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Laura Viviana Jiménez Camargo //

Food of War, sin tragar entero


Comer es, y siempre será, un acto político. Esa es la verdad y el sinsabor que deja la exposición Food of war en el Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá, ubicado en la carrera 74 No. 82A-81.

FOTO: Tomada de la cuenta de Linkedin

¿Qué es Food of War? Es un colectivo que nació hace diez años en Londres. Lo que explora, a través de múltiples expresiones que aportan cada uno de sus 25 artistas, son las guerras y disidencias que se desatan continuamente alrededor de la comida en el campo político, cultural, antropológico y económico. Fue fundado por dos colombianos, Hernán Castañeda y Germán Barrios. La exposición está abierta está desde el 15 de noviembre hasta el 29 de febrero de 2020.

Sí; usted se sienta a cenar, desayunar o almorzar y jura que el plato que tiene al frente es la tan estimada comida de casa. Cuando quiere unas oncecitas se saborea las frutas y la miel (porque ya no azúcar) sintiéndose muy saludable y muy fitness. Y se desayuna la aguapanela “porque lo mejor es lo de acá”.

Lo cierto es que, el solo hecho de tener un retortijón de hambre ya lo está llevando a usted a querer meterse lo que se pueda a la boca, eso sí, que sepa a bueno, pero ¿y su detrás de escena qué? El detrás de escena de muchos platos, y de cualquier posibilidad de comer, lo trae el colectivo de artistas Food of War para poner el tema de la comida sobre la mesa. Y es que, lejos de ser el típico espacio donde suele rebuznar la vanidad de cada artista, esta exposición despliega esa indigestión de la que sufrimos actualmente en este sistema alimentario. Una indigestión por exceso o escasez, por industria o por tradición, por paz o por guerra, por resistencia o por sumisión...

Y pues sí, con obras como Buen provecho, ve uno que ya está bueno de tragar entero sin pensarnos el mercurio del sancocho de pescado, o la diabetes que lamemos en los helados que se vuelven el manjar preferido de los niños.

Food of war es la exposición con gastroperformance, una nueva modalidad en la que se utiliza comida y una obra en la que todos puede participar para pensarse hasta la rodaja de banano, ese dulzor glorioso y tan ‘Maduro’ que ya nadie se quiere comer...

—Puede comer banano.

—¿En serio?

Pues es que pa' eso está el gastroperformance como el de Tremendo cambur / Prohibido Maduro de Nina Dotti, una riqueza de bananos abultados ante el trono de un ‘inMaduro’ que no sabe aprovechar los dulzores de su región. La diferencia es que acá ese bulto no se desaprovecha, ese bulto va a quedar resumido en nada porque el arte de galería (por fin) se consume y se mastica y mejor que lo hagan todos los que van, porque “el que come solo, muere solo”.

Ir a estas salas es la posibilidad de que se rumie la realidad que otros ya se rumiaron para hacerla tinta y performance, para hacerla fotografías y vídeos y para que, después de tanto comer, usted vea que se está tragando al otro, cual cuento de conejos hecho performance Rabbit tales de Rafael Ramírez en la primera sala, que despierta conciencia, pero resulta en exceso terrorífico: se siente uno como en un ritual satánico, un extremo innecesario, que deja asqueado al espectador. Sí, se está tragando el exceso, se está tragando la vida y el trabajo de muchos otros, se está tragando el químico que se inventan y se está tragando el plástico de nuestro tan nuevo y amado paisaje moderno.

 
 

Plástico y metal, porque de dónde vienen las cerezas dulces y el maíz, sino de las laticas que ahora hacen parte de las patas de las palomas y del cuello de los peces, si quiere ver especímenes como estos, ahí está Nuevas especies de Omar Castañeda. Todo eso expresado en calidad de arte para que usted vea que, desde siempre, esa Cocacolita y la tan adorada Nutella que se engulle sin conciencia, han esclavizado plantas, animales, culturas inimaginadas, y paladares ignorantes de que no nos matan, pero nos engordan para matarnos, como a los cerdos. Que esos alimentos tan famosos no son ninguna pera en dulce, sino que han hecho parte de la guerra. En fin, que si va a llenar la barriga, no deje al corazón descontento de tantas injusticias que hubo para llevar ese arroz a su plato.

Con aciertos muy claros en sus exposiciones, hay unas cuantas obras imprecisas allí. Que la genio del performance Marina Abramovic haya obsequiado su obra Onion donde expone su vanidad mientras engulle una cebolla, deja mucho que desear al lado de las luchas políticas que está develando este colectivo. Un croquis de Colombia mostrando la expansión de palma es algo que se puede buscar en una enciclopedia o en la Wikipedia, y pues… que fotografíen la labor de una familia panadera no está mal, pero ¿y el arte? el punto es cuándo este sabe buscar la particularidad en una historia y exhibirla creativamente, porque de lo contrario, cada familia puede poner su mosaico con lo que sabe hacer.

De arte es de lo que están llenas estas salas, a pesar de sus descaches.

En esa mesa de Food of War se puede sentar usted, que bebe Coca Cola, porque para qué drogas. Usted, que come frutas y verduras, porque es mejor lo saludable de Carulla que ya viene rociado de glifosato. Usted, que bebe agua de panela en la noche, porque los acuerdos también se hacen con almojábana. O usted, que almuerza el corrientazo con sopa, banano, arroz y le echa ‘kilos’ de sal al aguacate hasta que le sepa, si salió amargo. Esta exposición está abierta a que el público se piense como comida, piense la comida y sepa que las cuentas de la realidad en comida son claras (aunque asusten) y el chocolate espeso. Este es un colectivo que decidió apuntar a nuestra boca para dar un tiro de gracia que lo deje con ganas de comer con conciencia, para que ese poder que tiene medio banano lo coma con su sopa como un acto político.

 
 

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