Diariamente vemos decenas de personas viviendo en la calle en condiciones lamentables. ‘Habitante de calle’ significa, según la constitución: “Persona sin distinción de sexo, raza o edad que hace de la calle su lugar de habitación ya sea de forma permanente o transitoria”. Pero nos preguntamos ¿Qué los llevó allí? ¿Tienen oportunidades? ¿Intentan salir de las calles? Directo Bogotá narra su realidad.
Texto e imágenes: Carolina Cristancho
En Colombia existe una gran preocupación, ya que en los últimos años se ha evidenciado un incremento significativo de personas sin un techo para vivir. En un reporte de la Secretaria de Integración Social en el 2011 había 9 mil habitantes de calle. En el censo del 2015 realizado por la misma entidad en Bogotá, se estima que, aproximadamente, había 13 mil habitantes de calle, 4 mil más en sólo 4 años.
Esto quiere decir que cada año la población de habitantes de calle crece notoriamente, un porcentaje desarrollado por fenómenos como el desempleo, el desplazamiento forzado , abuso sexual, enfermedades físicas y mentales, problemas con red familiar primaria o secundaria, entre otras. Así, esta población se duplica, ya que surgen generaciones que repiten las historias de sus padres, le falta acceso a la educación y por ende a posibilidades diferentes en su vida.
“Llevo toda mi vida viviendo en la calle desde que tengo memoria. Fui celador durante unos años, pero ya era muy viejo entonces me despidieron, desde ahí traté de buscar nuevas oportunidades y no pude porque ya con esta edad no me reciben en ningún lugar. El trabajo siempre va a ser la mejor opción, he tratado de trabajar en un taller de carros, pero duré más o menos un día. Me trataban mal, como si no valiera nada. Igual, sé que nadie va a recibir a una persona que acaba de salir de la cárcel, ¿por qué les daría confianza?”, Carlos, habitante de calle.
Hay varios factores detrás de la pobreza del individuo que reside en la calle. Una de las principales causas de esta problemática es familiar: padres que tienen hijos no deseados y los abandonan, muchos de estos niños crecen en la calle sin un apoyo económico ni social. Hay algunos que van a institutos de adopción, aunque son muy pocos. “Desde que era pequeño tuve problemas en mi familia, nadie quería cuidarme, mis padres me abandonaron y me toco empezar a vivir mi vida solo desde los 10 años”, cuenta Carlos.
“Estuve en la cárcel casi toda mi vida porque cuando era muy joven maté un taxista. Desde ahí me condenaron por 15 años, luego en la cárcel tuve varias disputas fuertes y maté a dos reclusos, lo que hizo que durara 35 años preso y cuando salí no tenía familia, mis papás murieron, mi mamá de trombosis y mi padre no sé. Todas las personas que conocía ya no saben quién soy, ni en que me he convertido, nadie me quiere, todo el mundo me da la espalda y me juzgan”, narra Javier Hernández habitante de calle.
También existen factores sociales, tales como las consecuencias del conflicto armado colombiano, que ha dejado desplazadas a más de 4,744,046 víctimas según el Centro de Memoria Histórica, de las cuáles un gran porcentaje han llegado a la capital en búsqueda de oportunidades, también escasas en la ciudad para personas recién llegadas, con niveles de educación secundaria y con pocos o ningún recurso para sostenerse.
La Secretaria Distrital de integración Social ha realizado varios proyectos, uno se llama ”contacto activo” donde su objetivo principal es rehabilitar gente que este en las calles. Tienen un personal que se encarga de visitar ríos, calles, canales, puentes, alcantarillas; entre otros lugares donde suelen residir estas personas. Buscando así que los habitantes de calle puedan ir a centros integrales para un proceso de recuperación e inclusión social dependiendo de la zona en la que se encuentren.
El único problema de este proyecto es que nadie puede forzarlos a ir, a menos de que ellos lo deseen. Por lo tanto, son pocos los que prefieren buscar el apoyo, porque según Ruby Quijano (una de las encargadas de recibir las llamadas de las personas que deseen buscar ayuda), los habitantes de la calle tienen una enfermedad la cual hace que tengan miedo a estar en unas condiciones óptimas y se conformen con la realidad en la que viven.
En los albergues ellos les brindan comida, hospedaje, ropa, baño entre otros beneficios que cubren sus necesidades básicas. La mayoría prefieren quedarse durmiendo en la calle, pidiendo limosna y comida, en vez de recurrir a estos lugares de apoyo. La ventaja es que ellos pueden ir a estos albergues durante el tiempo que ellos deseen, lo cual hace que la mayoría solo coma y luego salga en cuestión de horas.
Ruby afirma que hay días en los que la policía molesta más que otros, por lo tanto la cifra de las personas que recurren a estos lugares varía mucho, hay veces que pueden llegar hasta 400 habitantes de calle en una sola noche; pero no todos se quedan en el proceso de desintoxicación, (un proceso que la duración depende del estado en el que se encuentre el individuo hasta que este pueda estar en condiciones necesarias para reintegrarse a la sociedad con un trabajo, o algunas veces con su familia la mayoría de veces tarda tres años).
Al final de esta larga fase, a la persona se le lleva un proceso acompañado por especialistas como psicólogos y otras personas que estén dispuestas a ayudarlos, para asegurarse que pueda llegar a ser una persona común y corriente.
Algunos quedan atrapados en el círculo de las adicciones, o simplemente se acostumbran a ganarse la vida delinquiendo, es complicado para ellos salir del vicio y de los malos hábitos. No quieren reglas y no tienen sueños de volver a su familia, ya que tienen miedo a seguir siendo rechazados socialmente.
“Una persona que ha estado en la cárcel ya está condenado toda su vida a que sea miserable y a pagar por sus actos. Al principio rebuscaba comida, alcancé a pensar que la única opción para comer era robar, no solo comida, sino artículos de valor, celulares, computadores, joyas. Hasta que empecé a mendigar y hay muchas personas con gran corazón que me han ayudado y me dan plata y comida. Ya no robo, ahora simplemente pido a la gente que me pasa por el lado. Por lo general las personas nos tienen miedo por la apariencia porque estoy sucio y huelo mal”, explica Javier Hernández.