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  • Laura Melissa Sánchez -

Lecciones de los Montes a la capital


Me sorprende la falta de apropiación que, como bogotanos, tenemos de nuestro medio ambiente. ¿Quién puede contestar, con precisión, cuántas fuentes hídricas tiene Bogotá?, ¿cuál es su fauna y flora típica?, o ¿qué especies se encuentran en vía de extinción por nuestra forma de vivir? Si fuera posible ser más irresponsables con el cuidado de la naturaleza, lo seríamos.

Un burro mirando el paisaje de la Alta Montaña del Carmen de Bolívar. //Desde épocas anteriores al conflicto y hasta el día de hoy, este animal representa un vehículo importante para el campesino montemariano; transportan bultos de alimentos a la cabecera municipal y también, en muchas veredas, es el medio de transporte para que los niños vayan a la escuela. //Foto tomada por la autora en la Cansona.

Somos irresponsables y engreídos. Ser capitalinos se ha convertido en el mejor argumento para sentirnos superiores al resto de colombianos, nuestra mentalidad centralista nos ha vuelto cómodos e ignorantes frente a cosas tan sencillas como el valor que tiene el cuidado de la naturaleza para la vida humana, aun cuando el 60% del territorio de esta ciudad es rural.

Para este diagnóstico una única cura: salir de la ciudad. ¿No tiene destino?, ¿y si lo invito a Montes de María? Es posible que no sepa en dónde queda. Quizás, si algo le enseñaron de historia colombiana en su colegio, o universidad, sabrá que este lugar fue testigo de las peores masacres y crueldades que dejó el conflicto armado al país. Le doy una pista: hace parte de la costa caribe y se ubica entre los departamentos de Sucre y Bolívar. ¿Le suena El Salado o Mampuján? Sí, están en esta región que por décadas estuvo sometida a los horrores de la guerra.

Ya con la memoria un poco fresca, dispóngase a salir de su burbuja citadina y aventúrese a conocer rincones del país que nunca antes ha pisado. Le aconsejo tomar un bus y, si mucho le incomodan las casi 20 horas de viaje, bien pueda, vaya y agarre un avión. En el trayecto intente apreciar que vive en un país lleno de verde, dese cuenta de la ironía en la que vive cada vez que piensa en el que cemento es sinónimo de progreso y del horror que ese tipo de inconciencia puede significarles a nuestros paisajes colombianos.

Pisar los Montes de María por primera vez es toda una experiencia que merece ser compartida, y en vista de que probablemente usted nunca lo ha vivido en persona, me permitiré compartirle algunas de las cosas que aprendí la primera vez que pisé estas tierras. Esta subregión del norte del país, como muchas otras en Colombia, se caracteriza por dos cosas clave: la productividad de sus tierras y el conflicto infinito que, con o sin balas, pervive a raíz de esa misma riqueza.

Actualmente los cultivos tradicionales del campo montemariano son el ñame, la yuca y el banano. Pero si hay algo que les ha dado reconocimiento a nivel nacional e internacional es la producción de aguacate, que durante los ochenta y los noventa logró ser el principal motor de la economía de la zona. Lamentablemente estas condiciones ambientales fueron —tanto como los campesinos— víctimas y testigos de los horrores del conflicto armado.

Aguacates montemarianos recogidos en una mochila de fique // Foto tomada por la autora

Los cultivos tradicionales fueron sustituidos por la palma africana de aceite, lo cual hasta el día de hoy hace que las tierras y sus riquezas producidas se disputen entre quienes la trabajan y las multinacionales que las explotan. El mono tití cariblanco ha sido por años emblema de la fauna montemariana, pero hoy casi ni se le va a raíz de la deforestación. La lógica es sencilla: sin árboles no hay fauna. Los campos de aguacate sufrieron una muerte en masa que casi los lleva a la extinción, lo que hace justicia a un comentario que me hizo un montemariano: “el aguacate sufrió los mismos ataques que sufrimos nosotros”. El origen de esta muerte aún es desconocido, pero muchos campesinos la relacionan con los múltiples riegos de glifosato que se dieron en gobiernos anteriores.

¿Cuál ha sido la respuesta del Estado frente al problema de la palma, la deforestación y el aguacate? Ninguna, si es posible decirlo. Las evasivas que año tras año le dan a la comunidad los vuelve tan cómplices de los efectos del conflicto sobre la naturaleza, como cualquier otro actor que en su época empuñó un arma en la frente de un campesino. La respuesta de los habitantes de Montes de María ha sido resistir, luchar y exigir una reparación integral que considere los daños hechos a los recursos naturales y vele por protegerlos para el desarrollo de su comunidad. Pues, en ellos ven su historia y su identidad, por eso defenderán –incansables– su territorio, su gente, su naturaleza, su vida. Sin duda, seguirán abanderando el cuidado del medio ambiente como parte del ser campesino y pilar indiscutible de la construcción de sociedad.

Rancho campesino en la vía al cerro de la Cansona, en la Alta Montaña de El Carmen de Bolívar // Foto tomada por la autora

La posibilidad de ver cómo para el montemariano el cuidado de su identidad, y de la vida misma, se expresa en el cuidado que tienen por la naturaleza, y saber que Bogotá está lejos de sentirse así, me da un poco de vergüenza. Un campesino montemariano me dijo: “la naturaleza también necesita paz”, lo que me hizo pensar que ya no son las balas ni el glifosato lo que está violentando la naturaleza, sino nuestra ignorancia de su valor y falta de acción que tenemos al respecto.

¿Qué nos hace falta?, ¿cuándo nos preocuparemos por cuidar nuestra fuente de vida? En definitiva, el cuidado del medio ambiente es incumbencia de todos, no podemos construir sociedad si seguimos destruyendo así nuestro entorno. Ya es hora de que la ciudad deje de relegarle esa responsabilidad al campo.

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