¿Cómo hemos vivido los días de encierro? Estudiantes de la clase de ‘periodismo digital’ narran un día de sus vidas tras la llegada del nuevo coronavirus a Colombia.
FOTO: Ana María Tovar.
Veinticuatro años. Todo ese tiempo ha pasado desde que mi mamá me parió en una clínica de Bogotá. En estos días no pude dejar de pensar en que ese día salí del encierro de su vientre, donde me protegía, y que hoy no puedo salir al exterior para celebrar la vida. Estamos en cuarentena.
El covid-19 venía avanzando en diciembre desde las lejanas tierras de China. “Es solo cuestión de tiempo”, decía mi hermana microbióloga, que vive la cuarentena en París, cuando supo de los primeros casos en Ecuador, a finales de febrero.
Mi mamá y yo decidimos que para no pasar el cumpleaños 'tan de agache', haríamos un almuerzo especial, compraríamos una botella de vino y hornearíamos una torta. Ese fue el plan que elaboramos el día anterior en horas de la mañana, para que no faltara nada en las compras de la tarde que ella iba a hacer sola, tal como lo dicen las órdenes del aislamiento.
El 26 de marzo me levanté temprano, tal vez a las 8 de la mañana. Mi hermana fue la primera en llamar. Saludarme con ella para fechas especiales por videollamada no es una novedad de la cuarentena porque lleva más de cuatro años viviendo fuera del país y nuestra hermandad desde hace mucho es virtual. Mi mamá no estaba en casa porque tuvo que ir a trabajar con un par de colegas más, por lo que fue recogida en un carro de una entidad oficial de Bogotá, en donde trabaja.
Ella es la coordinadora de la oficina de correspondencia y, como sabemos nosotros por sus historias del trabajo, las tutelas, correos y quejas deben ser “tramitadas de manera inmediata". Esa regla sigue aplicando en tiempos de cuarentena.
Por su parte, a mi papá se le olvidó mi cumpleaños. Leyó toda la mañana en el sofá estando en pijama, mientras yo contestaba llamadas y daba gracias por las felicitaciones solo a unos pasos de él. Igual no lo adivinó hasta que mi mamá llegó. Mi hermano sí lo recordó.
En sus maneras toscas de afecto me abrazó, y luego volvió al encierro de su cuarto. Yo, la verdad, también tenía muchas cosas qué hacer. Así que mi mañana la alterné en dos actividades: trabajar en mi tesis y responder llamadas y mensajes de amigos y familiares de aquí y allá del globo.
Hace un año todo fue diferente. Vivía el antónimo de la palabra encierro. Mi cumpleaños me agarró en Siena, Italia. Aún desempacaba del viaje que hice con mis amigos a Nápoles y sus alrededores. Vivía en una residencia estudiantil con una compañera de cuarto granadina y vecinos colombianos, argentinos, italianos y de muchos lugares más. Esa noche comimos pizza, acabamos botellas de vino y terminamos en un karaoke cantando Dame más gasolina, de Daddy Yankee.
Para este 2020 con una pandemia andando, preparamos de almuerzo de cumpleaños en cuarentena espaguetis con camarones en honor a mi nostalgia italiana. Esta vez no acabé botellas de vino con amigos y no terminamos en un bar lleno de gente. Pero con un par de copas brindé con mi familia la suerte de estar juntos aquí. Después de todo, cada cumpleaños es diferente y esa es la gracia de la vida. ¿No es así?.
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