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[Opinión] El Estado con orejas de pescado

Por: Laura Valencia // Periodismo de opinión


La juventud parece contrariar cada vez más, política y socialmente, a un Estado petrificado en el tiempo, indiferente a los clamores de su pueblo. En este país, sobre todo en estos tiempos de protesta, se hace cada vez más necesario el ímpetu estruendoso e imaginativo de la niñez, que caracteriza a los jóvenes: a lo mejor su grito destape uno que otro oído sordo.

Protesta a la altura de la carrera séptima con calle 13. Por: José Miguel Gómez, 19 de mayo 2021

Cada vez que un niño quería ignorar lo que otro le decía, se tapaba los oídos con fuerza y decía a gritos que tenía orejas de pescado. El Estado es como ese pequeño niño: a pesar de que todo un grupo le grita al oído, solo repite una y otra vez que tiene orejas de pescado. Pero no hay nadie más perseverante que un niño o un joven. Siempre han logrado mover masas, siempre se han hecho notar y exigido cambios que otros sectores de la sociedad no se atreven a pedir.


Recordemos que uno de los cambios más importantes de la Constitución de 1991 fue impulsada por la séptima papeleta, una iniciativa de la juventud. Hoy, ese mismo grupo, la bendita juventud, ha logrado unir a todo un país para hacer valer los derechos humanos de los colombianos. Llevan más de una semana en paro y sus demandas aún continúan, pues van mucho más allá de una imprudente reforma tributaria.


Antes de darle espacio a la oposición, el presidente Duque y su gabinete deberían darle prioridad al pueblo. Las personas que salen a marchar todos los días son las que buscan transmitir sus demandas al Estado para acabar con la banalización de violencia en la que vivimos. Escuchar en una mesa de diálogo la situación real de los colombianos es lo necesario; esto ilustraría al Gobierno sobre medidas necesarias para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.


En este caso, los jóvenes han buscado diferentes maneras de hacerse notar, como expresiones culturales (bailes, obras de arte que se ven en las calles…), pero lo que más pide esa población es poder participar del debate político. Las motivaciones para salir a gastar las cuerdas vocales son varias, como garantizarse un mejor futuro y empezar a cultivar empatía de todo el mundo, sin importar la posición ni los privilegios.


Y aunque hacen falta mesas de diálogo en todo el país, la tolerancia y la empatía no son algo que caracterice a los colombianos. Así como siempre resultamos (irónicamente) dentro de los países más alegres, deberíamos crear culturas de paz para volvernos uno de los países donde más se valoran los derechos humanos, un país donde los jóvenes sientan que el Estado busca apoyarlos con mejor calidad de vida. Ningún país puede progresar o tener una situación social estable si el pueblo y el Estado son enemigos; para esto necesitamos que las prioridades de los gobiernos estén acordes a lo que el pueblo pide a gritos todos los días.


Lo más triste es que las cosas que están pidiendo las personas deberían ser aspectos básicos que no se discuten: la salud, la educación, el respeto por la vida y el respeto a la protesta. Nada de esto debería ser circunstancial. El problema es que los jóvenes están tratando de cambiar el funcionamiento del país que se ha institucionalizado durante toda su historia, desde la Guerra de los Mil Días o antes. Este es un país cuyo día a día implica violencia de cualquier tipo como opción permanente de respuesta, y se requiere paciencia para conseguir que el Estado no sea un campo de guerra sino un promotor de paz.


Señores políticos: no usen la indignación y dolor del pueblo para promover populismos y campañas electorales. Esto es crucial: la postura que tome el Estado va a determinar el rumbo que siga cursando este país. ¡Dejemos en un segundo plano los intereses individuales y la ambición de poder político, que corrompen el alma del hombre! Si quieren ser buenos líderes y tener al pueblo, la masa que realmente tiene el poder en un país, de su lado, abran espacios de diálogo, con respeto, para saber qué dificultades tiene un colombiano al vivir en este país. Por más sordo que se crea el Gobierno, no hay nada más poderoso que el poder de la bendita juventud. ¡Se harán escuchar!

 

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