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[Opinión] El día en que el mundo se silenció

Por: Diana Silva, Laura Salazar y Alejandra Rico // Periodismo de opinión


Silencio en las calles, ya no se escuchan los interminables pitidos de los conductores que llevaban tres horas en un trancón y que llegarían tarde a sus trabajos. Silencio en los parques que ya no están llenos de niños que corretean y gritan sin un propósito más grande que el de divertirse. Silencio en los bares, en los cines y en los teatros. Se acabaron los bailes, se apagaron las risas y se cerró el telón.

FOTO: Tomada de Pixabay.com, propiedad de: zhuwei06191973

Con la llegada de la Covid-19, el mundo no volvió a ser el mismo, ni nosotros, ni la economía. Pero tampoco hay que engañarse, porque antes de la pandemia tampoco estaba tan normal y libre de problemas como queremos pensar. Parece que ahora estamos con los ojos más vendados que nunca, esperando con ansias regresar a una perfección ficticia.


Es cierto que cambiaron muchas cosas a nivel social, político, cultural y, sobre todo, a nivel económico. Pero lo que está pasando es un abrebocas del futuro que nos esperaba si continuábamos con ese ritmo de vida ansioso de poder y de consumo. Según el filósofo Byung-Chul Han, “el crash se podría haber producido también sin el virus.


Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho mayor”. Teniendo en cuenta esto, podemos decir que el modelo económico actual ya no es sostenible, tarde o temprano este desplome sucederá, y esta pandemia lo único que hizo fue apresurar las cosas, en un sentido mucho peor.


Según Datosmacro, Colombia se encuentra en una tasa del 11,8% respecto al desempleo. Y la tasa general-mundial según la OIT “para 2021 ya augura que crezca al 5,5 %, con 193,7 millones de desempleados”. Sabemos que ha habido crisis peores como la del 2008, sin embargo, estas son cifras altas que nos demuestran la gravedad de haber cerrado y/o parado los negocios casi que en su totalidad.

 
 

Y la cuestión es que este declive económico no se debe a ningún tipo de causa ‘natural’, sino a las decisiones (convenientes quién sabe para quién) que han tomado los líderes mundiales. Llegará un punto, no muy lejano, en donde la gente prefiere arriesgarse y morir por la Covid-19, que pasar hambre junto a sus familias.


De acuerdo con el PMA en 2019, 135 millones de personas en el mundo ya experimentaban la pobreza y la hambruna, pero debido a la pandemia se estima que este año la cifra se duplique hasta 265 millones. Honestamente, si somos conscientes de ello, parece no importarnos. ¿Hasta cuándo seguiremos extendiendo la cuarentena retrasando lo inevitable?


Estamos muriendo lentamente por una razón que podríamos cambiar si no nos mantuviéramos escondidos de la Covid-19 que, por cierto, en ningún momento va a desaparecer y sí, el hambre tampoco, pero al menos los números de esta podrían disminuir, si así lo quisiéramos y acabáramos de una vez por todas este encierro.


No hay soluciones completamente efectivas, pero ya la cuarentena cumplió su meta, que era retrasar los picos y prepararnos para la situación. Si no hubiese tanta corrupción, explotación de recursos e injusticias sociales, los sistemas de salud no colapsarían. Muchos piensan que es el momento para pensar en colectivo y arreglar todo lo que estaba mal, pero, como dice Byung-Chul Han “el virus no vencerá al capitalismo.


La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte”. Puede que hayamos conciliado un encierro como humanidad, pero lo que estamos haciendo es preocuparnos cada uno por nuestra propia supervivencia. Esa solidaridad de la que tanto hablamos últimamente consiste en alejarse lo más posible de los demás. Nos silenciamos.


Ahora las medidas a tomar deben ser otras, no se debe escoger entre la vida o la economía. Llegará el día en que el mundo se silencie por el número de muertos.

 

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