En el 2013 nació Survamos, un grupo de nueve jóvenes apasionados por el arte urbano, el muralismo y el grafiti. Le han metido la ficha a lo que creen y quieren, por medio de los mensajes que transmiten en cada pieza y que los identifican como parte de una comunidad a la que intentan cuidar.
FOTOS tomadas por Juanita Gallego
Un par de manos humanas tejen, con hilos de agua, el hogar de un ave en un mural del barrio Manitas. A cielo abierto, Wilson Niño, integrante del colectivo Survamos, camina por las calles de este barrio, señala la pieza elaborada por él mismo que tituló Tejiendo comunidad y dice: “La comunidad no es solo de nosotros, los humanos, sino también de ellos; se trata de cómo habitamos con los animales, porque también somos responsables de esos otros habitantes del sector”.
En las fachadas de las casas de Ciudad Bolívar hay ríos, quebradas, animales y especies nativas que hacen parte de la localidad. En esas fachadas está el trabajo de los artistas que componen Survamos, quienes buscan que a partir de la intervención en el espacio público se fortalezca la identidad de su comunidad, se disminuyan los prejuicios y se defiendan los recursos naturales de la alta montaña andina.
Survamos surgió de la unión de varios jóvenes que proponían nuevas formas de pensar y de ser, que cuestionaban la falta de presencia y de ayuda institucional y estatal. En estos seis años han crecido de a poco hasta convertirse en un ‘parche’ lleno de ideales no negociables, bien establecidos y que confían en la acción social y en el arte como herramientas efectivas para trabajar con la comunidad.
“Todo el mundo sabe que existen problemáticas sociales, pero somos pocos los que creemos en algo, en que se pueden hacer cosas nuevas y en que siempre habrá algo más”, dice Luisa Zarta, también conocida como Maga, su nombre artístico. Por eso ella —que se inclina por las ilustraciones y el realismo— afirma que los problemas que quieren combatir por medio del arte son la estigmatización, la contaminación, la minería ilegal, la falta de oportunidades, la pobreza, el desplazamiento forzado y la poca apropiación de la gente por los espacios que habitan.
Wilson Niño, quien firma como Inzekto en sus murales, sabe muy bien la historia de su barrio y la refleja en cada pintura. A él le gusta transgredir y cree en el arte como fuente para polemizar y generar impacto por su carga emocional. Por eso en sus obras pueden verse desde murales coloridos hasta cráneos humanos, mujeres con cabezas de carneros o esqueletos de peces nadando en ríos contaminados. Sus trabajos, como los de sus compañeros, cuestionan y denuncian temas como la minería que se desarrolla en la zona y que “se viene explotando ilegalmente sin control y se alcanzan a ver los huecos en las montañas”, cuenta Inzekto.
En este colectivo cada miembro aporta lo suyo, como Iván López, artista plástico y licenciado; o Eyder Salazar, el mayor de todos, con amplia experiencia en el mundo del arte urbano; o Werc, el más jóven, a quien le gusta trabajar con las letras y el grafiti clásico como forma de expresión. Ellos han logrado unirse como grupo y reivindicarse con un estilo que hace que Survamos sea lo que es hoy en día: una amalgama de ilusiones, retazos de vidas, convicciones y amor por su barrio, sus animales, el agua y las montañas. “Hay gente que solo pinta por hacer letras, por pintar ilegal o por la noche. Nosotros pintamos por otros temas, tratamos de llegar con otros mensajes y eso es lo que nos ha hecho diferentes”, explica Luisa.
Del muro a la acción
Dentro de sus múltiples proyectos, hay uno que comenzó casi con el nacimiento mismo de Survamos: el Festival Museo Libre, una iniciativa para recuperar el espacio perdido alrededor de la quebrada Limas, del barrio Nueva Colombia, donde la venta de droga y la inseguridad desplazaron a los habitantes del lugar. A partir de la presencia que Survamos ejerció pintando murales, se fue metiendo en la zona y con ello la gente pudo volver a transitarla. “Creemos que las acciones que empezamos a desarrollar hicieron que los habitantes comenzaran a apropiarse del espacio y dijeran: ‘No, esto también es de nosotros’”, menciona Wilson.
El primer festival también quiso descentralizar el arte urbano y el grafiti, pues se concentraba mayoritariamente en la localidad de Chapinero y en las zonas del centro de Bogotá; por eso invitaron a artistas locales, regionales, nacionales e internacionales a pintar en su localidad.
Luego vendrían otros proyectos, como ‘¿Qué es lo que somos?’, que tuvo como propósito pintar de una manera más crítica, reconociendo los problemas que tenía y aún tiene Ciudad Bolívar. Fue una especie de laboratorio de investigación y creación, pues los artistas se empaparon de investigaciones de expertos en temas de arquitectura y urbanismo y luego escucharon a los habitantes de la zona quienes expusieron sus intereses, miedos y deseos, con el fin de evidenciar puntos que los unen como comunidad.
Incluso han trabajado temas como la paternidad y la maternidad responsables. “Los niños viven un poco abandonados; no los traen ni los recogen del colegio y tienen apenas 4 o 5 años. Hay inseguridad, entonces eso preocupa. ¿Qué podemos hacer? No podemos cambiar a los papás ni obligarlos; además, trabajan, pero a algunos simplemente no les importa”, cuenta Luisa. Por eso también hacen charlas con niños y jóvenes en torno al cuidado del cuerpo, su reconocimiento y el amor propio. “Hay que aprender sobre nosotros mismos”, les dice ella.
En el 2018 participaron en La Toma del Mambo, un espacio en el que colectivos y organizaciones culturales buscan, mediante sus proyectos, impulsar el museo como espacio físico y darles cabida a grupos que tienen arte para dar. Su exposición estuvo enfocada en denunciar a una ciudad que maltrata la naturaleza, que excluye y muchas veces segrega. También trabajaron la serigrafía, una técnica de impresión que permite estampar tejidos usando una malla y tinta, e hicieron afiches, adhesivos y ropa, entre otros productos. Por medio de esto han encontrado una opción sostenible y una forma de patrocinar su trabajo.
En Survamos, con voluntad y talento, trabajan procesos comunitarios e independientes y cambian su entorno. Ellos son, finalmente, los sueños y las manos de un gran ‘parche’ que ha hecho posible grandes ideas.
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