Filiberto Pinzón es pionero de la fotografía digital en Colombia y con su cámara no solo ha retratado un sinfín de personajes, sino que ha recorrido todo el país, donde ha captado sus paisajes, su gente y su gastronomía. Ahora comparte su conocimiento con los demás.
FOTO: Filiberto Pinzón. De Gustavo Guzmán.
A los 13 años Filiberto se cansó. Ya no quería el trabajo de cortar caña ni continuar con el arado ni el sembrado y, aunque su sueño era ser veterinario y ganadero en su propia finca, veía que las posibilidades con las que contaba en el pueblo eran limitadas. Fue entonces cuando decidió empezar su propia aventura y emigrar a la capital, donde, sin saber cómo, se convirtió en uno de los fotógrafos más respetados y veteranos del país, así empezó “el rollo de Fili”.
Los inicios
Cierra los ojos y respira hondo, como si oliera de nuevo los químicos de la fotografía. Se transporta en el tiempo y recuerda el primer contacto con una cámara de fotos: era niño, vivía en Chaguaní, Cundinamarca, donde las cámaras eran las denominadas “foto agüita”, que hoy día serían consideradas como viejos armatostes, pero en ese momento eran la fotografía instantánea de la época, donde se tomaba, se revelaba y se entregaba la foto casi al mismo tiempo. Quien quisiera un retrato de este tipo debía permanecer inmóvil durante 8 segundos para quedar fijo en el negativo, el cual era procesado dentro de un compartimiento especial de la cámara.
Filiberto recuerda esta historia mientras mira por la ventana, hace silencio, se acomoda las gafas, pasa su mano por su cabello ya canoso y sonríe. Las arrugas que se forman alrededor de esos ojos entrenados para capturar la realidad son símbolo de los miles de veces que ha tenido que mirar por el visor de la cámara. Como si fuera un álbum de su vida, trae los recuerdos de cómo logró surgir en medio de la adversidad, cómo tuvo la suerte de estar en el lugar y momento correctos, con amigos y mentores que le dieron la mano para ser un referente de fotografía en el país.
Empezó a estudiar fotomecánica en el Sena y a trabajar en el periódico El Siglo, donde se imprimían las fotografías en láminas de zinc. Mientras realizaba su labor todas las noches, admiraba en secreto a los reporteros gráficos, se maravillaba con sus historias, que para él eran hazañas, y envidiaba el carné que tenía un logo rojo en el cual se podía leer “Reporteros Gráficos de Colombia”. Ahí fue cuando pasó algo dentro de él, tuvo una premonición y “se despertó ese personaje —el fotógrafo— que tenía dentro del corazón”.
Pasaron algunos años y, mientras seguía aprendiendo del mundo de las rotativas, la fotografía se transformaba y era más apetecida en los diarios por editores y lectores. Con tan solo 19 años lo nombraron jefe de fotograbado de El Siglo. Con el dinero del ascenso pudo hacer un taller de fotografía con Ernesto León. Al recordarlo, el profe Fili, como le dicen de cariño sus alumnos, se lleva las manos al corazón y mira al cielo como pidiendo un deseo. Entonces dice que quisiera poderle agradecer todas sus enseñanzas, ya que fue su primer maestro en el mundo de la fotografía. Luego, con más recursos, pudo tomar un taller de fotografía en la misma Kodak, con el maestro Nereo López, leyenda de la fotografía en Colombia. Y Nereo, aunque era un “bacán”, no era el más dulce con sus alumnos. Mientras esboza una sonrisa, Fili sube una de sus manos y la estrella contra la otra, y cuenta que Nereo lo aterrizó, porque “alguien que lo estime a uno tiene que aterrizarlo”. Pinzón hace énfasis en la frase y luego suelta: “No se crean el cuento de que uno es un fotógrafo, porque uno se demora muchos años para serlo. Además, nunca hay que dejar de aprender, el que deja de aprender está jodido. Usted estira la pata y aún no es fotógrafo”. Esa es la manera de hablar de Fili: desparpajada, con un lenguaje que cualquiera puede entender, con el que logra conectarse con la persona que tiene al frente.
En un taller de fotografía de su escuela, a la que él llama “Los Párvulos de Fili”, hoy dicta una sesión en el Jardín Botánico de Bogotá y no tiene problemas en tomar un palo del suelo y empezar a dibujar en la tierra como si fuera un tablero, para que sus alumnos le entiendan el concepto que les quiere transmitir. Sus manos quedan llenas de tierra, al igual que su pantalón, pero no le importa, con tal de que a los apasionados por la fotografía les quede claro que en cada foto hay que dar lo mejor de cada uno y que una imagen debe ser perfecta, por eso el esfuerzo vale la pena. Con el dibujo en la tierra les recalca la importancia de la composición de la fotografía, al tiempo que les explica la ley de tercios, en la cual, según dice, no siempre el protagonismo debe quedar en el centro de la imagen.
El legado
En su escuela de fotografía ha tenido alumnos que van desde los 13 hasta los 85 años. Además de buenos trabajos y foco perfecto, también les exige a los aprendices pasión por las imágenes. Siente que es un acto de gratitud con la vida poder transmitir lo que sabe. Jainer Gómez, uno de sus alumnos, trabaja como vigilante en El Tiempo y asegura: “Nunca había tenido un profesor como don Fili, con ese carisma como persona. Más que un profesor, es un amigo: siempre está dispuesto a escuchar y es un buen ejemplo para cada uno de nosotros. Nos anima a no rendirnos y seguir. Para mí ‘Los Párvulos de Fili’ es estar en familia, significa alegría; mientras estamos en el curso se nos olvidan los problemas”.
Algo parecido dice Patricia Caicedo, quien trabaja en el canal CityTv y explica que una de las mayores bondades de su profesor es la humildad, pues “él no solo enseña la técnica, enseña que hay que volver a observar, pero con el corazón, con la sencillez, con el cariño y, sobre todo, con la pasión… Hasta su sonrisa es generosa”.
Con "Los Párvulos" Filiberto logra, sin habérselo propuesto, algo que es muy difícil de encontrar en la sociedad colombiana: no solo reúne, sino que integra a personas de diferentes estratos socioeconómicos, pues no cobra por el curso, porque, según cuenta, “es una forma de agradecer a la vida, porque lo más hermoso que uno puede hacer es enseñar y compartir”.
En el grupo se ven alumnos vestidos con ropa de marcas extranjeras, profesionales que trabajan en medios de comunicación, también algunos que no son profesionales o que no terminaron el bachillerato, algunos tienen equipos fotográficos de más de ocho millones de pesos, mientras que otros llevan los modelos de cámaras más básicos; pero nada de esto importa cuando están juntos, en un ambiente de integración, pues por unas horas se olvidan de las jerarquías, los títulos y los estratos, y comparten y compiten sanamente por tener el mejor enfoque y el encuadre perfecto.
Delfina Suárez es renuente a contar su experiencia, pero siente que por el agradecimiento que tiene a “don Filiberto” debe confesar que es una de las alumnas que llevan más tiempo asistiendo y, aunque no tiene estudios formales, intenta dar lo mejor de sí para comprender los términos y hacer trabajos que logren la calidad requerida. “Agradezco al maestro por mostrar y enseñarnos lo más lindo de Colombia. Agradezco su paciencia y este espacio, que es demasiado importante en mi vida”. Ella repitió el primer módulo tres veces para poder tener claros los conceptos de ISO, velocidad de obturación y diafragma.
La clase avanza y mientras el maestro les explica a los alumnos las diferentes opciones que da un árbol para ser fotografiado, Delfina no se calla, habla con su compañera del lado sobre la comida que logró entrar al Jardín Botánico para compartir con sus compañeros. Filiberto se rasca la cabeza, interrumpe la explicación de repente, agudiza la mirada y se queda esperando que hagan silencio. Un compañero codea a Delfina, ella gira la cabeza para ver qué pasa y cae en la cuenta de que interrumpe la clase y se excusa. “¡Qué verriondos!, esto no es el jardín infantil, es el Jardín Botánico”, acota Pinzón, mientras el grupo se ríe y la clase sigue.
El tiempo en El Tiempo
FOTO: Las fotografías de Fili. Caño Cristales. Cortesía de Filiberto Pinzón.
En 1980 Filiberto empezó a trabajar en el periódico El Tiempo, en el área de fotomecánica. Para la época ya hacía fotografías de bodas y eventos sociales, pero no le gustaban mucho, lo hacía más por obtener recursos adicionales y, con ellos, seguir capacitándose.
Pasados los años, Luis Fernando Santos, presidente de la compañía, viajó a Miami, donde vio un estudio digital y tuvo la idea de montar uno en Colombia. La cámara que trajo era una especie de híbrido: una parte digital y otra análoga.
En ese momento no hubo quién se le midiera a trabajar con ese ‘Frankenstein’ que, además, no tenía instrucciones. Filiberto supo que nadie se había presentado para el manejo de la nueva cámara, por lo que le pasó la hoja de vida al presidente de la casa editorial. A los quince días tuvo la respuesta: había sido seleccionado para ser el responsable de la primera cámara digital de El Tiempo.
Poco le duró la emoción, puesto que cuando recibió la cámara no tenía la mínima idea de qué se trataba. En ese momento un colega, Rafael Espinosa, le ayudó a abrir las cajas y montar el equipo. “¡Qué chicharrón en el que nos metimos! Ahora me río, pero en ese momento me preocupaba porque con qué iba a salirles a los dueños del periódico”, cuenta el fotógrafo.
El equipo no era el mejor, en los retratos las personas quedaban con la piel amarilla, por lo que para corregir este defecto Filiberto investigó y conoció a uno de sus más grandes aliados en la fotografía digital: el Photoshop. En ese entonces se cuestionaba la utilidad de ese programa, pero conocer su manejo fue una de las principales ventajas que tenía Filiberto frente a otros fotógrafos que no se interesaban por la posproducción de las imágenes.
GALERÍA: Las fotografías de Fili. Caño Cristales. Cortesía de Filiberto Pinzón.
Un día, en una urgencia, un miembro de la redacción necesitaba una fotografía para un documento. Fue entonces cuando Filiberto pensó que esa era su oportunidad y se ofreció a hacerla y tenerla lista antes que los del estudio de fotografía análoga convencional. “Ese tipo regó la bola de que yo era el mejor fotógrafo, no de Colombia, sino del mundo”, dice y se ríe. A partir de ese momento no dio abasto para los trabajos que le encargaban las diferentes revistas de la casa editorial, como Elenco, Carrusel y Aló.
Así, los editores le comenzaron a solicitar que todos los personajes pasaran por su lente y, a su vez, los personajes quedaban encantados con la magia del retoque digital, porque quedaban mejor de lo que eran en realidad. “Yo antes estaba desesperado, triste y aburrido, porque no tenía a quién tomarle fotos, luego no podía parar por tanto trabajo que tenía”.
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Luego hizo una revista de viajes llamada Ida y Regreso, una publicación sobre turismo con la que recorrió el país, y gracias a ella logró el material que posteriormente lo llevó a hacer El Rollo de Fili, un videoblog en el que registra sus viajes y fotografías.
Su trabajo se convirtió en su mejor tarjeta de presentación: pudo tomar fotografías de presidentes, ministros, personajes, actores y de toda la geografía nacional. Explica que parte del reto con las personas es sacarles el mejor retrato; es decir, saber cuál es el mejor ángulo de cada uno y lograr que esté con la mejor disposición. Pero también debido a su interés por los paisajes tuvo la oportunidad de recorrer la totalidad de los departamentos de Colombia.
Ahora, por ejemplo, recuerda un viaje al Chocó, donde las condiciones fueron extremas: “Ahí no entraba cualquiera, las condiciones eran muy duras, pero fue la cosa más bacana porque conocí otra realidad”. En esa ocasión se subió a una lancha en Quibdó y navegó por los ríos Atrato y Baudó, luego atravesó la serranía del Baudó acompañado por los “paceros”, un grupo de hombres que en sus espaldas cargan víveres, enseres y hasta personas de un lado al otro de la montaña, pues el camino es tan adverso que por allí no pasan ni siquiera las bestias. Y finalmente llegó a un pequeño caserío llamado Pie de Pató, donde vive una comunidad muy pobre y aislada. En todo ese viaje no dejó de apretar el obturador de su cámara y documentó una realidad que muy pocos conocen.
Ha recorrido la totalidad de nuestra geografía y sus retratos cuentan las historias de los lugares, su arquitectura, su naturaleza, su gente y su cultura. Desde los duros trabajos de vaquería en los Llanos Orientales, pasando por la difícil vida en los pueblos palafitos que se alzan en medio de la ciénaga Grande, en el Magdalena, hasta la belleza colonial de lugares como Barichara, en Santander, o Villa de Leyva, en Boyacá.
Por eso se podría decir que toda Colombia ha desfilado ante la lente de Filiberto. La ha congelado en postales de un país diverso y contrastante, de un país que asombra, porque, como él mismo suele repetir, “Colombia es hermosa”. Así ha conocido también a su gente, a los campesinos de la zona andina, a los indígenas nukak de la Amazonía, a los wayuu de La Guajira, a las comunidades afro del Pacífico. Y en todos esos lugares no solo ha tomado fotos: “he dejado grandes amigos”, afirma.
Y, por supuesto, ha dejado también una obra que se ha exhibido en varias exposiciones y que ha quedado registrada no solo en las páginas de periódicos y revistas, sino también en ocho libros entre los que se cuentan Colombia al natural, Escapadas por Colombia o Colombia, imágenes asombrosas de un país diverso donde se reúne el trabajo de una vida.
Además, Filiberto consiguió ir más allá de la fotografía. Sentía que en sus recorridos se quedaban por fuera personajes maravillosos y paisajes que merecían ser narrados también en vídeo. Aprendió a manejar una cámara de vídeo y empezó a mostrar a su manera los lugares más emblemáticos de Colombia, a contar la vida de las personas y su cotidianidad a través de su programa web El rollo de Fili. En su programa no hay libretos, “todo se va grabando a la medida que pasan las cosas y los personajes de las regiones nos cuentan sus historias. Es otra manera de contar Colombia. Nos va bien porque la gente está cansada de ver la violencia en la televisión, eso enferma; por eso les contamos las historias positivas, de la gente buena que en este país hay por todas partes”.
GALERÍA: Las fotografías de Fili. Caño Cristales. Cortesía de Filiberto Pinzón.
Detrás de la cámara
Hoy, después de 39 años de trabajar en El Tiempo, de los cuales 21 fueron como fotógrafo, a Filiberto le llegó la hora de retirarse de la empresa. Aunque expresa que solo tiene agradecimientos para la casa editorial, ya que gracias al trabajo que le dieron allí pudo surgir, cumplir los sueños y sostener a su familia, extraña el ajetreo de los medios, del periodismo.
Filiberto a veces no es consciente del paso del tiempo, aún considera que está en excelente forma física y dice que ya se recuperó del todo de una caída de un caballo en los Llanos. Tal vez él no lo nota, o no lo quiere notar, pero camina un poco cojo de la pierna izquierda. Sin embargo, conserva todas las ganas de seguir adelante y siente que nada ni nadie se puede interponer entre él y el mundo de la fotografía, porque, como dice, “la mejor foto es aquella que hay que tomar mañana”.
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