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Una carrera de observación llamada Museo Nacional

Por: Mariana Escobar Bernoske // Periodismo cultural


El museo más antiguo de Colombia quiere poner a prueba a cada uno de sus visitantes con recorridos interactivos y cronometrados. Entre geles antibacteriales, reservas y renovaciones, los sentidos se agudizan y comienza un estado de alerta. ¿Será posible recorrerlo en solo una hora?

Patio interior del Museo Nacional. Por: Mariana Escobar Bernoske

En una ciudad cambiante como Bogotá, la arquitectura del Museo Nacional de Colombia permanece y, además, representa bien el arte, la historia, la arqueología y la etnografía que contienen sus paredes. Tras meses de encierro, volver a escuchar el crujir de sus pisos de madera y sentir el leve frío que ambienta sus colecciones da la sensación de que todo sigue intacto. Pero no. Para aquellos ojos curiosos, el museo se ha transformado: ya no es un recorrido, sino una carrera de observación de 60 minutos.


Por el momento, solo 7 de las 17 salas que posee el Museo Nacional están abiertas al público. Esto facilita la hazaña de recorrerlo en apenas una hora, pero no deja de ser una amarga sorpresa para quienes no lo sabían antes de su visita. La estrategia es mantener la calma, buscar las pistas y dejar que la narrativa del museo fluya por sí misma.


La espontaneidad de caminar libremente por las salas se ha perdido, y ahora unas grandes flechas amarillas determinan el recorrido. Pero entre toda esa rigidez y la constante amonestación del tiempo transcurrido —que no solo regulan las colecciones, sino los minutos que quedan para finalizar la hora—, el museo se ha transformado en un espacio interactivo.

Una de las obras que se exponen actualmente en el museo. Por: Mariana Escobar Bernoske

Aunque ya no se escuchan las voces emocionadas de los niños interrogando a los guías y talleristas, ese espíritu de curiosidad infantil lentamente se apodera de los visitantes. El segundo piso del museo, renovado recientemente, da un giro completo a la experiencia, y, entonces, surge un gran dilema. Si la pandemia nos obliga a mantener distancia y desinfectarnos constantemente tras haber tocado alguna superficie, ¿cómo contenerse y no descubrir esas piezas ocultas del museo? Es imposible.


A lo largo de este recorrido y sus exposiciones, se encuentran cajones y vitrinas camufladas y cerradas a las que nadie parece prestar atención. No tiene sentido que estén ahí inmóviles; en definitiva, guardan algún secreto. ¿Qué pasará al abrirlas?: ¿sonará alguna alarma?, ¿llegarán los guardias de seguridad? ¿Valdrá la pena correr el riesgo? Claro que sí. En su interior se encuentran piezas complementarias de cada una de las salas, y si no fuera por la curiosidad de los visitantes, pasarían desapercibidas.


Estas nuevas exposiciones interactivas conforman el proceso de renovación integral del Museo Nacional de Colombia. Con el fin de invitar al diálogo sobre temas transversales y ofrecer una narrativa incluyente, participativa y dinámica, estas propuestas curatoriales invocan una reflexión sobre el pasado y el presente de un país diverso y en constante construcción —sobre todo con miras a la celebración de los 200 años del museo en 2023—.


¿Puede el espectador sentirse realmente independiente dentro del museo? Existen respuestas infinitas: no basta con observar las exposiciones, sino con dejarse interpelar por ellas. Preguntas como esta pautan el recorrido por exhibiciones que reflejan las grandes tensiones y problemas sociales que han tejido la historia del país. En definitiva, estas rechazan un visitante pasivo y posibilitan que la propia experiencia florezca dentro del museo.


Dentro de la oferta permanente está Hacer sociedad, una de las salas recién renovadas del museo —y, además, la más diversa—. Antes, este espacio era serio y frío, pues narraba desde un punto de vista oficialista la evolución del proceso independentista hasta la consolidación de la república. Ahora es un espacio lleno de color donde múltiples actores convergen para visibilizar la historia no narrada del país.

Esta es la nueva sección Nación que podrán encontrar los visitantes. Por: Mariana Escobar Bernoske

Claramente, permanecen algunas figuras del relato fundacional, pero es curioso comprender cómo lo que alguna vez fue contemporáneo ahora es historia. El museo hace una apuesta por reflejar esas luchas sociales y populares que hoy día atraviesa el país: por ejemplo, el reconocimiento de la cultura afro e indígena, más allá de una visión “blanca”, y el rol de las mujeres y el género en la construcción de nación.


El tiempo se acaba y parece que es imposible ver el museo en una hora. Sin embargo, las probabilidades están a nuestro favor, pues por el momento las tres galerías que componen el último piso están en renovación. Esto quiere decir que solo resta apreciar con la ya célebre mirada panóptica los gigantescos lienzos que conforman la última rotonda.


El reloj marca la hora y es momento de partir. La cara de sorpresa de algunos visitantes, escondida tras los tapabocas, revela la desinformación al momento de su visita, pero entre susurros se escuchan las ganas que tiene la gente de volver. El museo, aunque inmóvil, está vivo, y espera con ansias el reinicio de esta carrera de observación.

 
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