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El Sabio enamorado del chocolate, del cielo y de la libertad

Juan Sebastián Peña Muette // Periodismo Digital


No debía medir más de un metro con 66 centímetros. Era flaco y tenía caries. Las caries eran culpa de su gusto exacerbado por los dulces y el chocolate. Debían gustarle tanto como le gustaban el cielo y las matemáticas. Deseaba el conocimiento con la misma obsesión con que deseaba convertir el Virreinato de la Nueva Granada en una república autónoma. Ese era Francisco José de Caldas, El Sabio. Este epíteto con que lo bautizó su maestro, José Celestino Mutis, sin duda, no alcanza a hacerle honor a un hombre cuyo deseo de saber no conocía límites.

Un resumen de la vida de Caldas diría lo siguiente: nació en Popayán el 4 de octubre de 1768, vino a Bogotá a estudiar derecho en el Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario (aquí puede ver el diploma de grado) y luego de terminar su carrera aprendió de manera autodidacta aquellas ciencias que eran realmente su pasión: la astronomía, la física, la química, la biología y la geografía. Sus conocimientos en astronomía lo hicieron merecedor de que Mutis lo nombrara director astrónomo de su famosa Real Expedición Botánica. Saber leer los signos grabados en el cielo era fundamental para poder guiarse durante las expediciones que buscaban conocer y explotar mejor la naturaleza del Virreinato de Nueva Granada.

Óleo sobre tela pintado por Alberto Urdaneta.

Francisco José de Caldas camina hacia su fusilamiento.

Durante la Expedición Botánica, Caldas aprovechó para realizar estudios de la flora y la fauna, realizó algunas clasificaciones de especies, elaboró cartografías y mapas del Virreinato (aquí puede leer un artículo escrito por Caldas donde habla sobre “El estado de la geografía del Virreinato de Santafé de Bogotá con relación a la economía y al comercio), y dibujó trazados de los Andes y de algunas plantas. Luego de esto, Mutis lo nombra como director del Observatorio Astronómico Nacional, el primero que se construía en toda América.

Desde allí, Caldas no sólo estudiaría el cielo sino las posibilidades de la independencia de la Nueva Granada. Hizo parte del grupo de criollos que planearon el incidente del Florero de Llorente y prestó el edificio del Observatorio para realizar las reuniones en que se maquinaba la emancipación de los criollos respecto a la corona española.

La inteligencia de Caldas no servía para ensanchar su vanidad. Para el sabio, ante todo, lo que importaba era la utilidad que el conocimiento tuviera. Aplicó sus saberes a las exigencias de su tiempo. Luego de la independencia, y ante la amenaza de una arremetida de España en busca de reconquistar lo que creía suyo, Caldas fue Capitán del Cuerpo Militar de Ingenieros. Había que defender con las armas del ingenio y las armas de fuego la posibilidad naciente de un desarrollo político, económico, social y cultural autónomo para la Nueva Granada. Caldas se encargó de hacer los diseños de fortificaciones en algunos ríos como el Cauca. Fortificaciones que sucumbirían ante la arremetida de la Corona española de Fernando VII. A nombre suyo, Pablo Morillo, el mal llamado “pacificador”, logró la reconquista temporal de la Nueva Granada.

Una visión profunda y deseosa de penetrar hasta lo más hondo de los misterios de la naturaleza no era compatible con la estrechez de miras del mundo colonial español. Por eso anhelaba una república. Caldas no contaba ni con los instrumentos ni con el contexto histórico necesario para saciar sus ambiciones intelectuales: “¿Por qué me ha dado la naturaleza este amor a la sabiduría si me había de privar de los medios de conseguirla?”. A la privación Caldas iba a responder no solo con la insurrección sino con la creación. Se le atribuye haber inventado varios instrumentos para realizar observaciones astronómicas. Y de su autoría es también el hipsómetro, un instrumento que relacionando la presión atmosférica y la temperatura de ebullición del agua permitía hallar la altitud de un lugar respecto al mar.

Como fuera, su repertorio de saberes, concentrados en el conocimiento del territorio nacional, no bastaría para conseguir el indulto de Pablo Morillo cuando fue condenado a muerte por traición al rey. El despliegue prolífico de su intelecto quedó truncado el 24 de octubre de 1816. Ocho balas de fusil acabaron con su vida. Otros intelectuales criollos, como Camilo Torres Tenorio, corrieron con su misma suerte. La avanzada criolla ilustrada era una amenaza para los intereses coloniales de España.

Ya decía Martí en Nuestra América: “Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías”. De haber sobrevivido, mentes como la de Caldas, seguramente habrían marcado un derrotero distinto al tomado luego de la segunda independencia de España alcanzada en 1819. Un país en el que 250 años después del natalicio de Caldas, aún hay gobernantes que pretenden guiar un país que no conocen.

Justamente en conmemoración a los 250 años de su natalicio, el Museo Nacional realizó una exposición llamada “Ojos en el cielo, pies en la Tierra” del 7 de diciembre del año pasado hasta el 24 de febrero del presente. Se expusieron 103 piezas entre mapas, instrumentos, libros, dibujos, cálculos y pinturas que dan cuenta de la vida de Caldas. Ese sabio que andaba con los pies en la tierra y los ojos en las entrañas del cielo. Quizá los misterios de los astros le inspiraron los deseos de independencia a ese patriota que amaba la libertad tanto, tal vez, como a los chocolates.

A continuación, las fotografías de algunos de los objetos, obras, mapas e instrumentos relacionados con Francisco José de Caldas que hicieron parte de la exposición “Ojos en el cielo, pies en la Tierra”, organizada por el Museo Nacional de Colombia.

Si quiere conocer uno de los misterios que rodeó los últimos momentos de la vida de Francisco José de Caldas, no se pierda el siguiente podcast.

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