Por: Juan Felipe Hernández González // Crónica y reportaje
Hace ya tiempo que la aplicación Grindr ha provisto para la población LGBTIQ+ un espacio exclusivo de socialización y satisfacción del deseo. No obstante, esta plataforma no parece estar conectada con el mundo real y se ha convertido en un lugar inseguro y merecedor de las críticas de usuarios preocupados y desencantados.
“No hablo con loquitas”, “nada de afeminados”, “vergón para vergón”: estas y muchas otras descripciones pueden encontrarse en Grindr. Esta aplicación móvil para citas fue lanzada en 2009 con el fin de facilitar los encuentros de cualquier tipo entre hombres gays, bisexuales, personas trans y queer. Con sus 27 millones de usuarios alrededor del globo, hoy su popularidad es innegable; es gratuita, de fácil acceso y está disponible tanto para Android como para iOS.
Como hombre gay he tenido la oportunidad de saber de cerca lo difícil que es tratar de ligar en un contexto como el trabajo, la universidad o, incluso, un bar. A primera vista, esta aplicación ofrece facilidades a la hora de pactar un encuentro; sin embargo, su sola existencia me hace cuestionar y reflexionar sobre cómo nuestra comunidad ha tenido que inventar este tipo de escenarios para poder conocernos y salir. Y es que en la cotidianidad no gozamos de espacios para ligar de forma segura, como sí los tienen los heteros.
Rol —pasivo, versátil o activo—, estatura, peso, etnia y estatus de VIH, entre otros, son las opciones que da la aplicación tanto para completar el perfil como para filtrar el de los demás. Se trata de ingresar a un mercado y ofrecerse en una especie de transaccionalidad cuyos filtros ayudan a encontrar un supuesto y perfecto match. Es caer en el círculo vicioso, que de por sí ya promueven las redes sociales como Facebook e Instagram, de querer alcanzar ciertos estándares de belleza europeizados y agringados. Porque sí: el racismo y la xenofobia están a la orden del día en Grindr.
Este tipo de aplicaciones afectan nuestra autoestima y nuestra salud mental, y generan en la sociedad una expectativa que se hace cada vez más difícil de satisfacer. Los cuerpos promovidos —masculinizados, musculosos, poco vellosos y bien dotados— obligan a quienes caemos en esta red superficial a replantearnos la forma en la que nos vemos. Se trata de una dependencia tóxica y dañina que hemos venido construyendo hacia estas apps. Cada vez se va tornando más difícil la socialización, conocer a personas en ámbitos “naturales” y espontáneos. Ahora priman las fotos de vergas, culos, abdominales perfectos y barbas tupidas, pero ¿y el intelecto, la personalidad, el carisma…?
El odio es una constante dentro de las descripciones de los perfiles y los chats de Grindr; no faltan la discriminación, la xenofobia, el racismo y hasta la transfobia: “no venecos”, “solo blancos altos”, “nada de maricones con vestidos”, “nada de afeminados” y demás. Yo me pregunto: ¿dónde están las políticas de seguridad de esta aplicación? ¿Acaso están de acuerdo con promover el odio y ciertas ideologías? Yo entiendo que todos idealizamos un tipo de persona con quien quisiéramos salir, y eso es respetable; no obstante, existe una brecha grandísima entre expresar nuestros gustos y hacer comentarios odiosos y groseros contra la dignidad de otros seres humanos. Grindr ya permitió que sus usuarios pasaran esta brecha hace mucho.
¿Y quién dijo emprendimientos? No sobran los negocios de sex shops, barberías, masajes, acompañantes y servicios sexuales, alimenticios y, sobre todo, de drogas. Cómo ignorar a esos dealers apurados ofreciendo a diestra y siniestra todo tipo de productos: poppers, cocaína, éxtasis, perico, marihuana y todo lo que usted se pueda imaginar. Y vuelvo a la misma pregunta: ¿dónde están los controles que debería tener la aplicación? Porque, por supuesto, no está mal que alguien promueva su negocio a través de esta red, pero es algo diferente ser permisivo con el tema de las drogas.
Asimismo, otra problemática gravísima de esta aplicación tiene que ver con los perfiles falsos: individuos que no tienen otra cosa mejor que hacer que robar fotos de redes sociales, entrar a Grindr e impersonar. Hay numerosos casos de robos, saqueos, estafas y extorsiones a manos de personas que se hacen pasar por otras. ¿Acaso la aplicación no debería hacer un proceso riguroso de confirmación de los perfiles para no caer en este tipo de situaciones? De verdad se trata de una misión titánica y minuciosa, casi de bacteriólogo, poder descifrar si un perfil es falso o no.
Así le fue a un pollo en un sauna gay
Algo que me perturba y me preocupa sobremanera es la facilidad con la que los menores de edad logran evadir los supuestos controles que se supone que tiene Grindr. Si bien esta es una aplicación únicamente para mayores de edad, esta afirmación se queda en el papel; a la hora de la verdad, jóvenes de entre 13 y 17 años merodean por ahí y se vuelven en una “presa” fácil. Abundan los perfiles que hacen alusión a tener sexo sin protección y sobran los viejos verdes que buscan satisfacer sus fetiches sexuales con menores de edad.
Grindr se ha posicionado en el mundo como una red que promueve la objetivación de los cuerpos y la anulación de las mentes. Es una aplicación que pareciera desentenderse de los discursos de odio, xenofobia, discriminación y transfobia que abundan hoy. Se trata de la mera reinvención de otras redes sociales: las personas de la comunidad acuden con la ilusión de conocer a alguien, pero terminan cuestionándose a sí mismas. ¡Qué irónico es saber el mal que nos hacemos al consumir este tipo de aplicaciones! Pero es que somos seres sociales y si la sociedad no nos da espacios amenos y seguros, pues Grindr “lo hará”.
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