Las políticas públicas para la cultura (con y sin pandemia) parecen no entender de productores musicales en surgimiento y sin recursos. Fabián Orozco, uno de ellos, hace de su resignación un foco de canciones.
FOTO: Imagen de freestocks-photos en Pixabay.
Chasquidos de una caja de fósforos, cuatro acordes de guitarra y el golpe de una cuchara contra un vaso, diez compases de un ritmo atresillado, -tatán, tatán, tatán, tatán- tarareos susurrados mientras se pasea por un set de grabación improvisado con colchones. Así empieza la maqueta de un nuevo proyecto musical; mejor, una aventura o, más claro aún, tres días a punta de pan y café para Fabián Orozco, artista y productor musical independiente.
“Cuando Kike Santander entra a estudio, tal vez son los días en que mejor come, así tendrá energía. Yo, en cambio, vivo un enredo de tripas cuando le trabajo a una canción, pero esa hijueputa hambre me da más ganas de hacerle con toda”, afirma este bogotano de 23 años, que ama vivir en Bosa porque dice que es una mina de sonidos para sus canciones. “También porque la gente goza”, expresa mientras sonríe y se rasca la barba, pareciera que eso ocurre cuando le surgen las ideas.
Un apasionado como Fabián quisiera que todo fuera música pero, lamentablemente, no lo es. Debe trabajar a diario como domiciliario de un restaurante, renuncia a sus días de descanso semanal y los acumula para luego aprovecharlos cuando crea una canción. Siete años de aprendizaje y trabajo musical empírico le han dejado decenas de temas, aunque solo categoriza 15 como de nivel profesional ya que tienen: micrófonos, instrumentos, tarjetas de audio, consolas, programas y una habilidad interpretativa envidiable.
Esos mismos siete años le han costado la independencia obligada de sus padres, una gastritis crónica por anteponer la compra de instrumentos y equipos de producción a alimentarse bien y adquirir una idea que cada día le atormenta más: “La industria musical no es más que una oligarquía donde el talento parece no ser suficiente para triunfar”.
La premisa de Bogotá como ciudad de las oportunidades, una vez más, parece equívoca para productores musicales sin privilegios económicos. El Distrito promulga estrategias artísticas, casas de la cultura, festivales de música, se reconoce que hay un trabajo por el arte. Sin embargo, para sectores como la producción musical, las políticas públicas parecen ser “utopías culturales para la máscara cosmopolita de Bogotá”, como opina Fabián cuando su tez morena se ruboriza en un esfuerzo por no decir groserías al preguntarle por el apoyo del Distrito.
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Un rostro algo demacrado, unas ojeras amplias y una sonrisa tímida no pueden ser tan dicientes como las composiciones musicales del gran artista al que dan su fisonomía. Una gastritis sin tratamiento no puede ser más injusta que una decena de temas musicales sin reconocimiento por parte de la industria, ¿O si? Una jornada laboral de más de diez horas en algo que no se ama no es más injusta que un Distrito negligente con muchos de sus artistas.
Medir injusticias no es el punto. El punto es que Bosa, Bogotá y el mundo conozcan producciones musicales de artistas como Fabián. Que él pueda vivir y comer bien trabajando en lo que ama, tal como Kike Santander lo hace. Que pasar hambre nunca sea una opción para un artista independiente. Que las Administraciones dejen de ser conformistas, ‘embolatadoras’ y excluyentes con ciertas esferas artísticas como la producción musical, de la que muy poco se habla a la luz de quienes carecen de privilegios económicos.
El punto es bajar el volumen al ruido de la oligarquía, que el Distrito de una u otra manera permite en la industria musical local. Ese ruido seguirá con Claudia López al mando, quien en su plan de gobierno no contempla alguna estrategia cultural para que el sonsonete cambie.
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