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Catalina Hoyos / catalina.hoyos@javeriana.edu.co /

El teatro de la quietud


Malas Maneras, una pequeña librería y café bar en el primer piso, con sala de teatro en el segundo, le abrió las puertas a Fausto, el personaje trabajado emblematicamente por Goethe, por Marlowe y por el poeta portugués, Fernando Pessoa. La dramaturga Diana Acosta Rippe toma las cuatro ediciones que se han hecho del Fausto de Pessoa y como armando un rompecabezas, le da forma y vida a esta obra que dura 50 minutos. Se presentó por primera vez el 17 de noviembre, se repitió la noche del 24 y el 1 de diciembre se hará la última función.

Diana Acosta Rippe, estudió artes escénicas y estudios literarios, combinación que la ha llevado a dedicar su obra teatral a la literatura. Desde hace algunos años es directora del grupo de teatro Zéphyros, con el que se presentan distintas adaptaciones del teatro clásico griego; tragedias y algunas metamorfosis. Ahora, entra a adaptar a Pessoa, otro autor al que le ha dedicado tiempo, análisis y pasión. Pasar de adaptar teatro griego a adaptar a Pessoa es para ella pasar de un sueño a otro.

La fuerza de la obra descansa en su propuesta dialógica, no hay acción, hay pensamiento. La narración se forma por medio de las voces, los pensamientos y las preguntas que se hacen a sí mismos Fausto, personificado por Sebastián Ramírez y su enamorada, María, con la actuación de Isabella Sánchez. Diana Acosta, y su asistente de dirección María Victoria Flórez realizaron, más que una recopilación de las distintas ediciones, un análisis literario y simbólico de su contenido y luego un estudio del teatro estático, para lograr una puesta en escena adecuada a las intenciones del autor. El recurrir a esta técnica teatral tan contemporánea no es en vano: “Pessoa busca el mayor de los artificios, lo más antinatural es lo más artístico, lo más salido de la naturaleza es lo más artificial, por ende es un artificio, por ende es un arte”, dice Diana para explicar esta decisión.

Cuando la quietud se vuelve abrasadora es cuando nos damos cuenta de que cada detalle importa. En esta obra, cosas tan simples como la respiración acompasada de los actores, el leve movimiento de sus labios susurrantes o el simple caer de un pétalo de rosa toman un protagonismo simbólico. De principio a fin, los dos actores permanecen en el mismo punto del escenario, y si bien muchos dirían que es una obra en la que no pasa nada, es allí donde está toda su esencia. En un mundo en el que todo se mueve aceleradamente y donde el detalle ya ha dejado de importarnos, nos encontramos con una puesta en escena en la que la quietud corporal le da paso a la palabra y al sentimiento.

La directora entiende que el Fausto de Pessoa es un fausto lastimado, un fausto que ha sido tan pervertido que ya está vacío, que ya ha perdido su alma. El trabajo actoral necesario para lograr ese vacío del alma es ejemplar y se logra perfectamente por medio de la matización de la voz se construye una conexión sentimental fuerte con el público. Al respecto comenta Diana: “Que los actores me presten su cuerpo para perder el alma y para jugar a eso, a mí me parece un logro admirable. Es muy chévere jugar a la princesa o al príncipe, pero ellos están prestando su cuerpo para vaciarlo”.

“Al llenar de acciones —una obra— se olvida realmente todo lo que compone una acción”, dice Sebastián al explicar esa quietud necesaria. El teatro clásico muestra acciones, muestra la manera en que suceden los acontecimientos de forma física y exagerada, el Fausto de Pessoa en las manos de Diana Acosta obliga al espectador a escuchar y a detectar esos finos detalles que en medio del apaciguamiento corporal se ven magnificados.

*Las fotografías son cortesía de Manuel José Ibáñez Silva.

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