La periodista y decana de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana, Marisol Cano Busquets, presentó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2019 su libro 'Violencia contra periodistas'. El evento fue conducido por los periodistas y profesores de la Facultad, Jorge Cardona y Gina Morelo. Directo Bogotá les comparte dos fragmentos en video del conversatorio, una nota informativa sobre el lanzamiento, la charla completa a través de nuestro cubrimiento en podcast y una entrevista exclusiva con la autora del libro.
FOTO: Cano asegura que Colombia es un país que tiene múltiples violencias y múltiples actores de esa violencia. / Manuela Cano.
Directo Bogotá (D.B.): El periodismo es una profesión riesgosa y con falta de garantías en muchos casos. ¿Empeora la situación cuando se habla de periodismo independiente?
Marisol Cano (M.C.): Si uno mira la historia reciente, efectivamente hay una evidencia de un número, cada vez mayor, de periodistas independientes, y eso tiene que ver con factores distintos. Uno de los factores es que hay periodistas que optan por no estar ligados a medios como empleados y prefieren hacer su trabajo independiente para garantizar la mayor independencia posible.
Esto supone, desde el lado de la violencia contra los periodistas, una situación mayor de indefensión y dificulta tener todas las herramientas que ya se conocen o la posibilidad de tener unos mayores mecanismos de protección. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando se es empleado de un medio como The Guardian? Si el periodista va a ir a una zona de conflicto, si va a trabajar en temas que son riesgosos, el medio tiene una serie de elementos de protección que le van a ayudar, desde seguros de vida, hasta un buffet de abogados. Esos son costosos y los asume el medio. Cuando se es un periodista independiente se tendría que asegurar todos esos mecanismos costosos. Entonces, sí hay una doble indefensión.
D.B.: ¿Considera que desde la academia se les da a los periodistas en formación herramientas suficientes para conocer cómo blindarse?
M.C.: No. Esa es una de las debilidades grandes. Cuando uno mira lo que las organizaciones internacionales de defensa y libertad de expresión hacen en relación con mecanismos de seguridad y protección, que fue lo que yo estudié. Cuando uno mira cuáles son las estrategias que ellas han desarrollado, cómo han contribuido a implementar mecanismos de protección y seguridad en los países para los periodistas, una de las evidencias grandes es que hay unos vacíos enormes en la formación de los periodistas profesionales.
Eso también tiene que ver con otra situación: la violencia contra los periodistas es histórica. El desarrollo de un trabajo mucho más sistemático y los mecanismos de protección son algo que no tiene más de 20 años en la historia del ejercicio del periodismo. En ese sentido, ahí apenas se están dando pasos.
Cuando se mira, en los pregrados de periodismo, en qué lugar de los planes de estudio está el conocer mecanismos de seguridad y protección para los periodistas, por lo general, está en los cursos de deontología del periodismo. Sí existe, se da ahí. O en los cursos de ética periodística, pero son muy pocas las asignaturas de estos programas que incluyen este tipo de mecanismos, porque también, hay muy poco conocimiento sobre ellos. En eso estamos muy lejos de tener un trabajo de formación, y debería hacerse.
D.B.: ¿Qué particularidades tiene la violencia hacia periodistas en Colombia?
M.C.: Ciertamente la larga historia de conflicto armado del país tiene uno de los primeros rasgos que identifican a Colombia. Es un país con grupos armados que también operan de manera distinta según el territorio, según los periodos de tiempo y que también pueden cambiar las alianzas que tienen los territorios con algunos otros actores sociales y estatales. Ahí hay una diferencia.
Por supuesto, el tema de la violencia contra los periodistas cuando hay organizaciones al margen de la ley como tantos en Colombia, es un rasgo clarísimo. Pero, por el otro lado, tenemos un país con múltiples violencias y múltiples actores de esa violencia que se mueven diferente según los territorios y el momento histórico.
El crimen organizado, que está asociado al narcotráfico, es otro rasgo muy particular de Colombia que hace todavía más difícil la situación para el ejercicio libre del periodismo. Sucede también, que en ese tipo de alianza de grupos al margen de la ley, si hablamos de paramilitarismo y de las relaciones que tienen en determinados territorios con sectores políticos o sectores de las Fuerzas Armadas, empieza a notar uno un enrarecimiento de la situación para los periodistas, porque no es solo un actor armado el que uno puede señalar como un grupo guerrillero, por ejemplo, sino también unos grupos paramilitares que tienen alianzas con la legalidad estatal, con la política o con la legalidad empresarial. Eso es un rasgo muy marcado en nuestro país y que lo caracteriza con respecto a otros países.
Hay otro rasgo importante que es un factor de riesgo para los periodistas: un contexto donde hay un sistema judicial débil. Esto hace que pueda ser más propicio el contexto para ver agresiones contra los periodistas. Se tiene un sistema legal, pero débil y éste a su vez no está formado para entender que cuando hay agresiones al periodista o cuando hay un asesinato, lo primero que se debe trabajar en una investigación es la posible asociación de esa agresión con su trabajo. ¿Qué estaba trabajando? ¿Qué investigaba? Esa siempre tiene que ser la primera hipótesis cuando hay una agresión al periodista, y eso no sucede acá.
Cuando uno tiene un sector judicial débil, entonces encuentra uno que hay falencias. ¿Qué supone esto también? Altísimos índices de impunidad en agresiones al periodismo. Eso es complicado.
¿Qué otro rasgo es importante tener en cuenta en Colombia? Frente a índices tan altos de asesinatos de periodistas, empieza a haber un mecanismo de protección natural, si uno lo quiere: autocensura. Podría decirse que Colombia es muy interesante porque tiene, en términos de cifras, menos periodistas asesinados. Pero si uno cruza eso con temáticas que se dejaron de tocar en determinados territorios, con periodistas que precisamente dejaron de investigar determinados asuntos o a determinadas personas porque prefieren evitar el riesgo, porque hay miedo o porque las amenazas son muy fuertes -uno no puede señalar de no valiente a un periodista al que le dicen "nosotros sabemos en qué esquina de la ciudad espera el bus tu hija, y a tu hija le puede pasar algo si te sigues metiendo con esto"-, entonces, es natural que un periodista prefiera evitar el tema.
El oficio del periodista es entonces incómodo para las sociedades porque revela muchos de los malestares señalados. También empieza a haber una gran cantidad de entramados legales que entorpecen el trabajo del periodista y ahí surgen muchas preguntas por hacer. Una de ellas fue la que me hacía cuando empecé esta investigación: ¿estos entramados legales podrían llegar a considerarse eventualmente violencia contra periodistas?
Eso, sumado también a una herencia complicada de estigmatización del periodismo, que fue muy fuerte en los gobiernos de Álvaro Uribe, va creando en los ciudadanos una serie de prevenciones con respecto a los periodistas, lo cual le hace mucho daño a la sociedad. Estigmatizar al periodista es hacerle daño a la sociedad. Nos falta mucha madurez y conciencia para defender el periodismo y exigirle a los periodistas calidad en su trabajo. Esa es la otra cara de la moneda.
Mira la nota que hizo Directo Bogotá televisión sobre la autora del Libro Marisol Cano Busquets
D.B.: ¿Esa falta de conciencia sobre el valor del periodismo hecho de manera cuidadosa y los índices de impunidad podrían verse como una forma de legitimar la violencia por parte de la sociedad colombiana?
M.C.: De alguna manera, sí. Cuando tú tienes unos índices de impunidad de más del 98%, el mensaje, detrás de eso, es que se le puede hacer cualquier cosa a un periodista y no va a pasar nada. Eso está clarísimo en los grandes poderes: tantos crímenes de periodistas en Colombia que están en la impunidad, tantas agresiones de muy diverso tipo y también están en la impunidad. Ese es un mensaje muy complicado. Cuando hay impunidad, los victimarios tienen claro que el riesgo que se corre al hacerle daño a un periodista no es mucho. No se va a terminar en la cárcel... no va a pasar nada.
D.B.: Este es un problema que se ha tratado desde varias perspectivas, pero no desde la academia. ¿Cuál es la motivación detrás de esa mirada?
M.C.: Ahí hay dos asuntos. Las organizaciones de libertad de expresión en el mundo son muy importantes porque documentan agresiones al periodismo constantemente. Están mandando alertas todo el tiempo. Dicen: este periodista asesinado, esta ley que va a restringir derechos a la libertad de expresión, violencia sexual contra los periodistas —que emerge muchísimo y se está documentando constantemente—. Es decir, cosas que están pasando, son hechos, evidencias, estadísticas: tantos periodistas encarcelados o tantos amenazados.
Yo me preguntaba ¿Qué es la violencia contra los periodistas? ¿Cómo se puede configurar ese fenómeno? ¿Qué ha hecho la academia con respecto a este tema? ¿Lo ha estudiado? ¿No lo ha estudiado? Ahí fue donde encontré una brecha enorme. En particular, cuando empezaba a revisar muy sistemáticamente bases de datos de revistas académicas del campo de la comunicación y del periodismo, de la sociología o de la ciencia política y donde el tema de la violencia contra los periodistas no aparecía por ningún lado.
Había algunos estudios sobre Derecho, derecho a la libertad de expresión. Yo no quería entrarle al tema por el lado del derecho a la libertad de expresión. Eso es algo que tradicionalmente se ha trabajado. Ahí, entonces, las preguntas eran mayores. El mismo grupo de investigadores y profesores en el doctorado me decían que iba a tener muchos problemas, porque esto no se ha configurado como objeto de estudio y tampoco hay unas metodologías para estudiarlo. Me di cuenta que estaba entrando a un terreno muy movedizo, pero que tenía cómo comenzar a construir unas determinadas categorías para empezar a configurar el fenómeno.
Yo no tenía tampoco la intención de que la brecha siguiera existiendo y que no hubiera un diálogo de la academia con la sociedad. Muchas veces, se tiende más a separar quienes trabajan el estudio empírico de un problema, como la violencia contra los periodistas, que son las organizaciones de libertad de expresión y la academia, que buscar crear unas grandes categorías y pensar el fenómeno. Si había un conocimiento del fenómeno, desde el estudio empírico y en territorio, es el que tienen las organizaciones de libertad de expresión. Entonces, yo quería contribuir a que eso tuviera una mejor conceptualización y un trabajo metodológico más sólido para fortalecer esos lazos comunicantes entre ellos y la academia.
**Escucha el podcast de la presentación del libro en la FILBo 2019
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