se hallan en sus grupos más cercanos, ya sea en la casa o en el colegio. Y con el tiempo, esto comienza a generar otros problemas, como dificultades de aprendizaje y conflictos con maestros y compañeros.

Lo más complejo es que quien busca atención mental y afectiva, en muchos casos se siente estigmatizado y, por eso, Fernández asegura que es muy difícil transmitir la importancia de hacerse atender a tiempo. Dice la psicóloga que incluso hay niños que asumen que ir al psicólogo es una cosa de locos.

Otro problema que identifica el psicólogo clínico Bernal es que muchas veces los padres llegan al consultorio creyendo que el problema es de los chicos y son reacios a entender que ellos tienen un papel determinante para coadyuvar con la salud mental de los hijos.

La psicóloga Diva Angulo, quien trabaja para una IPS en Bogotá, menciona un ejemplo de algunas situaciones que pueden afectar el desarrollo psicoemocional de cualquier niño. “La madre reporta que la niña se frustra muy fácil. Hacemos la actividad del dibujo y ella borra hasta que rompe la hoja. Me cuenta lo que pasa con su profesora y veo que ha tenido frustraciones poco equiparables con lo que puede soportar a su edad”. Esto les pasa a cientos de niños. El problema es que no todos cuentan con la suerte de asistir a terapia, ni con la comprensión de los padres y del colegio para acercarlos a profesionales que los pueden ayudar.

Para Angulo, en vez de rotular los comportamientos con el nombre “trastorno mental”, prefiere tratarlos como una situación emocional para resolver. “Últimamente todo se está volviendo un trastorno mental. Para hacer ese diagnóstico se deben tener en cuenta muchos factores que no se logran identificar en la primera consulta”, añade la psicóloga.

En Colombia, el tema de salud mental conquistó la legislatura en el 2013 con la expedición de la Ley 1616 (conocida como Ley de Salud Mental), pero solo en noviembre del 2018 el Ministerio de Salud adoptó la Política Nacional de Salud Mental. Pese a ello, todavía hay muchas zonas grises que hacen que el bienestar emocional y psicológico de los colombianos no sea transversal en la prestación de los servicios de salud ofrecidos por el Estado. Esto se deduce desde los datos obtenidos de SALUDATA y Medicina Legal.

De acuerdo con el psiquiatra infantil Gabriel Fernando Oviedo, proteger la salud mental de los niños es una obligación debido a que hay edades en las que el ser humano aún no ha desarrollado sus mecanismos de defensa y es más vulnerable: “Si a un niño lo tratan mal sus padres, lo matonean en el colegio y sus profesores lo descalifican, se puede deprimir o presentar ansiedad con mayor facilidad que un adulto”.

“Ya en los adolescentes, la situación se complica, pues cuando uno es niño existe una mayor aceptación externa e interna del sujeto, mientras que en la adolescencia hay que buscar ser aceptado y eso genera ansiedad y frustración que pueden llevar a la depresión y a trastornos de la conducta alimentaria. Si estos niños o jóvenes no tienen una ayuda psicoterapéutica que les enseñe a reconocer sus emociones, es posible que los trastornos se hagan más complejos”, afirma Oviedo.

Los consejos para una crianza responsable se pueden encontrar desde las escuelas de padres impulsadas por los centros de salud hasta las comunidades virtuales de apoyo a las familias. De manera general, el psiquiatra Fernando Oviedo sugiere reconocer los logros de los niños y felicitar antes que castigar. “Los padres son los encargados de formar al niño en valores. El colegio es para todo lo relacionado con el aprendizaje. Esos valores se adquieren por el ejemplo en casa”.

Por su parte, la psicóloga Angulo recomienda una crianza basada en el amor. “Pero no es un amor que borre las reglas. No se trata solamente de acariciar, sino de entender la importancia de poner límites y ayudarle al otro a que sea un ser independiente, que asuma las consecuencias de lo que haga. Desde la familia, el niño empieza a ver cómo funciona el mundo. Freud decía que ningún ser humano es capaz de desligarse de las imágenes vividas en su infancia”.

Para Natalia, este episodio de su vida en que quería dejar de existir, duró cinco meses y la marcó para siempre. La relación con María acabó, pero ya en la universidad, gracias al respeto y a una mayor y mejor goce de la libertad, pudo saber que “amar no es malo independientemente del sexo de la persona. Que se necesita empatía y comprensión para poder habitar el mundo y que solo se cambian las cosas desde los debates, la charla y el amor. Que las verdades no son absolutas y que todas las personas sin importar su nacionalidad, color de piel, sus rasgos físicos, su posición socioeconómica y demás, valen por igual y pueden ser queridas por igual”, reflexiona.

*Natalia es un seudónimo. Es utilizado por petición de la entrevistada para no revelar su identidad.

*María es un seudónimo. Es utilizado por petición de la entrevistada para no revelar su identidad.

Actualmente se siguen registrando suicidios en esta población por lo que se hace inminente una mejor atención y una rutas más efectivas a la hora de prevenir y atender estos casos. En los dos primeros meses del 2020 se registran 8 víctimas en la ciudad de Bogotá.

 

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