Por: Fernán Fortich // Periodismo cultural
Los seres humanos dedican 2.6 horas al día a oír música, según el Music Listening Report 2019 de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica. Con todo el mundo en su casa escuchando canciones durante la cuarentena, la pandemia ha seducido a los artistas a ver en las dificultades una gran oportunidad para la creación y las nuevas maneras de llegar al público.
Ayahuasca, una banda bogotana de thrash metal, decidió lanzar material nuevo durante el confinamiento. Encerrado, el guitarrista de la banda, Andrés Moscoso, emprendió la composición y la creación musicales con su guitarra conectada al computador.
“El universo se reduce a una pantalla, es una nueva forma de encapsulamiento donde la obra te absorbe”, admite Moscoso. Tras dos meses de trabajo, el lanzamiento se realizó a través de las redes sociales. “El problema fue que todos los artistas hicieron lo mismo”, cuenta entre risas, mientras explica cómo el nuevo álbum se perdió en las profundidades de las plataformas repletas de contenidos novedosos. Para la banda esto significó una invitación a la paciencia y al crecimiento hasta que puedan retornar a los escenarios.
El sector del entretenimiento aún tiene un largo camino por recorrer antes de volver, y los artistas deben ir más allá de la labor performática. “La cuarentena cortó toda fuente de ingresos y a mí me tocó volverme profesor virtual”, cuenta Leonardo Rodríguez, cantante de la banda Corintos Club. Rodriguez, técnico en expresión musical, enfrenta la impartición de clases de guitarra a través de una pantalla, con el desafío agregado de cuidar de su hijo Oliver, de 2 años. Ser papá y profesor de guitarra durante la cuarentena convierte sus clases en verdaderos ejercicios de malabarismo parental: enseñar mientras el niño intenta quitarle los audífonos al ver que está hablando con extraños.
La digitalidad también ha puesto a prueba su carisma. Es difícil tratar de mantener interesados a los alumnos en clases virtuales que con facilidad pueden sentirse lejanas. Frente a estas dificultades, Rodríguez considera la música como su empresa. El producto que ofrece a sus alumnos es proporcionarles una manera de canalizar sus sentimientos a través de la guitarra. Según este cantante de blues, el conocimiento musical les permite escarbar sus mentes, y, por ende, cada composición o acorde tocado es una radiografía de sus vidas.
El blues y el metal bogotanos son representados, respectivamente, por Rodríguez y Moscoso. Si bien son una muestra diminuta de la variedad de artistas de Bogotá, ambos parecen expresar que la pandemia les ha brindado un aire nuevo, aunque desconocido, a los artistas locales. Estos días en las redes han crecido colectivos de artistas, como Catorce Voces, que organizan pequeños festivales independientes transmitidos desde las casas de diversos artistas. Son emisiones muy artesanales capturadas con el celular, lo que hace muy orgánica la calidad del material.
Andrés Gallego, organizador de estos eventos, asegura que son fundamentales para que los artistas participen frente al público: “También ayuda a mantener el arte al desnudo; si te equivocas en vivo, no te queda más opción que ser tú mismo”. Según él, las transmisiones permiten mantener toda la cultura que circunda a la música, desde quienes la reseñan hasta los que la discuten.
Con las ciudades desiertas se agudizan los sentidos. Se podría decir que las limitaciones de la pandemia son una invitación a escuchar atentamente los sonidos que nos rodean. Y es así como los artistas saltan a lo desconocido desde sus hogares, guiados por sus oídos y atentos a descubrir las ventajas de la nueva normalidad. Y todos, artistas y público por igual, encuentran nuevas sinfonías en sus vidas.
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