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Vivir al Límite: cuando la Javeriana se convirtió en la sede del rap bogotano

Por: José David Escobar Franco // Redacción Directo Bogotá


El Olimpo Freestyle, un grupo de jóvenes de una de las universidades más privilegiadas de la ciudad, ha democratizado el acceso al freestyle para los bogotanos. Esta historia de uno de sus fundadores y más conocidos miembros demuestra cómo el rap estremece los estereotipos y socava las diferencias sociales.

FOTO: Nicolás tuvo sus primeros acercamientos al rap con Eminem, a los 12 años.

Si no es su madre quien lo despierta, Nicolás Pérez Kumpis coloca al menos cuatro alarmas en su teléfono para poderse levantar. Si tiene tiempo, sube al balcón del segundo piso de su apartamento y se ejercita mientras divisa, a espaldas de los cerros orientales, un espectacular panorama de la capital de Colombia. Se baña diez minutos con agua caliente, y, luego, se viste. En el armario solo hay prendas originales de marcas como Tommy Hilfiger, Nike y Adidas. Y en la cocina lo espera su desayuno: usualmente son pancakes con miel y mantequilla de maní, delicadamente preparados por Gloria, la empleada doméstica, o por su mamá.


Él vive en Rosales, en un dúplex automatizado que se controla desde una tableta. Habla con acento estirado y tiene apellido y ascendencia directamente europeos. Juega fútbol, y sigue las grandes ligas españolas y alemanas; incluso conoció sus estadios cuando hizo su intercambio al Viejo Continente. Creció en un entorno de abundancia, completamente privilegiado. Estudió en el colegio Andino y, luego, Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Javeriana: pertenece a la “gente bien”. Pero todo esto es falso. La verdad aparece en la calle, donde piensa en clave de rap y no lleva el nombre de Nicolás. Allá se hace llamar Límite.


Límite llega a la universidad y cumple con sus labores, pero se asegura de no hacerlo más tiempo del debido, para no perderse ni un minuto de la pelea de gallos que viene después. Tal vez la universidad estaba en las prioridades de Nicolás Pérez Kumpis, pero no en las de Límite. Si asiste a la Javeriana, más que por el título venidero de internacionalista, es porque, desde finales del 2019, esa universidad se ha convertido en un punto de encuentro masivo del rap en Bogotá. Y Límite sabe bien que es gracias a él.


Cuando Nicolás entró a la universidad, repetía dogmáticamente los valores inculcados en su casa. Se consideraba de derecha, defendía un solo modelo de familia y manifestaba desdén las pocas veces que hablaba de los homosexuales. Se identificaba más con España que con la tercermundista Colombia y señalaba, con orgullo de su propio privilegio, las diferencias de clases sociales. Había un prototipo inflexible de ciudadano que a Nicolás le habían enseñado que era el correcto. No era consciente de que promovía una serie de estigmas con los que discriminaba y creaba personas de “segunda clase”. Sin embargo, eso cambió cuando el rap le hizo vivir estigmas similares.


Nicolás tuvo sus primeros acercamientos al rap con Eminem, a los 12 años. Se identificaba con ese artista porque sentía que compartían la dificultad para encajar en su entorno. Pero el género cobró importancia real en su vida en 2017. Llevaba varias semanas deprimido, sumido en una tristeza que daba por inconsolable: su novia le había terminado. Nicolás sentía que era un tiempo de transición; dejó de ir a clases y practicar fútbol. Asumía que nunca volvería a ser amado de esa manera y lo dominaba un miedo a la soledad que desde su infancia lo acompaña.


Un viernes especialmente triste decidió ahogar sus penas en su teléfono y el azar le mostró un video de la final internacional del Freestyle Redbull Chile 2015. El rapero mexicano Aczino se enfrentaba, mediante versos libres e inéditos, al español Arkano, poseedor del récord Guinness por más tiempo improvisando rimas en estilo libre. (Fue un amor a primera vista, que llenaba el agujero que en el corazón habían dejado sus amoríos previos). Comenzó a explorar el género y por casualidad apareció Donde duele, inspira, un ensayo en verso de Rafael Lechowski sobre la inspiración, acompañado de una muy pulida mezcla de jazz y rap. Lechowski le habló al oído y convenció a Nicolás de atreverse a ser libre.


En marzo de 2019, en un momento de intensa inspiración en casa de sus amigos, anotó una frase resolutiva: “Yo me pongo mis propios límites y con el rap supero esos límites”. Así decidió que su nuevo nombre sería Límite, que el centro de su vida sería el rap y que en la batalla contra sí mismo, por ser sí mismo y no alguien más, saldría siempre ganador. Buscó más y más inspiración e hizo de la práctica del freestyle un hábito. “Espontáneamente todo comenzó a fluir”, dice él. Sintió que se estaba haciendo bueno y que estaba al nivel de la escena bogotana, pero la realidad le dio una bofetada.


En su primera batalla, en la Universidad Pedagógica, no solo lo derrotaron en la primera ronda, sino que le dijeron que era demasiado gomelo para ser rapero y que le faltaba calle. Además, le robaron su teléfono. Salió humillado; vio que era pésimo y que había subestimado el nivel de su ciudad. Pero resolvió que sería el mejor. Entonces, percibió la cercanía con la derrota como un llamado a crear una plaza donde se pudiera entrenar de manera tranquila, sana, familiar y, además, cercana a su casa, pues las plazas más concurridas de Bogotá estaban muy lejos.


Era septiembre de 2019, y Límite apenas daba sus primeros pasos. No tenía ambiciones mayores que las de conocer a dos o tres parceros que también gustaran del rap, cuando preguntó en un grupo de la Javeriana, en Facebook, si alguien se animaba a rapear con él en la universidad. Más o menos diez personas contestaron el llamado y se reunieron esa misma semana a improvisar versos con un pequeño parlante frente a la facultad de Artes.


La segunda cita fue competitiva. Asistieron un par de personas más, y Límite se enfrentó a raperos javerianos como Shaman, Ushveggi, Tempuz, Psylocybe, Buffalo, Blast, Eliteh, JSeb y Kamisamah. Después de esa cita, cuando se comprometieran a sacar adelante el proyecto, los vería como una familia. Lo derrotaron y confirmó que aún era principiante, pero reafirmó su deseo de ser el mejor. Otras tantas personas más fueron a la tercera y a la cuarta cita, cuórum suficiente para organizar una pequeña olimpiada. Para sorpresa de todos, en la Javeriana había alto nivel.


El primer mes, este pequeño grupo estudiantil se convirtió en una institución: el Olimpo Freestyle. No solo era una liga, sino una escuela donde “gente nueva que no sabe nada puede llegar y adquirir nivel”. Para el segundo mes, el espíritu del rap invadió toda la universidad. Casi de súbito, el público llegó a trescientas personas. Los raperos ahora venían de todas las universidades de Bogotá. Aun aquellos sin interés en el rap sabían que ese grupo existía, pues sus batallas eran tan grandes que no podían pasar desapercibidas.

FOTO: El grupo en una presentación en la Universidad Javeriana.

Ya no había que imaginar, sino ver, a todos los javerianos moviendo en sincronía su brazo de arriba abajo y con un ritmo lento; con la mano abierta boca abajo, como impidiendo que un globo se infle más de lo necesario, le indican el turno a un rapero mientras gritan al unísono: “Y se la damos en tres…, dos…, uno… ¡Tiempo!”. Para el tercer mes ya había un calendario oficial, y eran tantos los interesados que se requería una jornada de cuatro horas solo para los filtros preliminares.


El Paro Nacional forzó al grupo a cancelar su última fecha de 2019: el 22 de noviembre. Sin embargo, para enero de 2020, el movimiento freestyle de la Javeriana, con menos de seis meses, volvió revitalizado. Muchos primíparos universitarios se sintieron atraídos y, para la nueva Gran Fecha, contaron, cuando menos, con 400 personas. Hubo cámaras, un jurado de raperos profesionales, carpas, plataformas e instrumentos para el sonido facilitados por la misma universidad. El Olimpo Freestyle había sido contactado por Redbull y la mesa distrital de freestyle de Bogotá. Fue un acontecimiento a todas luces prometedor.


Límite se lanza al duelo. Suena la música: un beat marcado por un golpeteo fuerte regular. Le dan el turno. El cuerpo se transforma y una violenta energía lo invade. Límite encorva su espalda y agacha ligeramente las rodillas. Con su brazo derecho acerca el micrófono a la boca, y con el izquierdo hace un movimiento eléctrico que acentúa el ritmo de todo lo que dice. Improvisa y le dice al adversario que se rinda, pues lleva el rap en sus venas. Se agacha como si fuera a tomar impulso, se levanta y hace un amague rápido de que saltará sobre su rival.


Pero en un movimiento como de látigo, contiene el gesto y se devuelve, mientras termina de proferir su última rima y arroja una granada explosiva imaginaria. Todo esto dura cuatro compases, con rima casi perfectas compuestas sobre la marcha y destinadas a perecer una vez proferidas. El rival le responde con una inmensa carga de ira sublimada, y ocurre así durante las tres rondas que dura la batalla.


Al momento de decidir, los jurados no lo dudaron: Límite fue eliminado. Los que lo vieron de seguro olvidaron rápidamente su performance, pero no sabían que habían sido testigos de una proeza. No muchos años atrás, Nicolás no solo estaba dominado por el arribismo, sino que era literalmente incapaz de hablar en público y mucho menos de hacerlo en verso y cantando. Cuando debía pasar al frente en clase, las palabras más cotidianas se iban de su memoria, desviaba la mirada al cielo y hacía un gesto como de buscarlas en algún lugar en medio de la nada; entonces empezaba a tartamudear con intensidad. Se le agitaban las manos, su cara se deformaba como haciendo una arcada y su vocalización era interrumpida por un sonido de ahogo nauseabundo. Finalmente, su voz se cerraba, y, con resignación, se quedaba mudo. Era allí, rodeado de gente que lo atrapaba con sus miradas, que Nicolás se sentía más solo e indefenso. Nunca hubiera pensado que llegaría más tarde a rapear frente a una multitud de desconocidos.


Y es que a los ocho años, cuando murió prematuramente Martín, su hermano menor, Nicolás solo lloraba. Fue tanto su llanto que quedó tartamudo para siempre, hablando como una persona que siempre llora. Esa traba del habla y su inestabilidad emocional le propiciaron en su colegio años de humillaciones, tardíamente confesadas, que nunca pudo impedir, a pesar de que es un tipo fornido y que, según él, “era perfectamente capaz de cascar a todos esos hijueputas”. En el colegio, Nicolás fue la versión menos real de sí mismo. Desde pequeño le ha tenido pánico a la soledad y, para encajar, dejó su afición por las cartas de Yu-Gi-Oh!, se juntó con personas que no quería y se forzó a jugar fútbol y a gustar de él.


No obstante, el fútbol lo marcó para bien, pues le enseñó de compañerismo, lealtad, trabajo en equipo y la virtud que considera más importante en su vida: la superación. La vida real comenzó a los 18 años, cuando las mujeres le enseñaron a ser un hombre. Gracias a su primera novia, Nicolás se convenció de que sus inseguridades eran infundadas. Límite quiere que se le recuerde por superar las trabas del habla, las que la vida le puso o, incluso, las que venían de sí mismo. Lo hace a través del rap porque cuando fluyen los versos emana todo el caos y la furia que habita en su interior y la tartamudez desaparece.

FOTO: El Olimpo Freestyle.

La plaza de rap de la Javeriana es un espacio de integración en la diversidad, y Límite es prueba de ello. Cuenta que así como en la Pedagógica le dijeron que era demasiado gomelo para ese género, en alguna reunión social, unos amigos ricachones se burlaron de él por “juntarse con esos ñeros que rapean”. En otro momento hasta se hubiera reído con el comentario, pero esta vez no toleró que se burlaran de su propia familia. En efecto, muchos de sus amigos raperos son menos privilegiados que él, pero esa diferencia había perdido toda importancia.


Así se dio cuenta de que estar en El Olimpo le ha permitido conocer otras realidades y formas de ver el mundo y, sobre todo, la empatía. Por eso, Límite resolvió no militar en ningún partido y rapear en contra del establecimiento, la discriminación y la violencia. Su única causa, y la de los demás fundadores de El Olimpo Freestyle, es “que nos dejen hacer lo que nos dé la gana sin que nos critiquen”. Límite conoció su propia familia diversa en el Olimpo, pero nunca se atribuye a sí mismo más crédito que a sus hermanos. Para él, “el rap no es algo de clases, es un sentimiento”.

 

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