El concepto de la barbería ha vuelto a renacer de forma popular en los últimos años como un santuario para los hombres. Quien haya dicho que los hombres no podían ponerse mascarillas para los puntos negros, tener un baño de vapor y hacerse manicure y pedicure quedó enterrado en el pasado.
FOTO: Hombre en la barbería
Arreglarse la barba en un lugar en donde se toma cerveza, se leen revistas de automóviles, se ven los partidos de fútbol y se juega billar es una tarea aceptada socialmente. Ya no hay mujeres, las barberías proponen un ambiente de hombres para hombres, ahora las esposas son las que se quedan en la sala de espera. El concepto de masculinidad está muy arraigado. Hay incluso barberías donde el baño está tapizado con fotos de mujeres desnudas en poses sugestivas.
Tras la aparente crisis de la masculinidad (que trajo consigo una visión negativa de la metrosexualidad), parece como si los hombres heterosexuales hubieran vuelto a creer que aquel que tiene más pelo es el más macho de todos. Con ese concepto, alrededor del vello corporal, surge esta propuesta en la que está bien cuidar el aspecto personal, mientras sea de una manera varonil que proteja esa masculinidad.
Hoy los barberos son más jóvenes y algunos tienen tatuajes hasta el cuello y piercings en la nariz. El estereotipo del peluquero afeminado que atendía a las mujeres cambió por el peluquero rudo que transmite olor y sudor masculino. Esta es la manera en que funciona este formato y así recibe todo tipo de clientes, desde niños hasta adultos mayores. Aferrados a la rudeza, y a lo que significa tener pelo, los hombres del siglo XXI han dejado atrás el mito de que ir a la peluquería es solo un asunto de mujeres.
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