A las 11:30 de una mañana de domingo en Bogotá, en medio del ambiente agitado y alegre de la ciclo-vía, entra Antonio a una vieja edificación impregnada de silencio y, prácticamente, remodelada a través de fragmentos. Se trata de la obra de Doris Salcedo, ubicada a una cuadra del Archivo General de la Nación y concebida en medio de las ruinas de una centenaria casa, pero rodeada de un entorno moderno, gracias a la mano del arquitecto Carlos Granada y su equipo.
FOTO: María Jozame González
Al iniciar el recorrido, Antonio se detiene y lee cuidadosamente una breve explicación estampada con letras negras, en una pared blanca de la entrada. Allí, entiende que dicha obra es una de las tres piezas pactadas en el Acuerdo de Paz con las Farc, donde se concilió construir un monumento utilizando las armas entregadas por casi 13,000 guerrilleros y militantes, de los cuales él fue víctima. Es en ese momento que comienza a recordar.
Mientras pisa los 1.200 metros cuadrados de armas fundidas, martilladas y moldeadas por mujeres víctimas de violencia sexual, su cabeza se devuelve al año 1999, cuando celebraba la inauguración de un polideportivo en el corregimiento de San Lorenzo, en Ríosucio, Caldas. Fue en medio del brindis, que se llevaba a cabo en el salón de una escuela, que Antonio sintió una ráfaga de ametralladora. El silencio del recinto en el que estaba en ese momento era casi tan parecido al que se presencia dentro del Contramonumento de Salcedo.
Con la misma calma que camina y observa la obra hoy, Antonio terminó de comerse la torta y de tomarse el vino que le ofrecieron en la escuela aquél día. Recuerda que podía ver a los guerrilleros uniformados a muy corta distancia y cuenta que “15 o 20 segundos después ya empezó un enfrentamiento muy fuerte, que parecía una batalla campal entre las fuerzas institucionales y el frente 47 de las Farc, al comando de la guerrillera alias Karina, mas o menos con unos 60 hombres”. ¿Su objetivo principal? Él.
En menos de cinco minutos, Antonio ingresó a un vehículo donde se pudo resguardar. En ese instante, según el, “ya no había un solo habitante de ese corregimiento en la calle, todas las ventanas estaban cerradas. Lo único que se veía era ejército, guerrilla, balas y un pueblo fantasma”. Y así transcurrieron los siguientes 40 minutos: enfrentamientos seguidos, ruidos de fusil, mucho humo y olor impregnate a pólvora.
Las Fuerzas Militares salvaron a Antonio. La orden del Secretariado de las Farc era secuestrarlo y llevarlo al campo de concentración donde estaban varios gobernantes y la ex-candidata presidencial Ingrid Betancourt. “Las interceptaciones concluyeron que las Farc le informaban al Secretariado que no habían tenido éxito en su operación y, por supuesto, se escuchaban reparos muy fuertes de los altos mandos a quienes llevaron a cabo la operación”, exclama.
Al finalizar el recorrido por la obra de Doris Salcedo, este hombre, de constitución delgada, inclina su cabeza hacia abajo y mientras analiza con sus ojos grandes, color verde, afirma que “está bien, que haya que mirarlas al piso y no al frente o hacia arriba como un verdadero monumento. Hay que mirarlas al piso, hay que pisarlas y eso está bien. Uno entra y las pisa, que es lo que se merecen las armas… Pisarlas”.
FOTO: María Jozame González
Él también fue testigo
A pocos pasos de Fragmentos, se encuentra instalada, dentro del Claustro de San Agustín, la obra de Jesús Abad Colorado, El Testigo. Son alrededor de 500 fotos que evidencian los 26 años que Abad ha recorrido el conflicto del país, de punta a punta. Abad Colorado hace un reclamo a la clase política por medio de su obra, pues según él, “muestra la responsabilidad de toda una clase política que ha gobernado y que, junto con la guerra, ha humillado a los campesinos”.
En la sala “No hay Tinieblas que la luz no Venza”, Antonio se queda mirando por unos segundos la foto que retrata a un guerrillero de 16 años, sosteniendo un arma con sus manos. Allí, recuerda las expresiones faciales de algunos guerrilleros, que tuvo la oportunidad de analizar durante el enfrentamiento. “Uno veía unos más tranquilos, otros aterrorizados con esa metralleta en la mano, pero los atemorizados, en cualquier partícula de segundo, con un fusil de esos, con una bala de fusil de esos, ya están en el otro mundo”, dice.
FOTO: María Jozame González
No obstante, Antonio discute con la obra de Jesús Abad en ciertos aspectos. Sin haber investigado antes sobre esta, entendió que se retrataban los sectores más alejados del país. Considera que “no hay fotografías de las víctimas comerciantes, de los ganaderos, de los industriales. Las fotos son de la comunidad campesina, como si ésta fuera la única que hubiera sido víctima de ellos y no es así.”
Por esta razón, propone completar la galería de fotos con el fin de contar lo que ha sido el conflicto colombiano desde todas las miradas. “Las guerras hay que pararlas, hay que frenarlas, pero siempre cumpliendo la ley: que los victimarios cumplan unas sanciones que merecen por haber hecho lo que hicieron y ese ya es otro capitulo de la historia”, concluye.
Al finalizar la tarde, Antonio llega a su casa y se reúne con su familia. Con su forma de hablar medio filosófica, exclama: “Hoy estuve pisando las frías placas construidas por víctimas de quienes tienen y han tenido la conciencia fría, ausente de sentimientos, de calidez, de valores. Es una conciencia parecida a los témpanos, como una especie de conciencia con un clima siberiano, en donde solo sobreviven los lobos.”