“Ahora que me permito sentir rabia puedo ver las cosas desde otra perspectiva”. Andrea Franco hace una reflexión sobre la responsabilidad afectiva en las relaciones de pareja.
En medio de los gritos, las lágrimas y los trozos de papel rosado que alguna vez fueron la boleta del concierto del uruguayo Jorge Drexler, me di cuenta de que podía sentir rabia. Nunca la había visto como una posibilidad, porque en aras del amor y de la espera, no hay espacio para sentimientos negativos.
Nos habíamos dejado hace tres meses por cosas de la vida. Fue principalmente su decisión y no me dio tiempo para sospecharlo o para preparar algo que amortiguara el golpe. Nunca me dio una razón válida; solo me dejó preguntas y el amor más genuino que había sentido hasta el momento. Ahora solo estaba congelado en el tiempo y el espacio.
Admito con un poco de vergüenza que en ese instante opté por sentarme a esperar a que todo se resolviera porque estaba segura de que me iba a extrañar tanto como yo lo estaba extrañando. Por eso mismo, no permití que la tristeza me invadiera, todo iba a estar bien. Él era diferente e iba a volver. Además, en marzo íbamos a ver a Drexler, para esa fecha él iba a entrar en razón.
FOTO: Imagen de Şahin Sezer Dinçer en Pixabay.
La que terminó entrando en razón fui yo. A medida que rompía esa boleta que él me había regalado, concluí varias cosas importantes:
Ni yo soy “La Gaviota” ni él es Sebastián Vallejo. Mi vida no la escribió Fernando Gaitán y, por lo tanto, él no va a regresar. Amiga, date cuenta.
Había invalidado todos mis sentimientos durante mucho tiempo. Resulta que puedo sentir cosas malas y eso no significa que le estoy fallando a él. Al menos no más de lo que él me falló.
Él nunca tuvo responsabilidad emocional conmigo y ¡qué triste notarlo cuando te ahogas en un montón de lágrimas y no puedes pensar con claridad!
A las mujeres nos han enseñado a aguantar, a ceder y a callar. Quizá fue por eso que nunca me atreví a decir lo que sentía. En primer lugar, debí haberle dicho que lo amaba en el momento en que lo supe y no dos meses después cuando estábamos terminando. También, pude haber exigido mi lugar con respecto a otras personas que estaban en su vida; no requería mucho esfuerzo, solo necesitaba que él lo tuviera en su cabeza y lo manifestara. También pude haber marcado la relación a mi ritmo y no al de él. Después de todo me iba a dejar y dejé de hacer todas estas cosas por miedo a que lo hiciera.
A los hombres, sencillamente, les enseñan a ser egoístas. Quizá fue por eso que actuó de esa manera. Él no fue un maltratador ni un abusador, ni siquiera era machista. Simplemente era alguien que no estaba emocionalmente listo o disponible para tener una relación seria; alguien que no cambia su soledad y su comodidad por nada del mundo. Lo problemático aquí es que nunca se hizo cargo de sí mismo ni de lo que sentía, no asumió una responsabilidad afectiva conmigo y por eso me dejó la carga de una ruptura que aún deja rastros en mi mente, en mi cuerpo y en mi corazón.
Ahora que me permito sentir rabia puedo ver las cosas desde otra perspectiva. Este sentimiento que llaman “negativo” puede ser muy sano en momentos de sufrimiento; me ha ayudado a empoderarme, a comprender, a dejar ir y, sobre todo, a validar mis sentimientos y a respetarme un poquito más. Tengo derecho a exigir, a sentir lo que se me venga en gana y a no conformarme con cualquier cosa. En cuanto a él, le deseo lo mejor. Después de todo, sí me trajo la sensación más bonita que he tenido, pero no lo puedo dejar ir sin decirle (aunque sea por este medio) a él y a otros, que se hagan cargo de sus sentimientos, que no jueguen y que cuiden de los demás. En otras palabras, que no busquen lo que no se les ha perdido.
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