Por: Edwin Cáceres Suárez // Periodismo cultural
Nadie se salva de la preocupación por no tener dinero suficiente. Pero algunos sí viven menos preocupados que otros. A esto me refiero con quitarse la máscara. A todos nos da miedo la pobreza, porque en este mundo, pobreza no es sinónimo de felicidad. Sí, aunque se diga que los pobres son la gente más feliz porque tienen poco. Yo digo que eso es solo para quitarse la culpa y justificar la desigualdad.
Podría hablar de cómo es la vida para un maricón y queer como yo. Pero si de algo estoy cansado es de andar escondiendo que soy pobre. No porque quiera, sino porque esta universidad le exige a todo el que entra, andar sonriendo y fingiendo que no tiene problemas económicos. No es culpa de la Javeriana, es culpa de la inequidad primigenia y casi connatural del sistema en que vivimos.
Entré a la universidad con el crédito condonable del famoso programa de Ser Pilo Paga. Estudie en el colegio público José Francisco Socarrás en la localidad de Bosa donde vivo. No, no es para que me tengan lástima o piensen, otro “Pilo” quejándose. Es para sacarme de una vez esta maldita mascarita que me pongo siempre que me dicen “vamos a comer pizza, a Cine Colombia, a la 85, a entrevistar a alguien que vive en Usme, cojamos taxi por las cámaras, saquemos copias, compren tal libro…”. Plata, plata, plata.
Sí, tengo amigos, tengo familia. Los amo. Mi vida no podría funcionar mejor si el mundo se tratara solo de sentimientos bonitos, buenas intenciones, amistad y amor, como nos lo hemos querido meter en la cabeza. Pero estoy harto. La mayoría de mis amigos y amigas de la universidad están hechos añicos porque no tienen dinero para pagarla, sus papás ya los están presionando, necesitan más plata para la casa. Pero a nadie le importa, a nadie se le cuenta. Porque aquí nadie sufre de eso. Les está costando la vida, les falta platica para seguir viviendo en Prado, los viajes a Europa y hasta pagar a la señora que les trabajaba haciendo aseo. Nos falta plata para los pasajes e incluso para comer. Pero ¿cómo estamos? … Bien. Todos estamos en la mierda, menos los que sí tienen dinero para no preocuparse por cómo seguir.
Pero la verdad es que muy pocos se pasan la vida sin preocuparse por cuántos billetes hay en el bolsillo. Sí, de pseudo comunista me las pinto. Porque desearía que las condiciones fueran al mismo nivel iguales para todos. Pero como en este mundo no se puede más que lo fáctico y a la vuelta de la esquina la pobreza les golpea la puerta a todos, ni el comunismo puede seguir a cabalidad. Quisiera pensar en buenos y malos, resulta placentero hallar un culpable. Pero el mundo no funciona así. Entre buenos y malos, hay otros que la pasan peor, que psicológicamente están padeciendo pa' ver cómo es que consiguen seguir con su vida.
¿Sin preocupaciones? Ese no es mi caso, ni el caso de mi familia que tiene que pensar que por lo menos mi hermana no va a entrar a una universidad como en la que yo estoy, porque supuestamente yo soy más inteligente. Que mi madre tiene que seguir llegando ‘muerta’ al hogar después de dos horas de Transmilenio y, después, dejarle la casa como tacita de té a otros que a veces tienen que pedirle rebaja porque no les alcanza para su estilo de vida.
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Tampoco es el caso mi tía, la que me crió hasta los cinco años, quien sin dos rodillas y operada de ambas, que no puede más que sentirse mal por ser una supuesta inútil. Además, a sus 50 años, después de recorrer un edificio de arriba abajo en el barrio Siete de Agosto, en el que le tocaba limpiar hasta la mierda del perro, no le querían dar su pensión, porque supuestamente podía seguir trabajando. Claro, de rodillas, o más bien sin ellas.
Ya quisiera yo que salir de la Pontificia Universidad Javeriana me diera algo. Bueno me da un poco de privilegios que mis amigos de colegio y barrio no tienen. Pero por más que lo intente, no voy a tener el dinero suficiente para costearme especializaciones, posgrados, cursos complementarios, diplomados, intercambios internacionales, cosas básicas para estar a la altura de la exigencia laboral de las empresas. Mi hoja de vida, no es perfecta.
Sí, que todo es posible, y todo lo que ustedes quieran creer. Pero, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Yo seguramente seguiré siendo un pobre con un poco de dinero y otros seguirán siendo ricos a punto de la pobreza. Así funciona el mundo. No me sirve la coherencia. Estoy harto y quiero acabar de escribir esto para seguir pensando que hay una esperanza, que las letras supuestamente me van a sacar de pobre. Pero ni los que se han acercado a los números en mi familia, han logrado salir de este pedazo de bodrio en el que vivimos. Le pasa a mi prima Lucero, contadora.
Si me van a traer ejemplos de pobres que se hicieron ricos, ahórrenselos. El mundo se crea mitos y dioses para darse consuelo ontológico. Lo mío es pesimismo. Ya me cansé de fingir no ser pobre, sigo a Nietzsche cuando dice que el pesimismo muestra el mundo tal cual es, es ahí cuando podemos hacer algo.
Porque seguiré preocupándome toda la vida por conseguir un poco de dinero para no parecer tan sucio, harapiento, inculto y tercermundista. Dinero para poder ayudar a mi mamá y saciarle su idea de que quien estudia se hace rico. Y les augurio lo mismo. Porque, aunque algunos se la pinten de ricachones aquí, hechos por la vida, algo nos abarca a todos y es el miedo al fracaso y a la pobreza, porque nada luce tan feo como uno mismo ante la nada.
La pobreza es cuestión ontológica y antropológica. Tanto es así, que la rechazamos en su totalidad, incluso los que la padecen todo el tiempo, como yo. Bienvenidos a mi crisis existencial, la de muchos. Besos, besos sucios y malolientes. Besos de un pobre.
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