Por: Jhordan Camilo Rodriguez Neira // Redacción Directo
Esta es la historia de Ulises: una mujer trans que, a causa de un engaño, tuvo que pasar una larga temporada en la cárcel Modelo de Bogotá. Su relato, crudo y estremecedor, trasciende su propia experiencia, pues retrata también las difíciles condiciones de vida de las personas trans y LGBTI en las cárceles de Colombia.
—Necesito que me hagás un favor. Después me pagás la plata que te presté… Necesito que le llevés este maletín a una tía que vive en Canarias y está de cumpleaños…—dijo el hombre que había ayudado a Ulises a conseguir el dinero para su viaje a Valencia (España), donde se reuniría con otras mujeres trans para celebrar el Día Internacional de la Visibilidad Trans.
—Ay, pero regalame ese maletín que está bonito —dijo Ulises al verlo.
—Yo después te regalo otro, no te preocupés —contestó el hombre.
Sin más preguntas y agradecida con el hombre por haberla ayudado a realizar su viaje, Ulises tomó un bus de Cali a Bogotá, de donde saldría su vuelo ese 9 de noviembre de 2018. Cuando llegó a Bogotá, tomó un taxi que la llevó al aeropuerto. No era la primera vez que iba a viajar a Europa; lo había hecho ya dos veces ayudada por la Alcaldía de Cali y por las fundaciones en las que trabajaba, que la enviaban, en su condición de líder de la comunidad trans del Valle del Cauca, a capacitaciones sobre derechos humanos y LGBTI.
Faltaba poco para abordar, y a ella y a varios pasajeros les informaron de una requisa. El anuncio intranquilizó a algunos, pero no a Ulises: sabía que era algo rutinario y trató de calmar a los demás. Cuando ya casi era su turno, cambió de maleta. El maletín que debía llevar a Canarias como encargo le había gustado tanto que metió sus cosas en él para que creyeran que era suyo y poder presumirlo. Para ese punto, Ulises había cometido dos graves errores: hacer creer que el maletín era suyo y no conocer su contenido.
—Pase el bolso: vamos a hacer una prueba de narcotest —dijo uno de los policías que iba a proceder con la requisa.
—Claro, hágasela que yo sé cómo son esas pruebas. Yo las he visto en CSI —le respondió Ulises con risa e ingenuidad. Pero su sonrisa y su emoción por el viaje fueron desapareciendo con el paso de los minutos.
—El narcotest salió positivo — le informó uno de los agentes.
—¿Ustedes me están timando o qué? Yo no soy una persona alcohólica ni que consuma drogas —contestó Ulises con una sonrisa de incredulidad ante lo que escuchaba.
—El bolso que usted lleva dio positivo para coca —reiteró el agente.
En medio de su confusión y nervios por lo que estaba pasando, Ulises decidió llamar a Harry, su esposo. También llamó a sus amigos en la Alcaldía de Cali para que confirmaran que ella era una de sus funcionarias y aclararan que esa droga debió ser implantada por alguien. Por último, buscando que ese momento quedara solo como un malentendido, llamó al hombre que le había ayudado con el dinero para el viaje, el dueño del maletín. Pero sus esfuerzos por contactarlo fueron inútiles; no había rastro de él.
Ulises fue detenida e inmediatamente tuvo que enfrentarse a la ley. La fiscal a quien le asignaron el caso la acusó de narcotraficante y asesina y la increpó de solo querer viajar a España para dañar ese país. También llegaron a acusarla de trata de personas por las veces que viajó antes a Europa acompañada de otras mujeres trans que se quedaron en el extranjero para buscar una mejor vida.
Sin poder decir nada para defenderse, Ulises solo esperaba la llegada de su esposo con los documentos que probaran que sus viajes eran gracias a la Alcaldía de Cali y otras fundaciones. En medio de la desesperación, Ulises logró hablar 5 minutos con el juez para explicarle lo que le había pasado. Esa conversación fue infructuosa y supo, en parte, la decisión que se tomaría.
—¿Dónde están los papeles que prueban que usted es funcionaria y todo lo que me dice? —preguntó el juez.
—Mañana los trae mi esposo —le contestó Ulises viéndolo a los ojos y buscando compasión.
—Mañana ya es tarde… Mañana se va para la Modelo —le contestó el juez con frialdad. Así finalizó la conversación.
Frustrada por no haber conseguido que le creyeran, Ulises se resignó y confió en que todo se aclararía en cuestión de días. Ella tenía la esperanza de pasar Navidad con su familia e ir a España a celebrar. Pero no pasó nada de eso. Por el contrario, serían varios los diciembres que estaría sin su familia, sin ir a España y sin celebrar nada.
El 10 de noviembre fue llevada a la cárcel Modelo de Bogotá, donde pasaría los siguientes 18 meses: un tiempo muy diferente al que tenía en mente. Al llegar a la cárcel, le hicieron los exámenes de ingreso para conocer su estado de salud. Ese fue su primer y último momento de relativa tranquilidad en el penal. Tan pronto como fue sacada de “las primarias”, donde registraron su ingreso, tres hombres con puñales la amenazaron para robarle unos aretes de acero que llevaba puestos. Ulises había tenido el primer acercamiento a la hostilidad que tendría que soportar.
El patio al que llegó Ulises fue el 2B. Allí residían al menos 200 hombres presos durmiendo en el piso y amontonados unos contra otros. La primera persona con la que tuvo contacto dentro fue el “pluma”, apodo asignado a la labor del preso encargado del patio.
—¡Acá no queremos maricas, no queremos travestis! —dijo el “pluma”.
Como respuesta al primer comentario ofensivo y a la falta de espacio, Ulises, casi petrificada por el miedo, pasó la primera noche bajo un lavaplatos que estaba en el patio. Fue una velada intranquila, pues ya había recibido amenazas en su primer día. A las 5 a. m. del día siguiente, Ulises fue despertada a patadas por el encargado del patio, quien volvió a ofenderla por su identidad.
—¡Se va de aquí! ¡No queremos maricas en este patio! —le gritaba el “pluma” mientras la golpeaba.
Ulises pasó 11 horas de pie, sin comida ni bebida alguna. Sobre las 4 p. m., apareció un guardia que se compadeció de ella y le dio un café, pero a los pocos minutos apareció una dragoneante que no tenía la misma intención de ayudarla.
—La vamos a mandar para el patio 4 —dijo la dragoneante.
—Me dijeron que ese es el de alta peligrosidad… —le respondía Ulises antes de ser interrumpida.
—¡¿Usted quién es para exigir?!— le gritó la dragoneante.
Para calmar la situación, el guardia que le había dado el café le permitió hacer una llamada a Cali, mientras calmaba a su compañera. La calma que logró conseguir fue efímera.
—¿Usted quién es? ¿Qué es? —preguntó la dragoneante de forma despectiva.
—Yo soy una persona trans y tengo derechos igual que usted —contestó Ulises ofendida por el comentario.
—¡No se compare! ¡Usted es un marica y yo soy una dragoneante! —respondió la mujer con rabia.
Al ver que también había logrado ofender a la dragoneante, Ulises se sonrió. No soportaba a las personas abusivas y menos sabiendo que exigía lo justo: un trato digno. Al verla sonreír, la dragoneante dijo lo que resumiría la vida de Ulises en prisión:
—Esa sonrisa le va a saber a mierda —dijo mientras miraba a Ulises como si adivinara su futuro.
Sin más, Ulises fue conducida al patio Piloto de la prisión, uno mucho menos riesgoso que el que habitaba —donde no faltaba, sin embargo, lo deprimente de una cárcel—. Entonces vino a su mente, de manera algo irónica, el recuerdo de la cárcel Villanueva, en Cali, donde estuvo no como reclusa, sino como trabajadora social de la Alcaldía. Allí trabajó por una vida digna para las reclusas trans y logró que tuvieran derecho a tratamiento hormonal, pruebas de VIH, vestuario y, tal vez uno de sus mayores logros, el primer patio para población LGBTI en Latinoamérica. Ese recuerdo parecía un sueño, a diferencia de la pesadilla que vivía en Bogotá.
Una vez en el nuevo patio, se le acercó quien sería su primera y más cercana amiga durante su estadía en la cárcel Modelo: Verónica, una mujer trans de baja estatura, piel blanca y pelo negro. La confianza que sintieron mutuamente en ese instante fue tal que Ulises, quien había aguantado las lágrimas por la mala suerte de todos esos días, estalló en llanto cuando habló con ella.
—Tranquila, báñate aquí en mi baño y quédate por hoy en mi celda. Yo te acompaño. Ya mañana las cosas serán diferentes —dijo Verónica conmovida tras escuchar la historia de Ulises, pero sin dejar de advertirla.
Después de bañarse, Verónica la llevó con el “pluma” de ese patio, que, como Ulises, era del Valle del Cauca y pagaba una condena por narcotráfico. Ese regionalismo ayudó a que fuera un poco más condescendiente y amable con ella; incluso le prometió hacer respetar sus derechos en el patio. A pesar de eso, seguiría afrontando problemas en prisión. Al día siguiente, fue con Verónica por el desayuno, y en el camino se cruzaron con otro grupo de reclusas trans a quienes Ulises pensaba saludar. Pero su amiga le hizo una advertencia:
—No las saludes a ellas porque acá somos rivales —dijo Verónica al ver las intenciones de Ulises.
—¡¿Usted quién es?! ¡¿De dónde viene?! —le preguntó una de las rivales de Verónica a Ulises.
Sin darle tiempo de responder y queriendo imponerse desde el primer momento, volvió a hablarle con un tono amenazante:
—La que manda aquí en el patio soy yo, y se hace lo que yo diga. Porque si no lo hace, la arrastro de las mechas por todo el piso —advirtió la mujer a modo de amenaza.
—Vení, te digo una cosa: a mí dejame tranquila, que yo acá no vine a discutir con nadie. No sé quién sos vos ni tampoco me interesa, pero si sé quien soy yo, y no me voy a comparar contigo —respondió inmediatamente Ulises sin dejarse intimidar y con una valentía que no sabía de donde había salido.
Para evitar problemas, Verónica se llevó rápidamente a Ulises a recibir el desayuno; atrás quedaron sus rivales, que también habían quedado impactadas por su respuesta. No era común que alguien se les opusiera y menos con tal carácter. Tratando de olvidar lo sucedido, y en su intento de acoplarse rápidamente, Ulises escuchaba atenta las explicaciones de Verónica sobre los horarios de alimentación y salida a patio. Sin embargo, Ulises conservaba la esperanza de solucionar su malentendido en el menor tiempo posible.
Cuando terminó de desayunar, fue llamada por los guardias. Estos le entregaron un colchón y algunos productos de aseo; también le informaron que debía ir con el “pluma” del patio para que le asignara una celda y le explicara el protocolo que debía seguir. Entonces se dirigió nuevamente al patio y en el camino se cruzó con el encargado.
—Esperate un momentico. Antes de entrar el colchón, debés saber que acá hay reglas, y se van a cumplir. Para yo asignarte una celda, me tenés que dar 800 000 pesos, y por la entrada al patio, 200 000 pesos.
—¿Y ahora yo qué voy a hacer? —se preguntó Ulises. No tenía más opción que cumplir, pues dentro de las tantas recomendaciones que le había dado Verónica estaba pedir dinero a sus familiares para poder sobrevivir dentro. Inmediatamente buscó la manera de llamar a Harry, su esposo, para que le consiguiera el dinero necesario, con la suerte de que tenían algunos ahorros. Y el dinero llegó en cuestión de horas, pues Harry seguía en Bogotá buscando la manera de solucionar todo y poder devolverle la libertad a Ulises.
Dinero en mano, Ulises se dirigió nuevamente al “pluma”. Y entonces el hombre decidió acordar un nuevo precio más favorecedor para Ulises.
—Mirá, como vos sos también del Valle, te voy a hacer una rebaja. Dame no más 600 000 por la celda y 200 000 por la entrada —dijo el “pluma” con amabilidad.
—¡Uy no, pues, todo lo que me rebajaste! — le respondió Ulises irónicamente.
—Es más: tené para que guardés los 200 000 que te quedan y no te los quiten. Ahí si te toca es que te lo subás por dentro —expuso el hombre mientras le entregaba un condón a Ulises.
De ahí en adelante, Ulises contó con su celda, su colchón y su dinero, que debía guardar al interior de su cuerpo para protegerlo de los demás reclusos e incluso de los guardias. Pasaban los días y Ulises se resignaba más y se acostumbraba a la rutina y al ritmo de la prisión. Solo tenía una amiga y un paisano; de resto el trato con todos era hostil y casi nulo.
Pocos días después de estar instalada, hubo una reunión de la población LGBTI privada de la libertad en la cárcel, a la que Ulises no asistió por amenazas que recibió de las rivales de Verónica —habían jurado apuñalarla en caso de verla salir de su celda ese día—. Con lo que no contaba ninguna, ni siquiera Ulises, era que su nombre era conocido por muchas mujeres trans que la tenían de referente en la defensa de sus derechos, algo que aprenderían las rivales esa tarde.
Cuando llegaron a la reunión, la mujer que había amenazado a Ulises se encontró con una reclusa trans de otro patio con la que tenía cierta amistad.
—Micaela, cómo te parece que llegó una trans nueva allá al patio Piloto.
—Si supe. Es Ulises.
—¿Cómo así? ¿La conoces? —preguntó la mujer sorprendida.
—Claro, esa es la “madre” Ulises, de Cali. Llévala bien con ella porque te puede ayudar mucho con documentación —concluyó Micaela.
Ese mismo día, después de la reunión, la mujer que amenazó a Ulises fue hasta su celda y se disculpó por las amenazas y maltratos, argumentando que desconocía de quien se trataba. Aunque Ulises no había guardado rencor contra ellas, tampoco le interesaba que fueran sus amigas. Pasaron algunos meses y Ulises decidió que seguiría haciendo labor social por la población LGBTI privada de la libertad. Y fue así como llegó a conocer el patio Milenio, adonde son llevadas y segregadas todas las personas que sufren de alguna enfermedad infectocontagiosa como el VIH/SIDA.
Ulises ya se había habituado al ritmo de la cárcel, tenía amigas, entendía las normas y trabajaba por los derechos humanos. Y aunque seguía privada de su libertad, todo parecía ir mejorando. No obstante, todo era pura apariencia, pues en Cali volvía a aparecer el motivo de su estadía tras las rejas: el dueño del maletín por el que fue atrapada.
—Mirá que volvió a aparecer este man y me está amenazando, diciéndome que te prestó unos euros a vos y que si no se los pagás, va a matar a mi familia y a la tuya —le contó Harry, su esposo, en una visita que le hizo en la cárcel. Esa visita dejó intranquila a Ulises, que fue con el “pluma” de su patio para pedirle un consejo.
—Ulises, vos qué preferís: ¿que te maten a tu esposo y sus hermanas o pagarle a ese hombre? —le preguntó el encargado.
—Pero es que… ¿Por qué tengo que pagarle? Por culpa de él yo estoy acá —le respondió Ulises con rabia en su voz.
—Es que las cosas se manejan así. Desgraciadamente te toca —contestó el hombre dejándole ver que era su mejor y única opción en ese caso.
En la siguiente visita de Harry, le pidió que vendiera las cosas del apartamento en el que vivían y algunas otras que lograra conseguir para pagar la deuda del viaje y de la droga que no llegó a España. Sin embargo, cuando lograron pagar el total, Ulises le pidió a su esposo que no la visitara más; también le pidió que le dijera lo mismo a sus hermanas y que no se vieran entre ellos, ya que temía que les pidieran más dinero y los llegaran a amenazar.
Pasaron los meses y, para lidiar con la tristeza de la soledad, Ulises empezó a capacitarse en la cárcel. También buscó la manera de trabajar como peluquera en su patio, y ayudaba a los demás internos a redactar derechos de petición. Así logró ganar algo de dinero y un descuento en su condena, que originalmente era de 3 años. Le quedó en 18 meses. Al completar su primer año en la cárcel Modelo, Ulises ya había hecho los suficientes contactos con directivos de la cárcel; estos vieron su dedicación y le ayudaron a conseguir un traslado a la cárcel de Jamundí, en su natal Valle del Cauca, adonde llegó el 9 de enero de 2020.
Tan pronto llegó a la nueva penitenciaría, pudo sentir el cambio del clima a uno más cálido; también escuchó salsa a lo lejos y notó que el trato de los guardias era más amable allí. Volvió a pasar por “primarias”, y estuvo allí el primer fin de semana antes de que se le asignaran patio y celda para cumplir con los últimos 6 meses de su condena. Pero no sería una reclusa común: había llegado referenciada de Bogotá por su carisma, y en la primera semana en Jamundí fue designada como monitora educativa en el penal. Tendría que dar clases todos los días, cosa que no le molestó, pues eso le ayudaría a restar horas a su pena.
Algunas de las ventajas con las que llegó también fueron las que más problemas le trajeron, pues todos los presos empezaban a hablar de favoritismos hacia Ulises y sentían envidia. Sin embargo, su tortuosa experiencia en Bogotá la había preparado para sortear esos obstáculos y ganar rápidamente la empatía de presos y guardias. La experiencia entre un penal y otro no era comparable: Ulises pasó del infierno bogotano a un purgatorio llevadero en Cali.
Durante su estancia, se filtró la información sobre el coronavirus, y en los patios de alta peligrosidad se desató el caos; afortunadamente, en los patios en los que enseñaba Ulises se mantuvo la calma y la adaptación no fue problemática, a pesar de que se prohibieron las visitas por unos meses. Para Ulises, todo continuaba con tanta normalidad que hasta perdió la cuenta del tiempo que le hacía falta por cumplir. Así fue hasta que el domingo 16 de agosto de 2020, a las 9:30 p. m., fue despertada por un grupo de seis guardias.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué me sacan de la celda a esta hora? —preguntó Ulises sin saber qué ocurría.
—Vos ya estás pasada del tiempo como más de 15 días. Tenés que salir ya —le contestó uno de los guardias.
—No, pues dejame yo me voy mañana —dijo Ulises por el cansancio.
—Mirá, estamos en pandemia y vos estás pasada del tiempo. Si de aquí a mañana te llega a pasar algo, le toca responder al INPEC, y no vamos a hacer eso. Salís ya— finalizó el guardia llevándola a la salida.
Esa noche llovía intensamente en Jamundí y, por la hora, no había transporte que llevara a Ulises a ninguna parte. Por su cuenta emprendió la marcha a través de una trocha hasta que encontró a un hombre que por 5000 pesos la llevó en moto hasta el pueblo. Allí llegó a la casa de su hermana Zoraida, que la abrazó llorando. Cenaron, hablaron y lloraron, y finalmente Ulises fue a descansar a una cama que no le permitió dormir, pues ya estaba habituada a la incomodidad de la colchoneta en la cárcel.
Ulises pasó un mes en casa de su hermana acostumbrándose nuevamente a la libertad y asimilando la pandemia. Durante ese mes, no le dijo a nadie que ya era libre, ni siquiera a Harry, a quien no veía desde esa última visita en la Modelo. Finalmente, un día decidió que era hora de retomar su vida. Se reencontró con su esposo y amigos y volvió a la Alcaldía de Cali a buscar trabajo; no obstante, esto último hasta el día de hoy le sigue dando problemas porque, como ella dice, nadie quiere contratar a una mujer trans negra que fue privada de su libertad. Ahora, Ulises ayuda los domingos en la ciclovía de Cali y hace trabajo social con algunas fundaciones mientras logra estabilizarse. A pesar de la dura situación, está convencida de que su tiempo en prisión no fue perdido: allí pudo crecer como persona.
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