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Sobre música y periodismo: dos agentes de cambio hermanados

Por: Johan Orlando Hernández // Historia del periodismo


En esta reseña de Historia secreta de la música (2019), de Alejandro Marín, Johan Orlando Hernández vincula el poder transgresor de la música con algunos ámbitos de la labor periodística. Otros temas como el rol de la mujer en la historia y la sexualidad también son importantes para esta historia de la música, que conduce a un mejor periodismo.

Portada de Historia secreta de la música

Desde que tenemos memoria, la música ha estado presente. El día que nacimos la música inspiró al médico que atendió el parto, y el día en que hagan un homenaje en nuestro nombre la música estará allí. Así es como Alejandro Marín, locutor, periodista, traductor, editor y productor, guía al lector a través de una larga Historia secreta de la música. Marín reconoce la vital importancia de la música en la civilización y la forma como las tendencias de los tiempos han pautado los géneros musicales.


Primero, debemos considerar el poder de la voz humana. Ya sea contando cuentos o comunicando historias cotidianas, la voz logra establecer la identidad propia de cada individuo. Cada ser humano tiene una voz y, por ende, una identidad distinguible y escuchable en la socialización. Para Marín, este primer instinto animal de escuchar lo que no se puede ver es lo que conduce al hombre a la radio, y por eso él decidió vincularse al campo radiofónico. Y es desde allí que este periodista reconoce la fundamentalidad de la música para configurar los cimientos más primitivos de las sociedades.


Segundo, Marín destaca los temas controversiales de la historia musical de la humanidad. La sexualidad resalta sobre todos; fue necesaria en el nacimiento del rock a manos de Chuck Berry y, después de los inicios de la música popular, destaca en fenómenos actuales como el twerking. Esa misma sexualidad se encargó de posicionar a la mujer, al feminismo, en el escenario: del prototipo sexual masculino del deseo se pasó a la mujer como inspiración y creadora de una imagen erótica en los videos y conciertos. Otro tema abordado son las drogas, que, si bien permiten comprender la música, no tuvieron efecto en las grandes invenciones musicales: la verdadera inspiración viene del artista, creador de obras auténticas.


Los anteriores factores sociales le dieron fama a la música de instrumento manipulador de las mentes y satanizador de la sociedad, pero, en verdad, la música abrió mentes y cambió generaciones. En otras palabras, los géneros musicales fueron el telón de activistas sociales y agentes del cambio. Aunque géneros musicales como el rock se veían con mal ojo, se crearon tribus y comunidades sociales a su alrededor, y la generación disco de los ochenta y la generación inmigrante y negra del hip-hop luchaban por la vida digna de las minorías americanas.

 
 

Es innegable el efecto político de la música en la historia. Por eso aunque después de la Gran Guerra no existiera la adolescencia, las bandas de rock que le siguieron fueron pioneras en crear la juventud. Por eso durante la Guerra de Vietnam, el festival Woodstock se manifiesta en contra de quienes promueven y participan del conflicto. Y no por nada la música fue un medio de control político en la Alemania Nazi, que persiguió el jazz e impuso la música clásica como única manifestación artística —de este tiempo destaco también a Wilhelm Fürtwangler, conductor que defendió lamúsica por la música y no por la política—.


Fue así como, con la sexualidad como motor de cambio ideológico, la música liberó masas y representó minorías. Lo anterior se exacerbó luego con la contribución de la prensa de famosos y la tecnología: la música creó una celebración masiva de los estilos de vida lejanos a los escuchas. Y este panorama aspiracional en el público fue decisivo en la conformación de himnos antiguerra y canciones emblemáticas de la humanidad, como las de la banda Queen. De esta forma, las baladas, himnos o canciones protesta se convierten a la vez en negocio y escudo para enfrentar a gobiernos opresores entonando una música popular propia.


El libro de Marín destaca también campos periodísticos poco explorados, como el musical y el vaticanista, y demuestra que el periodismo no necesita ser político para constituirse como movimiento social. Por ejemplo, el autor nombra a Néstor Pongutá, periodista que desde hace años sigue al Papa. Desde la Santa Sede, se dedica a informar la obra de la Iglesia en la vida internacional: desde el rol imprescindible del catolicismo en el diálogo bilateral entre fuerzas armadas ilegales y el Estado hasta el secuestro de líderes sociales.


Aquel impacto del periodismo vaticanista y del periodismo musical se visibiliza escasamente hoy. De ahí la necesidad de que en el futuro haya más comunicadores que busquen salir de la polarización que trae la política y, catapultando otros ámbitos más allá del deportivo, ejerzan periodismo científico, musical, cultural o religioso. Todos necesitamos luchar por un ideal. Así como la Iglesia es la voz de los pobres e ignorados, la música es la voz de los artistas, los jóvenes y las generaciones que vienen y se van. Estos campos esperan a ser explorados e investigados por periodistas hambrientos de conocimiento.


En pocas palabras, la obra de Alejandro Marín es una inspiración para jóvenes periodistas, que pueden seguir su camino conociendo la trayectoria musical de nuestra civilización y reconociendo en ella la configuración del mundo en que vivimos. El periodismo musical debe ser, pues, un medio limpio, para que los movimientos humanistas nunca mueran y brillen las luces de la esperanza siempre, así como lo plantea Marín.

 

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